El feísmo

Garnica (parte derecha), Picasso. Torres gemelas.

«Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo» (Gen 1,1-2a). Así comienzan las Sagradas Escrituras. Al principio todo era bruto, caos, confusión, oscuridad…, hasta que apareció el Espíritu de Dios, para poner orden y traer luz.

El cosmos (cosmética) significa orden, equilibrio, armonía; es lo opuesto al desorden, al caos, al oscuro abismo…

Hoy día, parece que estuviéramos retrocediendo vertiginosamente al principio, a dónde no había presencia del Espíritu, a la materia recién creada, grosera y caótica. Lo feo está de moda.

Se trata de una subcultura o «cultura basura» que niega lo bello, armónico y elegante y disfruta de lo estéticamente desequilibrado.

Aunque se tal vez exageremos en las afirmaciones, cabría decirse que algo oscuro, poderoso, siniestro se está instalando generalizando en toda la humanidad, que la cubre como una espesa niebla (tiniebla): una mentalidad distinta: una subcultura del feísmo, del mal.

Esta subcultura se ve en el vestir: ropas rotas, deshilachadas, arrugadas…; en la arquitectura: edificios y monumentos, sobre todo de dominio público, disparatados, ridículos, faraónicos, horripilantes; en los libros y el cine: triunfan los contenidos de serie negra; en el cine abunda: el terror, la violencia, lo gore…; en el arte, tanto pintura y escultura: obras de dudoso gusto estético, incompresibles… etc. Ya no hay artistas notables, ¿de medio siglo para acá, no ha aparecido ningún genio: escrito, pintor, compositor…, pese a tener más medios y muchísima más gente dedicado a todo ello.

Es una mentalidad antitética a lo bello: fomenta irracionalmente el mal gusto y el gozo estético de «¡lo hermoso es feo, y lo feo es hermoso!». Donde la ruina y la destrucción encuentra cobijo y fascinación. El meollo de la dialéctica de Hegel consiste en el principio mefistofélico de la negatividad: el odio, como pasión creadora.

Ese hombre ya es capaz de tragarse cualquier cosa, sin que le repugne; todo lo contrario: saca gusto a cualquier cosa y lo ingiere sin que le resulte indigesto, sobre todo al estómago de la conciencia y la sensibilidad.

El feísmo es la puerta de entrada al espacio del mal. Lo estético y lo ético se dan la mano; con el buen gusto -atracción de lo bello-, camina en paralelo la inclinación por lo que es atractivo a lo espiritual, a la limpieza de la mirada del alma, a la ética, al comportamiento ordenadamente responsable, a lo justo, a lo noble, elevado y santo.

Afirmaba Krause: «la belleza es algo que nos llama a alturas más elevadas». Si, la belleza, que él tanto cultivó, conduce al bien; y del bien a la verdad no hay más que un paso. Belleza-Bien-Verdad, triada que históricamente que de siempre se ha aspirado para engrandecer el alma humana.

Hoy esto no existe como forja, como aspiración del ser humano. No hay mayor desgracia para una persona que el que le atraiga lo feo, porque de su mano va lo bajo, lo pernicioso, lo abyecto, lo perverso, lo maléfico…  Sin duda, y aunque no se quiera reconocer, se está bajo el oscuro poder del Maligno.

«El encanto que lo negativo (metáforma de lo demoniaco) ejerce sobre la cultura contemporánea depende de esta singular idea«, remata el autor -Enrique Cases- de Jesús contra Satán: «Que los caminos del paraíso pasen por el infierno… A partir de una noción errónea de Dios se llega a auténticas locuras… en una mezcla de misticismo y pecado realmente diabólica».

Esta fealdad cultural de Occidente da como fruto evidente su apostasía.

Estas líneas[i] son de Simone Weil:

         «En todo aquello que nos provoca una auténtica y pura sensación de lo bello existe realmente presencia de Dios. Hay como una especie de encarnación de Dios en el mundo, cuya marca es la belleza.

         Lo bello es la prueba empírica de que la encarnación es posible.

         Por esa razón, todo arte de primer orden es por esencia religioso. (Cosa que hoy en día ya se ha olvidado.) Tan testimonial es un canto gregoriano como la muerte de un mártir.

         Si lo bello es presencia real de Dios en la materia, si el contacto con lo bello es, en el pleno sentido de la palabra, un sacramento, ¿cómo es que hay tantos estetas perversos? Nerón. ¿Es su caso parecido a la avidez de los adictos a las misas negras por las hostias consagradas? ¿O tal vez resulta, con mayor probabilidad, que esas personas no se inclinan por lo auténticamente bello, sino por una mala imitación? Pues, así como hay un arte divino, hay también un arte demoníaco. Ese es sin duda el que le gustaba a Nerón. Una gran parte de nuestro arte es demoníaco.

         Un apasionado aficionado a la música puede perfectamente ser un hombre perverso ¾aunque me resultaría difícil creerlo de alguien amante del canto gregoriano.»

 

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[i] La gravedad y la gracia, Trotta, Madrid, 1994, p.183.

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