
Este santo es uno de esos «pequeñuelos» que encantan al Señor. Su humildad, sencillez, candidez…, sin nada en sí en que apoyarse, permiten fácilmente confiarse en Dios, depender de Él con toda naturalidad y hacer así, sin más atavíos, que el Espíritu Santo opere en él, santificándolo.
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