La tibieza existencial

La tibieza tiene algo de empalagosa mediocridad, de náusea, y con razón dice la Sagrada Escritura: “Esto dice el Amén, el testigo fiel y veraz, el principio de la creación de Dios. Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: `Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada´; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo.” (Ap 3,14-17). En algo así estamos o nos encaminamos a toda velocidad. De modo que es una perspectiva existencial poco aragüeña.

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Jesús curó a muchos enfermos y expulsó a muchos demonios

El Evangelio según san Marcos (1,29-39) de la liturgia de hoy, 15 de enero, nos cuenta cómo Jesús llevaba a cabo su misión para la que había venido. Jesús anunciaba la Buena Nueva predicando el Evangelio y curando a los enfermos, tanto física como espiritualmente, pues la presencia del Reino de Dios, tiene esos efectos reales de sanación y salvación.  

«Jesús muestra su predilección por las personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Cuidar de los enfermos de todo tipo forma parte integrante de la misión de la Iglesia, como lo era de la de Jesús.» (Papa Francisco).

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La autoridad de Jesús

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El Evangelio según san Marcos (1,21-28) de la misa de hoy, 14 de enero, nos cuenta un acontecimiento que será común de la vida pública de Jesús: su predicación potente se ve ratificada por los hechos de salvación milagrosa de los que acuden a él para ser sanados física y espiritualmente.

«Debemos invocar a Jesús: invocarlo allí, donde sentimos que las cadenas del mal y del miedo aprietan con más intensidad.» (Papa Francisco).

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