Decía un día Mons. João Clá que lo que impedía comúnmente salir de la mediocridad (o del vicio), y caminar hacia las cimas de la virtud era el mundanismo.
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Decía un día Mons. João Clá que lo que impedía comúnmente salir de la mediocridad (o del vicio), y caminar hacia las cimas de la virtud era el mundanismo.
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Uno de los efectos secundarios de la sociedad digital es que muchísimos deseos se pueden conseguir con un simple clic. El consumismo ya había facilitado la rápida consecución de los caprichos, aboliendo el tiempo intermedio de la reflexión y el esfuerzo. Eso, en principio tan deseable, ha terminado alterando nuestra relación con la duración, que se nos presenta insoportable.
En la ciudad de la luz, en el momento de la inauguración de la Juegos Olímpicos, ¡Oh, sarcasmo!, se produjo un apagón. En la apoteosis de la infamia y la burla de una ciudad babilónica, París, a la que la bien la cabria el título apocalíptico de la Ramera, se escenificaba la apoteosis del Espíritu del Tiempo, de la mundanidad, de la mentalidad o cultura, con sabor a desparrame, a demasía inmunda, a cultura de muerte. Sobre esa letal oscuridad, sobre esas sombras de muerte, sobre sale allá al fondo, flotando por encima de esta lúgubre desdicha de decadencia, la ilumina por una Luz sobrenatural la capilla de la Adoración Perpetua (en la foto), que lleva en Paris sin apagar noche y día desde hace 180 años. Dios es así, en medio de cenagal batiburrillo ideológico-moral de una sociedad decadente y enferma, da su propia pincelada al cuadro, como diciendo -advirtiendo-: ¡Estoy aquí!
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Esta forma —tan de hoy— de vivir en una realidad, que siendo real no es tal, es tan virtual, tiene tanta fuerza que parece ser la única posibilidad existente de existir.
En España cada vez hay menos intelectuales, menos católicos y aún menos valientes verdaderos. Juan Manuel de Padre reúne –cual rara avis– estas tres características en su persona. Lo cual supone hoy día un peligro total para uno mismo, pues todo ello supone ir en contra de la corriente.
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