Las Bienaventuranzas de san Lucas y los  ¡ay!

El evangelio de la liturgia de la misa de hoy, 16 de febrero, hace alusión a gran sermón de la montaña tan conocido de san Mateo, pero esta vez en san Lucas, pero de maneras más breve. Las Bienaventuranzas, con la singular paradójica en que se alaba y declara de felicidad lo que el mundo desprecia, contrastan con los temibles bíblicos ¡ay!

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,20-26):

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas

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Palabras del papa Francisco

(Ángelus, 17 febrero 2019)

El Evangelio de hoy (cf. Lc 6, 17-20-26) nos presenta las Bienaventuranzas en la versión de San Lucas. El texto está articulado en cuatro Bienaventuranzas y cuatro admoniciones formuladas con la expresión “¡ay de vosotros!”. Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada, más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con la fe.

Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos; y amonesta a los ricos, saciados, que ríen y son aclamados por la gente. La razón de esta bienaventuranza paradójica radica en el hecho de que Dios está cerca de los que sufren e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús lo ve, ya ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa. E igualmente, el “¡ay de vosotros!”, dirigido a quienes hoy se divierten sirve para “despertarlos” del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo.

La página del Evangelio de hoy nos invita, pues, a reflexionar sobre el profundo significado de tener fe, que consiste en fiarnos totalmente del Señor. Se trata de derribar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y sin embargo tan difícil de alcanzar. Hermanos y hermanas, hay muchos, también en nuestros días, que se presentan como dispensadores de felicidad: vienen y prometen éxito en poco tiempo, grandes ganancias al alcance de la mano, soluciones mágicas para cada problema, etc. Y aquí es fácil caer sin darse cuenta en el pecado contra el primer mandamiento: es decir, la idolatría, reemplazando a Dios con un ídolo. ¡La idolatría y los ídolos parecen cosas de otros tiempos, pero en realidad son de todos los tiempos! También de hoy. Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis sociológicos.

Por eso Jesús abre nuestros ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo somos desde el momento en que nos ponemos de la parte de Dios, de su Reino, de la parte de lo que no es efímero, sino que perdura para la vida eterna. Nos alegramos si nos reconocemos necesitados ante Dios, y esto es muy importante: “Señor, te necesito”, y si como Él y con Él estamos cerca de los pobres, de los afligidos y de los hambrientos. Nosotros también lo somos ante Dios: somos pobres, afligidos, tenemos hambre ante Dios. Somos capaces de alegría cada vez que, poseyendo los bienes de este mundo, no los convertimos en ídolos a los que vender nuestra alma, sino que somos capaces de compartirlos con nuestros hermanos. Hoy, la liturgia nos invita una vez más a cuestionarnos y a hacer la verdad en nuestros corazones.

Las Bienaventuranzas de Jesús son un mensaje decisivo, que nos empuja a no depositar nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no buscar la felicidad siguiendo a los vendedores de humo —que tantas veces son vendedores de muerte—, a los profesionales de la ilusión. No hay que seguirlos, porque son incapaces de darnos esperanza. El Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una visión más penetrante de la realidad, a curarnos de la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia. Con su palabra paradójica nos sacude y nos hace reconocer lo que realmente nos enriquece, nos satisface, nos da alegría y dignidad. En resumen, lo que realmente da sentido y plenitud a nuestras vidas. ¡Qué la Virgen María nos ayude a escuchar este Evangelio con una mente y un corazón abiertos, para que dé fruto en nuestras vidas y seamos testigos de la felicidad que no defrauda, la de Dios que nunca defrauda!

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Catena Aurea

 

San Cirilo

Después de la reunión de los apóstoles a la nueva vida evangélica, el Salvador renovó a sus discípulos.
 

San Ambrosio

Empieza a ser sublime al anunciar los oráculos de la Divinidad. Aun cuando estaba en lo llano, sin embargo, elevó sus ojos; por lo que se dice: «Y El, alzando sus ojos hacia sus discípulos». ¿Qué quiere decir levantar los ojos, sino encender la luz interiormente?
 

Beda

Y aun cuando hablaba generalmente con todos, especialmente fijaba sus ojos en sus discípulos. Y prosigue: «Sobre sus discípulos». Para que aquellos que oyen la palabra con atención del corazón, reciban más gracia interior y más luz.
 

San Ambrosio

San Lucas puso tan sólo cuatro bienaventuranzas, San Mateo ocho; pero en aquellas ocho se comprenden estas cuatro, y en aquellas cuatro estas ocho. Este puso cuatro bienaventuranzas, representando las cuatro virtudes cardinales, y aquél explicó en estas ocho un orden místico -o número-, porque la octava, que es la perfección de nuestra esperanza, es también la más grande de las virtudes. Que la pobreza es la primera de las bienaventuranzas, lo dicen igualmente los dos evangelistas; en cuanto al orden es la primera de todas, y como la madre de las demás virtudes; porque el que despreciare las cosas del mundo merecerá las eternas; ni puede nadie alcanzar la gloria, si poseído del amor del mundo no llega a desprenderse de él. De donde prosigue: «Decía: bienaventurados los pobres».
 

Crisóstomo

En el Evangelio de San Mateo, dijo que eran bienaventurados los pobres de espíritu, para que comprendamos que el ser pobres de espíritu es tanto como tener una inteligencia modesta y humilde en cierto sentido. Por lo que dice el Salvador: «Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón» ( Mt 11,29). Aquí dice: Bienaventurados los pobres -sin añadir de espíritu- para designar a los que desprecian las riquezas. Convenía, pues, que cuando predicasen el Evangelio, no pensasen en la codicia, sino que tuviesen su espíritu predispuesto para cosas más elevadas.
 

San Basilio

No puede llamarse bienaventurado a todo el que es afligido por la pobreza, sino solamente al que prefiere el precepto de Jesucristo a las riquezas mundanas. Hay muchos pobres de bienes, pero que son muy avaros por el afecto; a éstos no los salva la pobreza, pero los condena su deseo. Ninguna cosa que no sea voluntaria aprovecha para la salvación, por la sencilla razón de que toda virtud está basada en el libre albedrío. Es bienaventurado el pobre que imita a Jesucristo, quien quiso sufrir la pobreza por nuestro bien; porque el mismo Señor todo lo hacía para manifestarse como nuestro modelo y podernos conducir a la eterna salvación.
 

San Eusebio

Pero como el reino de los cielos se alcanza por grados, el primero porque pasan los que suben a él es el de la pobreza; por esto Jesucristo eligió sus primeros discípulos de entre los pobres, y les dice: «Porque de vosotros es el reino de los cielos»; dando a entender que esto se refería a los que tenía presentes, hacia los cuales elevara sus ojos.
 

Crisóstomo

Después que mandó practicar la pobreza, glorifica las cosas que acompañan a la indigencia. Sucede, pues, que los que viven en la pobreza carecen hasta de lo más necesario, y apenas pueden adquirir su alimento. Pero el Señor no quiere que sus discípulos teman sobre esto; por eso les dice: «Bienaventurados los que ahora tenéis hambre».
 

Beda

Esto es, bienaventurados los que castigáis vuestro cuerpo y lo reducís a la esclavitud, que en el hambre y la sed os entregáis al ministerio de la palabra, porque habréis de gozar de la abundancia de los goces celestiales.
 

San Gregorio Niceno, De beatitudinibus, Orat. 4

En un sentido más elevado, del mismo modo que para el alimento del cuerpo, se prefieren diversos manjares, así también, para el alimento del alma, los unos desean un bien imaginario, y otros lo que es naturalmente bueno. Por lo que, según San Mateo, son beatificados los que consideran la justicia como una comida y una bebida; no diré la justicia que es una virtud particular, sino la justicia que es una virtud general; el que tiene hambre de la cual será bienaventurado.
 

Beda

Nos da a conocer terminantemente el Señor, que no debemos considerar como bueno a cualquiera, sino que hemos de ver que constantemente procure adelantar en el camino de la perfección, a cuya perfección no puede llegarse en esta vida, sino en la otra, como lo dice el Salmista: «Yo me saciaré cuando vea tu gloria» ( Sal 16,15). De aquí prosigue: «Porque seréis hartos».
 

San Gregorio Niceno

Promete la abundancia a los que desean la justicia; ninguna de las cosas que se encuentran en esta vida puede saciar suficientemente a los que buscan la justicia; solamente el deseo de la virtud es seguido de una recompensa que inspira en el alma una alegría indeficiente.
 

San Cirilo

Sigue a la pobreza, no sólo la falta de las cosas deleitables, sino también la depresión del semblante por la tristeza. Por lo que sigue: «Bienaventurados los que lloráis». Considera como bienaventurados, no precisamente a los que derraman lágrimas -porque esto es propio de todos, tanto fieles como infieles, cuando experimentan alguna contrariedad- sino solamente a aquellos que hacen una vida mortificada, se preservan de los vicios y de las afecciones carnales, menospreciando las complacencias de la vida y llorando porque aborrecen las cosas de la tierra.
 

Crisóstomo, hom 18, ad prop. Antioch

Cuando la tristeza se experimenta por causa de Dios, ella nos alcanza la gracia de hacer penitencia para poder obtener la salvación. Esta tristeza es el fundamento de la alegría. Por lo que sigue: «Porque reiréis». Cuando nada podemos hacer en bien de aquellos por quienes lloramos, el beneficio recae sobre nosotros. El que llora de este modo los males ajenos, no dejará de llorar sus propios pecados; más aún, no caerá tan fácilmente en el pecado. No nos fijemos en las cosas de esta vida breve, sino suspiremos por las de la eterna; no busquemos las delicias de donde nace muchas veces el llanto y el dolor, sino entristezcámonos con la tristeza que nos alcanza el perdón. Suele suceder que encuentra al Señor el que llora; pero el que ríe no lo encuentra nunca.
 

San Basilio

Por eso promete la risa a los que lloran, no precisamente el sonido emitido con estrépito, sino la alegría pura y libre de cualquier tristeza.
 

Beda

Es bienaventurado el que por las riquezas de la herencia celestial, por el pan de la vida eterna, por la esperanza de las alegrías celestiales, desea sufrir el llanto, el hambre y la pobreza, y aun mucho más bienaventurado aquel que no teme guardar estas virtudes en medio de la adversidad. Por ello sigue: «Seréis bienaventurados, cuando os aborreciesen los hombres». Aun cuando aborrezcan los hombres con un corazón malvado, no pueden hacer daño al que es amado por Cristo. Prosigue: «Y cuando os apartaren de sí, apartarán tamibién al Hijo del hombre». Porque El resucita para sí a los que mueren con El, y les hace descansar en la eterna bienaventuranza. Prosigue: «Y cuando desecharen vuestro nombre como malo». En esto se refiere al nombre de cristiano, que fue tan ultrajado por los judíos y por los gentiles, cuantas veces se acordaron de El, y también fue despreciado por los hombres, sin que para ello hubiese otro motivo que el odio que tenían al Hijo de Dios, a saber, porque los fieles quisieron tomar su nombre de Cristo. Luego enseña que habrán de ser perseguidos por los hombres, pero que serán bienaventurados, como más que hombres. De aquí prosigue: «Gozaos en aquel día y regocijaos: porque vuestro galardón grande es en el cielo», etc.
 

Crisóstomo

Se considera una cosa grande o pequeña según la importancia de la persona que la concede. Examinemos ahora quién es el que promete una gran recompensa. Un profeta o un apóstol, que no son más que hombres, hubiesen dado como mucho lo que es poco; pero aquí es el Señor, que posee los tesoros eternos y las riquezas superiores a toda comprensión, quien ha prometido una grande recompensa.
 

San Basilio, in Cat. graec. Patr

Unas veces se dice grande en un sentido absoluto, como el cielo es grande, la tierra es grande; otras veces es por comparación, como un gran caballo, un gran buey, comparándolos con otros de su especie; así creo que será grande la recompensa reservada a aquellos que sufren oprobios por Cristo, no por comparación a las cosas que están entre nosotros y conocemos, sino grande en sí mismo y como dada por Dios.
 

San Juan Damasceno, in lib. De lógica, cap. 49

Todas aquellas cosas, que pueden medirse y contarse, se conceden de una manera limitada; pero lo que por cierta excelencia excede toda medida y número, se dice intencionadamente grande y mucho, como cuando decimos que es mucha la misericordia de Dios.
 

San Eusebio

Después, queriendo fortalecer a sus discípulos para pelear contra sus enemigos cuando predicasen el Evangelio por todo el mundo, les añade: «Porque de esta manera trataban a los profetas los padres de ellos».
 

San Ambrosio

Los judíos habían perseguido a los profetas hasta el punto de quitarles la vida.
 

Beda

Los que dicen la verdad son ordinariamente perseguidos; no obstante, los antiguos profetas no dejaban de predicar la verdad por temor a la persecución.
 

San Ambrosio

En esto que dice: «Bienaventurados los pobres», tiene la templanza, que se abstiene del mal, holla con los pies el siglo y no busca los placeres. «Bienaventurados los que tenéis hambre». He ahí la justicia; pues el que tiene hambre se compadece del que la tiene; compadeciéndose de él, le favorece; favoreciéndole, se hace justo, y su justicia permanece eternamente. «Bienaventurados los que ahora lloráis»; aquí tenemos la prudencia, que llora lo de todos los días y busca las cosas que son eternas. «Bienaventurados seréis cuando os aborrezcan los hombres». Aquí tenemos la fortaleza; pero no aquella que merece el odio por sus crímenes sino la que sufre persecución por la fe. Así es como se llega a la corona del sufrimiento, si se desprecia la gracia de los hombres, y se sigue la divina. Luego, la templanza produce la limpieza del corazón; la justicia la misericordia; la prudencia la paz; y la fortaleza la mansedumbre. Las virtudes están reunidas de tal modo, que cuando se tiene una parece que se tienen todas. Cada santo tiene una virtud propia; pero la más abundante es la más recompensada. Cuánta caridad tenía Abraham. ¡Cuánta humildad! Pero como sobresalía entre todas su fe, ésta fue la que obtuvo la primacía. Por tanto, cada uno tendrá muchos premios, cuando practique muchas virtudes; pero como siempre se distingue en alguna, por ella obtendrá un premio mayor.

 

San Cirilo

Una vez explicado que la pobreza, sufrida por Dios, es el origen de todo bien, y que el tener hambre y llorar no carece de premio, pasa ahora a hablar de lo contrario, diciendo cuál es la causa de la perdición y del tormento eterno; por lo que sigue: «¡Mas ay de vosotros los ricos, porque tenéis vuestro consuelo».
 

San Cirilo

Esta expresión: «ay de vosotros», se pone siempre en las Sagradas Escrituras, cuando se trata de aquellos que no pueden escapar de la eterna perdición.
 

San Ambrosio

Aun cuando en la abundancia de las riquezas hay muchos alicientes para pecar, también hay muchos medios para practicar la virtud. Aunque la virtud no necesita opulencia, y la largueza del pobre es más laudable que la liberalidad del rico, sin embargo la autoridad de la sentencia celeste no condena a los que tienen riquezas, sino a los que no saben usar de ellas. Porque así como el pobre es tanto más laudable cuanto más pronto es el afecto con que da, así es tanto más culpable el rico que tarda en dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y se reserva sin utilidad la fortuna que le ha sido dada para el uso de todos. Luego no es la fortuna, sino el afecto a la fortuna, el que es criminal; y aunque no hay mayor tormento que amontonar con inquietud lo que ha de aprovechar a los herederos, sin embargo, como los deseos de amontonar de la avaricia se alimentan de cierta complacencia, los que tienen el consuelo de la vida presente pierden el premio eterno. Podemos entender aquí por rico al pueblo judío y a los herejes, y especialmente a los fariseos, que, complaciéndose en la fecundidad de su elocuencia y en la ambición de poseerla como por patrimonio, desconocieron la simplicidad de la verdadera fe, y amontonaron riquezas inútiles.

Y sigue: «¡Ay de vosotros, los que estáis hartos, porque tendréis hambre!»
 

Beda

Aquel rico purpurado se saciaba comiendo con esplendidez todos los días; pero sufría aquel cruel «¡ay!» de la sed, cuando suplicaba que un dedo de Lázaro -a quien él había despreciado- le diese una gota de agua.
 

San Basilio

Que la abstinencia es necesaria, nos lo demuestra claramente San Pablo, contándola entre los frutos espirituales ( Gál 5); pues la sujeción del cuerpo no se obtiene por otro medio que por la abstinencia, con la cual -como con cierto freno- debemos moderar los ardores de la juventud. Es, pues, la abstinencia la muerte del crimen, la sujeción de las pasiones y el fundamento de la vida espiritual, embotando en sí el aguijón de los placeres. Sin embargo, para no confundirnos con los enemigos del Señor, debemos aceptar todas las cosas, cuando las circunstancias así lo exijan, para dar a entender que todo es puro para los que tienen su corazón limpio; usando así de las cosas que son necesarias para la vida, y absteniéndonos en absoluto de todo aquello que incita a la complacencia. Además, no todos pueden prescribirse la misma hora, ni el mismo modo, ni la misma cantidad; pero todos deben tener la misma intención de no llegar a la saciedad; porque llenar el vientre inutiliza el cuerpo para sus propias funciones, le hace perezoso y dispuesto al mal.
 

Beda

De otro modo: Si son bienaventurados aquellos que tienen hambre de obras justas, deben por el contrario considerarse como desgraciados aquellos que, satisfaciendo todos sus deseos, no padecen hambre del verdadero bien.

Prosigue: «¡Ay de vosotros los que reís!» etc.
 

San Basilio

Cuando el Señor reprende a los que se ríen, da a entender claramente que el verdadero fiel no debe reir en ningún tiempo, y especialmente mientras vive entre aquella multitud de los que mueren en pecado, por quienes conviene llorar. La risa superflua es signo de desorden y un movimiento desenfrenado del alma; pero es conveniente expresar la alegría de las emociones del alma por el rostro.
 

Crisóstomo, hom. 6, in Math

Dime, pues, ¿por qué te disipas -o disuelves- y te derramas, tú que debes asistir a un juicio terrible y dar cuenta de todas las cosas que aquí haces?
 

Beda

Como la adulación es la que alimenta el pecado, del mismo modo que el aceite alimenta a la llama, y administra fomento a los que arden en la culpa, añade: «¡Ay de vosotros cuando os bendijeren los hombres», etc.
 

Crisóstomo

No es contrario lo que aquí se dice a lo que en otra parte dice el Señor: «Que brille vuestra luz delante de los hombres» ( Mt 5,16), esto es, que nos apresuremos a obrar bien, buscando la gloria de Dios y no la propia. La vanagloria siempre es mala; de ella nace la iniquidad, la desesperación y la avaricia, que es la madre de todos los males. Si deseas preservarte de todo esto, dirige tu mirada al Señor, y conténtate con la gloria que está junto a El; pues si en cualquier facultad conviene elegir árbitros a los más doctos, ¿cómo confías la prueba de la virtud a cualquiera, y no a aquel que la conoce más que todos, y que puede darla y coronarla? Si buscas en El tu gloria, evita la alabanza humana. No acostumbramos a admirarnos de ninguna cosa más que de aquel que menosprecia su propia gloria; y si esto nos sucede a nosotros, mucho más debe suceder al Señor de todas las cosas. Además debes considerar que la gloria de los hombres desaparece muy pronto, y que cae en el olvido en cuanto pasa un poco de tiempo.

Prosigue: «Porque así hacían a los falsos profetas los padres de ellos».
 

Beda

Se entiende por falsos profetas los que vaticinaban lo futuro, para conseguir la admiración del vulgo. Y por esto el Señor solamente habló en el monte de la bienaventuranza de los buenos, y en el campo explica la desgracia de los malos, en atención a que los que le oían todavía eran ignorantes y se necesitaba inclinarlos a obrar el bien por medio del terror, a la vez que a los perfectos debía invitarse por medio de los premios.
 

San Ambrosio

Y observa que San Mateo excita a los pueblos a la virtud y a la fe por medio de premios, mientras que éste los aparta también de los crímenes y de los pecados con la amenaza de los futuros suplicios.

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