Cuando soy débil, soy fuerte

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Nos hemos querido fijar en la segunda lectura de la misa dominical de hoy día 7 de julio, es breve pero de un contenido grande: El Señor le dice a Pablo, que le pedía que le librara de algún defecto o limitación, «te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.»  

Sólo Dios puede desafiar la contradicción: puede crear fuerza, donde hay debilidad; alegría, donde tristeza; esperanza, donde todo la niega. En relación con Dios, la lógica mundana se quiebra, para que allí donde se fracasa pueda darse la salvación; donde todo acaba renazca la esperanza, donde la desgracia resplandezca la misericordia de la gracia divina.

Resulta sencillamente maravilloso que aquello —lo pobre, lo despreciable, lo inútil, lo improductivo, lo desechable, lo pequeño, lo débil, etc.—, que a los ojos del mundo, del mundo prepotente, supremacista, orgulloso, triunfador, soberbio… carezca de valor y estima, venga a ser, porque Dios y solo El así lo quiere, lo bienaventurado.

Dice la Palabra de Dios a través de la pluma de san Pablo,  en la segunda carta a los Corintios (12,7b-10):

Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de Satanás que me apalea, para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.» Por eso, muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso, vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.

 Esta aparente contradicción resulta fascinante. Aunque irreal, para una mirada ausente de fe. Solo se cumple si Dios existe. Solo desde la fe esas palabras de Pablo se revelan como una «verdad» que penetra en nuestro corazón, pese a toda lógica; es decir, dentro de nosotros se produce un secreto asentimiento, que produce alegría sobrenatural.

Aquí nos encontramos con una verdad de espiritualidad proclamada por Cristo: si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios. Es decir, de estar en la dinámica del reinado de Dios, bajo la influencia de su Espíritu, que desde que nos creó con su soplo, sigue soplando y manteniéndonos con su aliento; aunque todo parezca desmoronarse y la figura humana parezca debilitarse, es justamente ahí cuando Dios manifiesta su misericordia gratuita. El no nos abandona nunca, y cuanto más pequeño y débil sea el ser humano más cerca El está..

Es la actitud del niño, que carece de todo sentimiento de suficiencia y que necesita constantemente de sus padres, la que posibilita el que Dios amorosamente intervenga. El niño no presume de su fuerza, sabe que es débil, y es paradójicamente, en esa debilidad donde radica su fuerza, donada.

En la teología espiritual se sabe, como principio, que es justamente que las almas adelantan en su camino no a pesar de su flaqueza, sino a causa de su flaqueza reconocida, aceptada y amada, asumida ya como un argumento para apelar constante a quien es fuerte y viene en auxilio. La gracia de Dios viene en socorro de nuestra debilidad.

La santidad no está en tal o cual práctica piadosa; consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre” (Santa Teresa de Lisieux).

De todo ello se desprende que en este mundo tan hostil a la fe, tan lleno de zancadillas para hacernos caer…, y siendo tan frágiles y llenos de limitaciones y tan tendentes a pecar…, no podemos andar de por libres, orgullosos, creyéndonos fuertes, sin echar mano a la oración, a la vida sacramental, a llevar una vida virtuosa… y a estar en disposición de la Gracia. No podemos casi nada; necesitamos de la Gracia que se nos ofrece. Esto es todo cuanto necesitamos saber, y  practicar. Cuando el Espíritu Santo nos libere del deseo de ser por nuestra cuenta, entonces nuestra fuerza será infinita, pues ésta no conocerá otro límite que el de Dios. 

La vida espiritual del creyente en Cristo solo vive de sentirse necesitado de un Dios que es Padre amoroso que quiere llevarnos cogidos de su mano. Cuando se comprende esto y que solo eso basta, no haremos nada más que agarrarnos a su mano y dejarse llevar, sin más; todo lo demás sobra, cualquier esfuerzo de más por nuestra parte, que no sea el ofrecer nuestra debilidad y pequeñez, lo puede estropear todo.

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