El santo esclavo de los esclavos. Dedicó cuarenta años de su vida a una heroica caridad, de atención y cuidado y encendiendo la única llama de esperanza a los esclavos africanos, considerados personas «sin alma», víctimas de la crueldad de otros congéneres. El se definió: «Yo, Pedro Claver, de los negros esclavo para siempre».
***** En el siglo XVII llegaban a Cartagena de Indias barcos cargados de esclavos africanos tratados como animales. Pedro Claver (1580-1654), el celoso jesuita español, valiente y amante de los pobres. El gran santo que a sí mismo se llamaba “el esclavo de los esclavos”. Unas feligresas que acudían a los oficios religiosos se enfrentaron abiertamente con él y le dijeron en todo altivo: —Padre, celebre la Misa en capilla aparte para los negros pues su hediondez no nos deja concentrarnos en la oración. Y les contestó el valiente Claver: —De esta hediondez son culpables sus amos, que los tratan como animales, no el Señor, que los lavó con su propia sangre. Y si las señoras tiente a bien acudir al confesionario, tendrán que hacer cola detrás de los esclavos, porque para Cristo no hay mayor título que el que todo bautizado posee: ser hijo de Dios.[1] *****
Biografía Pedro Claver, Patrono de Colombia, de mediana estatura y un poco encorvado, es una figura que se torna gigantesca del siglo XVII. Quiso hacerse esclavo de los negros. Le contó al hermano Nicolás, en una conversación que tuvieron en el colegio de los jesuitas de Cartagena de Indias, según su propio cálculo, le salían más de trescientos mil los negros que bautizó. Tenía entonces setenta años. La gran cacería africana reportaba buenas ganancias a los negreros que compraban negros en el continente africano de 1683 por ocho francos y los vendían en Cartagena, la Habana, Portobello, Jamaica, Lima o Veracruz por cien pesos, pudiendo permitirse la muerte de las dos terceras partes del cargamento humano durante la travesía. Era un realismo brutal el que a diario se contemplaba en los mercados de esclavos del Nuevo Mundo. Dicen que unos catorce millones de seres humanos fueron desplazados desde los bohíos africanos hacia América; también se cuenta que, solo a Cartagena, llegó más de un millón de estos desgraciados hombres. Pedro Claver, que había nacido en el pueblecito catalán de Verdú, Lérida, España, el 26 de junio del 1580, hijo de Pedro Claver y Juana Corberó, en familia de campesinos acomodados; después de una infancia sin mayor historia que la de crecer ayudando en las tareas del campo, entró a los diecinueve años en la vida eclesiástica, y luego se hizo jesuita. Al profesar anotó en su cuaderno: «Hasta la muerte me he de consagrar al servicio de Dios, haciendo cuenta que soy como esclavo que todo su empleo ha de ser en servicio de su Amo y en procurar con toda su alma, cuerpo y mente agradarle y darle gusto en todo y por todo». Como había descubierto en Mallorca la perspectiva apostólica americana en sus contactos con el portero santo Alfonso Rodríguez, terminó embarcándose en Sevilla en el galeón San Pedro, el día 15 de agosto de 1610, rumbo a las nuevas tierras. Primero estuvo dos años en Bogotá, luego marchó a Atunja donde estuvo un año y, por último, se convirtió en un residente de Cartagena de Indias, recorriéndola por el prolongado tiempo de treinta y ocho años. Allí se ordenó sacerdote en el 1616. Las notas que pueden entresacarse de la obra del P. Sandoval De la salvación de los negros son escalofriantes. Parece ser que a Cartagena llegan cada año doce o catorce navíos con un siniestro cargamento humano de negros; el negro viene pensando que lo traen para hacer aceite con él y comérselo; en la bodega no se ve sol ni luna; están amontonados; les dan de comer una escudilla diaria de harina de maíz o mijo y un pequeño jarro de agua; hay un terrible murmullo en las tripas del navío; de seis en seis están atados por cadenas en el cuello; aquella masa humana desprende un hedor que nadie puede entrar en la bodega sin mareo. Cuando los sacan en puerto, parecen esqueletos y es raro no encontrar en alguno pústulas infectadas. Ahora van de dos en dos con grilletes en los pies buscando al comprador que dé su precio. Cada barco que llega repite la historia de actividad desenfrenada en el Colegio de san Ignacio donde vive Pedro Claver en su cuarto pobre, con una silla desvencijada y una cama con estera. En contraste con la pobreza, hay allí una rica y abundante despensa de frutas: limones y naranjas, tabaco, aguardiente y aguafuerte para los negros. Ha prometido oración especial para el primero que le avise de la llegada de un barco negrero nuevo. Dada la alarma, corre hacia el puerto y lleva en sus brazos a los enfermos. Tiene montado un sistema de intérpretes: Calapino habla doce idiomas africanos; pero como es imposible hacerse entender, recurre al lenguaje universal del signo con el abrazo a todos los temblorosos negros que puede entre el hedor fétido de desperdicios y pescado podrido. Pedro se las ingeniaba para saber cuándo iba a entrar un barco, y era el primero en salir a su encuentro. Les llevaba alimentos y les daba lo que obtenía con sus limosnas. Solventó las dificultades de comunicación creando un equipo de intérpretes de distintas nacionalidades. Ni siquiera ellos podían seguir el ritmo intensísimo que llevaba. Y eso que simplemente sus mortificaciones, las cinco horas diarias de oración y la frugal comida que tomaba, eran suficientes para caer enfermo. Además, prácticamente atendía todo él solo. Sabía poner esperanzas en aquellos desheredados e infelices negros y hacer milagros con su Cristo de madera. Le llamaban ignorante y muchos creían que de verdad lo era. Su heroica y constante actitud cristiana, cuidando y evangelizando a los negros; su desvelo con los presos de la Inquisición y su afán de ayudar a los extranjeros apresados por las naves españolas no era extraño que provocara el asombro incomprensivo. Él estaba enamorado de aquella pobre humanidad y todo le parecía poco para socorrerla. Y cuando no se desvivía por los demás, rezaba y adoraba por la noche al Santísimo Sacramento. Las señoras Doña Isabel de Urbina y Doña Mariana de Delgado tienen que esperar su turno en las filas de esclavas negras para su confesión. Ellas disponen de confesores abundantes si no quisieran guardar cola, porque las negras no tienen otra alternativa para recibir instrucción, consuelo o perdón. ¿Todos iguales? No; los que sufren y son despreciados tienen prioridad. Un día cayó paralítico. Al que pasó toda su vida en continua actividad, le ha llegado la hora de imitar de modo más completo y perfecto al Maestro. Cuatro años le duró la enfermedad que le llevó a la muerte, abandonado de todos; estuvo al cuidado de un resabiado esclavo negro nuevo que le maltrató sin recibir ninguna queja de Pedro Claver. El día seis de septiembre se extiende por la ciudad, como una ola, el rumor de que se muere el santo; los días siete y ocho se forma espontáneamente un reguero humano que viene y va. Ya sin habla, ve a algunos y les sonríe. El día 9 de septiembre del año 1654 marchó al cielo, habiendo cumplido su misión. Fue canonizado junto a su admirado hermano san Alonso Rodríguez el 15 de enero de 1888. Pío IX le había beatificado el 16 de julio de 1850. «La vida que más me ha impresionado después de la de Cristo», dijo el papa León XIII cuando lo canonizó. Archimadrid.org ————— [1] LÓPEZ MELÚS, RAFAEL Mª., Caminos de santidad V, ejemplos que edifican, Edibesa, Madrid 2000, pp.313-41. ACUALIDAD CATÓLICA
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