El katéjon (I)

VATICANO. Ansa/Brambatti

          Vosotros sabéis qué es lo que ahora le retiene, para que se manifieste en su momento oportuno. Porque el ministerio de la impiedad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene,  entonces se manifestará el Impío (2Tes 2,6-8). 

         San Pablo lo llama el katéjon, el obstáculo, que se concreta en el katéjos, es decir, un ser obstaculizante. Hasta que dicho katéjon no sea “quitado de en medio” no se manifestará el Impío, el Hombre sin Ley, el Anticristo.

         Pablo atribuye el retraso de la Parusía a algo (2 Tes 2, 6) o alguien (v. 7) que «retiene»: una fuerza o persona que impide la manifestación del Anticristo (y que debe preceder a la Parusía). Los destinatarios de la carta captaban al parecer la alusión, pero para nosotros es un enigma.

            Toda la tradición exegética posterior, desde los primeros siglos, coincidió en señalar que San Pablo se refería al Imperio Romano. Es muy difícil que el «obstáculo» sea el Imperio Romano, puesto que el Imperio Romano de Occidente tuvo el cristianismo como religión oficial desde el edicto de Tesalónica decretado por Teodosio el 380. El Imperio Romano de Occidente cayó el 476, y el mismo de Oriente (bizancio) en el 1453, o su subsistencia en el principio de autoridad sobre el que se fundaba la organización romana, a la que habría puesto fin Napoleón o la caída del imperio austro-húngaro; o la Rusia de los Zares se consideraba la tercera Roma, que cayó a manos de comunismo. O que, según piensa otros, todavía subsiste, a través de la institución del Papado. O los hay que la traducción el Orden Romano en la civilización occidental, que, en muchos sentidos podría ser identificado con el orden natural en tanto se funda en el respeto a las leyes básicas de éste tales como la religión, la familia, la autoridad, la propiedad, etc.

         Opinaba san Justino que el katéjon es la misma Iglesia, cuya presencia constituía el último obstáculo para la manifestación del Anticristo. Según san Justino “Ecclesia de medio fiet”, la Iglesia será sacada de en medio. Su estructura temporal será arrasada, al menos una parte ostensible de ella, y la abominación de la desolación entrará en el lugar santo: “Cuando veáis la desolación abominable entrar adonde no debe, entonces ya es” (Mt 24,15). También San Victorino aplicó el katéjon  a la Iglesia, que “será quitada”, en el sentido de que volvería a la oscuridad, a las catacumbas, perdiendo todo influjo en el orden social.

         Lo que sostiene al cuerpo místico de Cristo, a su Iglesia, es la presencia de Cristo mismo en ella, y a través de ella, en el mundo, irradiando su gracia al universo entero, como sustento. El que retiene a todos los demonios es el propio Cristo, en la Eucaristía. La presencia más real de Cristo radica en la Eucaristía; Ella es el corazón de la Iglesia. La fe en la Eucaristía es el impedimento para que se manifieste el inicuo. Solo es cuestión de tiempo, poco por cierto, de que la Eucaristía sea reducido a un símbolo. De ahí todo el empeño de Satanás de acabar con la santa Misa. De modo que como objetivo supremo, el diablo siempre ha intentado, por medio de los herejes, privar al mundo de la Misa. El Anticristo, antes que cualquier otra cosa, tratará de abolir efectivamente el Santísimo Sacramento del altar. El profeta Daniel dice que será el Anticristo quien suprima, elimine el «sacrifico del altar»,  oficialmente desde el trono sagrado.

ACTUALIDAD CATÓLICA