Habría más creyentes si lo que decimos creer creyéramos realmente, o lo que es lo mismo si viviéramos comprometidamente nuestra fe.
Uno de los pecados más graves, aunque no figure entre los 7 pecados capitales —o sí, ¿tal vez el de la pereza?—, es el pecado de omisión; un pecado de capital importancia.
La gente dice, generalmente, «yo no tengo pecados…, no hago daño a nadie…, soy buena gente.» Hay dudas al respecto, pero aceptémoslo, y ¿del bien que puedes hacer y no lo haces? o ¿de lo que deberías hacer y no lo haces?…
No hacer nada pudiendo hacer algo bueno es ya un mal. El cruzarse de brazos o consentir pasivamente ante el mal, es participar de alguna manera en él. «Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada» (Edmund Burke).
Los cristianos no podemos retrotraernos a vivir nuestra fe de manera intimista, oculta, ajena a nuestro estar en la realidad social que nos ha tocado en suerte. No podeos huir y refugiarnos confortablemente en las paredes del templo o de nuestro entorno estrictamente familiar. El compromiso que demanda la fe es una actitud de apertura y dialogo activo con todos los aspecto de la realidad que nos sale al encuentro y en todas sus circunstancias. No nos está permitido rehuir, escabullirnos y desentendernos; la conciencia informada por la fe y el amor que profesamos y de los que vivimos no debería dejarnos en paz, tranquilamente, sin más.
Con todo esto nos referimos a la necesidad imperiosa de que el cristiano dé testimonio de su condición, sea activo en su fe, se comprometa, se movilice…
Hay que vivir cada instante de cada vida con la finísima conciencia de nuestras actitudes ente lo que acaece. Pongamos ejemplos concretos:
A veces se ve a un feligrés católico en la iglesia portando bajo el brazo un periódico. Es de una determinada cabecera (en España, El País), cristianofóbica hasta decir basta, neurótica anticatólica. Y uno se pregunta: ¿Cómo es posible que este creyente sea incapaz de hacer la reflexión de que con su contribución económica al consumir ese producto está favoreciendo, potenciando la actividad de ese medio enemigo de la causa de Nuestro Señor Jesucristo? Se dirá que es una cosa pequeña, ínfima; pero es cuanto se nos pide hacer por nuestra parte. Seamos humildes. Es tan solo un grano de arena, pero quizá eso que Dios requiere para derramar su gracia poderosa. Dejémoslo en su manos. El se encarga. Pensemos que el Reino es como una grano de mostaza…
Este compromiso pequeño nuestro se amplía cuando lo vamos extendiendo a otras muchas cosas más, por ejemplo: cuando se consume productos de Disney, de Netflix; o cuando se da donativos a ONGs que fomentan el aborto, o las que tienen una actitud anticristiana o que choca con los principios y valores cristianos, por ejemplo la ONU y sus agencias, entre ellas Unicef; cuando se vota a partidos que los respectan los principios indeclinables para un cristiano, como son los de la vida (aborto, eutanasia…), la familia, la libertad de educación, el bien común. Hay que estar activos y no favorecer «sin darnos cuenta» aquello que perjudica al Reino de Dios.
Hay otras cuestiones en los que los creyentes tenemos que ser conscientes y comprometernos activamente: ahí están manifestaciones que se convocan contra la cultura de la muerte, las campañas o colaboraciones que se piden por cualquier medio –internet– para apoyar tal o cual causa justa sobre todo si es iniciativa de grupos, portales o colectivos cristianos, etc.
En fin, que hay muchas causas —aunque sean muy pequeñas— en las que podríamos implicarnos. Estas han sido unos ejemplos, pero seguro que hay muchas más que cada cual puede descubrir con pensarlo un poco.
Hay que dar la cara, molestarse, preocuparse, participar, emplear tiempo y dinero, estar activo… por nuestra fe, salir de nuestra zona de confort en que hemos instalado nuestra conciencia.
Y a ver si los sacerdotes comienza ellos mismo por tomar la iniciativa… Yo, hasta ahora, jamás he ido un sermón hablando de esto; ¿y ustedes?
Seguro que si Jesús se hubiera quedado confortablemente en Nazaret antes de acometer los tres años del anuncio del Reino y la predicación invitando a la conversión y a seguirle, nada hubiera ocurrido, y nuestra fe no existiría.