Esta es la clave: cumplir la voluntad de Dios

En la liturgia de la misa hoy, 12 de octubre,  el evangelio el de según san Lucas (11,27-28). Es muy breve, apenas cuatro líneas; pero de un mensaje importante: los más «dichosos (son) los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»:

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»

Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen

El contenido de este texto evangélico nos recuerda a aquel otro de también según san Lucas (8,19-21):

En aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermano, pero con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces lo avisaron: «Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte.»

Él les contestó: «Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra


Dos cosas llaman la atención: la relevancia de hacer la voluntad de Dios y el papel de la madre de Jesús.

Si alguien quiere ser cristiano, es decir, adquirir la familiaridad a través de la filiación con Dios Padre, a través del Hijo, la Palabra, es escucharla y ponerla en práctica, a través del Espíritu Santo, obra en el ser humano, especialmente en aquel que se ha dispuesto a hacer la voluntad divina, y que a través del bautismo se ha sido filiado sobrenaturalmente.

Ha si decimos cada vez que rezamos la oración que Jesús nos ha enseñado: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Creer, para ser salvo, está vinculado con el Fiat, hágase tu voluntad; creer es ponerse bajo la dinámica de la voluntad divina. Es decir, creer así es entrar en el Reino, bajo el reinado de Jesucristo, pertenecerle, permanecer en Él, Cristo el mismo Reino. Ser dóciles a la Gracia, a la acción de Dios en nosotros, el Espíritu Santo, es la clave de toda la vida cristiana.   

La Madre de Jesús, amén de ser piropeada, resulta relegada a un segundo plano por el mismo Jesús. Lo importante es el Reino de Dios, y ella está, ha estado desde siempre al servicio del mismo: ya desde los orígenes: María, quien accedió a dar el sí a Dios, con su «he aquí la sierva del Señor, hágase en mí­ según tu Palabra» (Lc 1,38) al arcángel Gabriel. Luego, a su vez, María, en los comienzos del anuncio del Reino y de la manifestación de la divinidad de Jesucristo, encomienda a la humanidad hacer su voluntad: en las bodas de Caná  la Madre de Jesús encarga a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga.»(Jn 2, 11). He incluso aquí parece como marcar una distancia, entre el parecer de ambos: «Jesús le dice: «Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Algo parecido aparece en la escena del Niño perdido en el templo: Jesús pone a sus padres terrenos (María y José) en segundo lugar, al servicio del Reino, de la causa por la que Él ha sido enviado, y así les dice: «Él les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). 

María desde siempre y para siempre estuvo ha disposición la voluntad divina, desde el fiat inicial, hasta yendo de allá para acá, a Egipto, y a lo largo de la vida pública de Jesús, especialmente a la hora de su muerte, al pide la cruz, humilde y dolorosamente, guardando todo en su corazón, le dijo su Hijo agónico: «Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo

En esta sencilla palabra «fiat», radica todo, pues nos lo jugamos todo. Marca la raya de si se estamos del lado de Dios o no, de si pertenecemos a su Reino o no, de si estamos bajo la acción de su gracia y si estamos dispuesto a amar según el ama. Si no escuchamos la voz de Dios y no hacemos su voluntad, nada de esto es posible.

Nuestra voluntad es una: querer lo que Dios quiere. Su voluntad -que quiere que hagamos- se identifica con lo que El quiere para nuestro bien; desobedeciendo, nos perjudicamos y  comprometemos gravemente nuestras vidas.

Es Jesús mismo el que dijo quien me ame hará lo que yo digo: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras…” (Jn 14,23-24a). La afirmación de fe de que amas al Señor se comprueba en si hacemos su voluntad.  

La autenticidad cristiana radica en la disposición sincera y constante, aún con desfallecimientos, de conocer y cumplir, siempre y en cualquier circunstancia, la Voluntad de Dios, salvación nuestra.

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