No abarca sólo la pobreza material, sino también la cultural y espiritual: de toda la persona. La mayor pobreza es la de no tener nada. sobre todo a uno mismo; no ser dueño de sí, sino estar en manos de Dios; a su absoluta disponibilidad y con total confiado en Él, pase lo que pase. Estar desprovisto de la voluntad, del hacer lo que uno quiere, del capricho —tan hoy día en boga—; para ser obediente a la voluntad divina, que se explicita a veces a cada paso, pero siempre en el deber y en sus mandatos, especialmente el del amor.
Dejarlo todo, dejarnos a nosotros, por amor a Dios, es la santidad mayor. No disponerse de sí mismo, no pertenecerse. Romper toda su obra, todo lo proyectado, incluso pedido por Dios, porque Dios se lo pidió, como prueba de absoluta disponibilidad y entrega. Sabiéndose que se está en las manos de Aquel que le ama más que sí mismo y que le procurará el mayor bien: ser santo como Él es santo. Como decía santa Teresita: «La sanidad no es tal o cual práctica sino que consiste en una disposición del corazón que nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre». Tal vez por ello sea tan difícil, especialmente entre la juventud, el creer en Dios. Él pide el desprendimiento…, para seguirle, para hacer su voluntad; lo cual resulta imposible para un joven de hoy día tan apegado a sus cosas, sus dependencias, sus deseos, gustos, caprichos, etc., que constituyen su voluntad irrenunciable. Dios al encarnarse nos mostró el camino, que tanto santos han seguido. Así lo expresa Francisco de Quevedo: «Nace en la pobreza más encarecida, apenas con aparato de hombre: sus primeras mantillas el heno, su abrigo el vaho de dos animales; en la sazón del año más mal acondicionada, donde la noche y el invierno le alojaron en las primeras congojas de esta vida, con hospedaje que aun en la necesidad le rehusaran las fieras»[1]. Dios escogió encarnarse en la pobreza doblemente, como hombre y como pobre. Uno se estremece viendo la magnitud de esos santos que lo podrían haber tenido todo y eligieron Todo. Murieron sin nada, con apenas la única ropa que llevaban puesta (¡cuando nosotros tenemos los armarios repletos de vestidos que ni siguiera nos da tiempo ni para usar un parte en cada temporada del año!). «En todo el tiempo que (san Juan de Ávila) vivió —dice de él Fr. Luis de Granada— no tuvo nada, ni quiso nada, ni nada le faltó». Por no tener nada, lo poseyó todo.»[2] «El superior el preguntó a san José de Cupertino, cuando iba a morir, como se acostumbraba en el monasterio, si tenía algo que entregar. Respondió que no tenía nada, absolutamente nada». [3] «Santa Juana de Chantal se alegraba cuando le faltaba alguna cosa»[4]. «Ni tenemos hacienda, ni la queremos, ni procuramos», decía santa Teresa[5]. «Sentía pena de que se nos iba acabando la pobreza, y mis compañeras lo mismo; que como las vi mustias, les pregunté qué habían, y me dijeron: “¿Qué hemos de haber, Madre?”, que ya no parece somos pobres.” «Desde entonces me creció el deseo de serlo mucho, y me quedó señorío para tener en poco las cosas de bienes temporales; pues su falta hace crecer el bien interior, que cierto trae consigo otra hartura y quietud»[6]. “¡Oh dichosa pobreza que procuras riquezas eternas a quienes te aman y abrazan!” (Santa Clara)[7]. “Debe saber igualmente que un hombre vestido no puede luchar con otro desnudo, porque quien en sus vestidos ofrece fáciles agarradero al enemigo es derribado a tierra en seguida. Por este motivo, tú te has despojado de los vestidos superfluos, que son las riquezas temporales, a fin de vencer mejor en el combate contra las vanas ilusiones de este mundo; has elegido el camino angosto para mejor llegar a la puerta del cielo” (Santa Clara)[8]. Amar la pobreza es descubrir que en ella se encuentra con Dios. El que se siente ante Dios como niño es un ser esencialmente pobre y confiado. Fruto de la pobreza será una confianza absoluta en Dios, nos abrimos a Él. El desvalido se confía a Ti (Sal 9-10,14).. . Al niño le es fácil acceder al Reino, al mundo de Dios, de la gracia, pues es un ser esencialmente pobre y confiado, confiado porque sabe de su debilidad, de su pobreza, de su necesitar… Entonces esa pobreza, paradójicamente, se convierte en posibilidad de riqueza. El pobre, como el niño, no está pertrechado de «verdades» especulativas, que rechazarían la verdad. Bienaventurados los pobres porque tienen a Dios por rey, porque ellos permiten su reinado, porque ellos viven el protagonismo del Reino, porque ellos, dadas sus condiciones hacen percibir, hacen presente el Reino, porque se mueven con la gracia del Espíritu, porque la vida trinitaria corre con la facilidad por su ser; porque en ellos la voluntad de Dios es praxis. Eliminar del corazón el afán de apropiación y el espíritu de dominio. La pobreza otorga una actitud a la personalidad de situarse ante las cosas y el mundo que le rodea de manera no acaparadora, no posesiva.La pobreza, el desasimiento de los bienes de la tierra evita que nos instalemos en ella y nos permite vivir como peregrinos y forasteros en este mundo. «La voluntad de Dios es que marches por medio del mundo, pero como en un desierto» (san Felipe Neri)[9]. La pobreza interior, que se refleja en la exterior, es la actitud de apertura a Dios, la disponibilidad de quien todo lo espera del Señor. Pobre es el que se ha desprendido de todo cuanto llenaba su corazón para dejar únicamente sitio a Dios. Hay que hacer renuncia a muchas cosas… Ceder a los gustos, intereses, opiniones, prestigio, ser tenidos en cuenta… Pasar desapercibidos, ignorados, sin un lugar (en la historia), marginados, inútiles, no tenidos en cuenta, como no siendo nadie, es la forma más extraordinaria de ser pobres de solemnidad. La pobreza no tiene nada por seguro, solo a Dios. Cualquier posesión de algo, sea externo o interno, que nos de seguridad al margen de Dios, hace imposible que Dios se nos dé. Ser pobre es sentirse necesitado, depender de los demás, pedir, pedir favores, estar en deuda, agradecido. Cristo era pobre: cuando tenía necesidad de una sala para celebrar la cena, la pedía prestada. Desde que Dios ha asumido la pobreza, la ha sacralizado. Pobreza inmaculada, pobreza divina, pobreza sagrada, pobreza para ser besada. Los que saben más de esta pobreza, dolorosa y gozosa, como ascesis que purifica todo género de arrogancia y de seguridad humana, son los contemplativos. La vida de la gracia nos empujará suave y sencillamente, «naturalmente», a ser pobres. Cuando uno no dispone de nada ni de si, cuando se ha quedado sin tiempo, porque ya no le pertenece, entonces ha entrado en el tiempo de la eternidad.
…………………………… [1] QUEVEDO, F., Política de Dios, gobierno de Cristo: Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1932, p.309. [2] GONZALEZ RUIZ, N. y GUTIERREZ GARCIA, J. L., Juan de Ávila, BAC, Madrid, 1961, p.15. [3] SALES, L., La vida espiritual, Madrid, 1977, p. 306. [4] SALES, L., La vida espiritual, Madrid, 1977, p.308. [5] Moradas Terceras, cap. II, p.65 [6] SANTA TERESA DE JESUS, Libro de las fundaciones, c. 15. [7] CASOLINI, F., Santa Clara de Asís, UT AMETUR, Buenos Aires, 1953, p.157. [8] CASOLINI, F., Santa Clara de Asís, UT AMETUR, Buenos Aires, 1953, p.159. [9] ESQUERDA BIFET, J., «Testigos del encuentro», Sígueme, Salamanca,p.114.
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