Las cigüeñas

Estas aves tan queridas desde la niñez, que no faltan en ningún pueblo (siempre regresaban de su emigración por san Blas, 3 de febrero; existe el dicho por san Blas la cigüeñas veras; hoy por la cosa ecológica del calentamiento -debe ser-, o porque ¿quién sabe? barruntan algo…; el caso es que ya no emigran en los meses invernales, permaneciendo haga el frio que haga sobre sus nidos en lo más alto de la torre de la Iglesia.

Pues a lo que voy: hace cosa de 7 años, se restauró en tejado de la Iglesia, un imponente templo, cuyos gastos ascendieron a la extraordinaria suma de a más de 700.000 euros, que costó Dios y ayuda reunirlos. Por aquel entonces había un nido, el de siempre, de cigüeña, una inmensa mole de más de dos toneladas, con un perjuicio grande la techumbre de templo. En fin, se «derribó», reconstruyéndolo en una plataforma donde estaba situado. Pues bien, he te aquí que pasados estos pocos años, y por mor de la repoblación de esta especie protegida y ya no migratoria, el tejado se ha llenado de nidos: más de 10, que cada vez van en aumento de tamaño y hasta, seguro, en número.

En conclusión: No hace falta que los enemigos de la Iglesia se preocupen por socavar sus cimientos y usen esa expresión de miliciano guerra-civilista «la iglesia que mejor ilumina es la que arde»; ya hay quién va a acabar por hundir las iglesias (al menos ésta de Meco): las cigüeñas. Las famosas cigüeñas que ya no traen niños (en España no nacen); y entre unas cosas y otras, por falta de remplazo, las iglesias se están quedando vacías de nuevos bautizados.

En fin, valga esta metáfora, para visualizar que el futuro de la Iglesia en España (como en todo Occidente), por efecto de las cigüeñas –a los que los animalistas y ecologías, todos ellos muy progres– van a llevar a cabo la labor de hundir los templos (los que queden en pie, pues el Estado anda como loco por promover una nueva desamortización ante la gigantesca deuda pública que tiene –como ha ocurrido en otros periodos de la historia–), o quizá y también, por mermar la presencia de la Iglesia…

Nos apena, pero no estamos tristes; aunque se vengan abajo todos los templos de la tierra, sabemos ciertamente que nuestro Reino no es de este mundo y que la Iglesia prevalecerá por siempre.

Y sucede, por otra parte, cuando se arrebata lo material, el espíritu, en pobreza, desapegado de ese peso que lo ata y restringe, puede volar más libremente y ser más puro y de Dios.

(Ah, y cigüeñas traednos niños).

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