Santos: Lucas, evangelista, patrono de los sanitarios; Asclepíades, Atenodoro, obispos; Justo, niño; Juan de la Lande; Lucio, Victorico, Inés, Justo, Artenio, Lucio, Víctor, Dasio, Leucio, Berecio, Faustino, Marcial, Termes, Tasio, Flaviano, mártires; Jacobo, diácono; Artemio, Honesta, Teca, vírgenes; Trifonia, esposa de Decio; Monón, eremita y mártir; Julián, eremita.
La tradición eclesiástica hace a Lucas oriundo de Antioquía de Siria y lo presenta como procedente de la gentilidad, pero de esto no hay dato comprobable. Es cierto que fue el autor del tercer evangelio que lleva su nombre y del libro llamado Los Hechos de los Apóstoles; compañero de Pablo en las correrías apostólicas y su compañero fiel durante la segunda y tercera cautividad. Parece ser, sin que pueda ser una afirmación rotunda, que predicó el evangelio en Bitinia y Acaya y quizá que murió crucificado en Patrás.
Él no había conocido al Maestro; no vio sus milagros ni escuchó directamente su predicación; no aparece Lucas o Lucano en las listas apostólicas y no fue testigo directo de la resurrección del Señor. Escribió lo que escuchó de la predicación paulina; pero se muestra como historiador minucioso al preocuparse de comprobar la veracidad de lo que escribe tomando como base a las personas que fueron testigos oculares. Es médico de profesión, al menos con el cariñoso apelativo de «médico amado» lo menciona Pablo en la carta que escribió a los fieles de Colosas. Y probablemente por ello, desde tiempo inmemorial es tomado por Patrón de médicos y cirujanos.
El análisis interno de su obra confirma la afirmación de que no procedía del judaísmo y de que los destinatarios primordiales de sus escritos son convertidos a la vida cristiana procedentes del mundo pagano. No habla ni explica ritos o fiestas judías; no se apoya en la ley mosaica. Conoce y emplea bien el griego vulgar; dicen los expertos que se notan en su escrito restos o substratos hebreos y latinos que ponen de manifiesto la existencia de otras fuentes anteriores que debió de utilizar para su redacción última.
Selecciona los materiales de que dispone para adaptarlos a las necesidades de sus futuros lectores, que son los que han llegado al cristianismo procedentes de la gentilidad o del paganismo. Silencia lo que a ellos pudiera sonarles extraño o resultarles duro, como la respuesta de Cristo a la mujer cananea, las burlas de los soldados a Jesucristo sufriente por todos en la cruz, y calla la primera misión apostólica temporal, restringida al mundo de los judíos con la prohibición de ir a los paganos. Por otra parte, se recrea en aquellos recuerdos que les han de ser gratos y escucharlos con agradecimiento; así, al hilo de la parábola de Jesús, hace apología del samaritano que muestra compasión con el medio muerto judío –robado y apaleado– que fue ignorado por el sacerdote y por el escriba compatriotas suyos; no se olvida de resaltar la fe del centurión, y fue un extranjero o pagano o gentil aquel leproso agradecido de su curación entre los diez sanados. En su conjunto, estos detalles dan la sensación de ser auténticas filigranas de delicadeza con sus futuros lectores.
Así quedan abiertas las puertas a la principal de las características expuestas por Lucas más que en los otros sinópticos: mostrar la universal misericordia de Dios con los que más la necesitan. Además de mostrar episodios sugerentes de que no excluye a nadie del perdón divino (el trato que dispensó a la pecadora arrepentida, la llamada tajante de Zaqueo que era publicano y pecador, el perdón con promesa inmediata de salvación al ladrón arrepentido), compendia el mensaje universal de la salvación querida por Dios en las parábolas de la misericordia enseñando la entraña bondadosa y paciente del padre que recibe al hijo que se fue, de la oveja perdida y buscada sin descanso hasta encontrarla y de la moneda extraviada que motivó tener que remover la casa entera hasta dar con ella. Sin duda pensó que a la mayoría de sus lectores, no procedentes del mundo de los patriarcas, debían hacer mucho bien aquellas enseñanzas de Jesús que llamaban a grito pelado a los pecadores para que se refugiaran en la bondad de Dios.
Quizá pueda pensarse –algunos ya se inclinan a aceptarlo sin rubor– que gozó de un privilegiado conocimiento y trato especial con la Santísima Virgen para poder narrar detalladamente sucesos salvadores del hombre que pertenecen al ámbito de su intimidad como la Anunciación, y los demás correspondientes a la infancia de Jesús por los que ha merecido ser conocido como el evangelista de la infancia.
Gracias a él conocemos también los pasos iniciales de la Iglesia desde su eclosión en Pentecostés y su desarrollo primero desde Oriente a Occidente. La iconografía lo representa con el símbolo del toro quizá porque comienza su relato evangélico con la narración del sacrificio de Zacarías en el Templo de Jerusalén.
Una faceta menos conocida de Lucas es la que alguna tradición afirma sobre su condición de artista; se le atribuye la cualidad de pintor. Bolonia, Roma y Salamanca dicen contar con pinturas suyas del rostro de la Virgen con lo que podría presumir de ser el retratista para quien posó la más bella de todas las mujeres. ¡Qué pena que solo puedan datarse hacia atrás hasta el siglo XIII!.