El evangelio de la misa de hoy, 30 de julio, trata de la parábola del trigo y la cizaña, en que los discípulos de Jesús le piden que se la explique.
La explicación que ofrece el Señor es contundente y sin lugar a dudas; explícita para aquellos que pretenden ignorar el riesgo de la perdición infernal.
A este respecto hay que decir que Dios pone todo de su parte por salvar de la condenación eterna a todos. Pero no todos se dejan salvar; es una opción de la libertad con cuya dignidad hemos sido creados como seres personales y espirituales. El buenismo de que nadie se va a perder pues Dios es muy bueno y no lo va a consentir y que siempre perdona y perdonará por mayor que sean nuestras causas ofensivas, pecadoras; choca amén de la libertad dada que engrandece nuestros actos para bien o para mal y choca con la misma palabra revelada, que nos habla de la realidad del infierno en decenas de veces. Y a esto hay que añadir que esa misma voluntad salvadora la tendría Dios con los ángeles caídos, y sin embargo, terminaron en el infierno. Y como si quisiera reafirmar este gran peligro, dice al final: El que tenga oídos, que oiga.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,36-43):
En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema: así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.»
Si henos titulado este artículo «Cizaña» es porque queremos fijarnos concretamente en ella: «la cizaña son los partidarios del Maligno«, que será quemada al final. Esta expresión es dura y contundente, y uno ante ella se tiene que tentar la ropa y preguntarse ¿estaré siendo de esos partidarios…, por acción, omisión o inconsciencia? ¡Cuántas veces hacemos el juego al Maligno!
Cuando uno peca, es un corrupto o un malvado, etc., no solo comente un mal, sino que lo esparce, fomenta y posibilita. Como la cizaña, que crece y se multiplica. Y esto es de una gravedad extraordinaria, a la que colaboramos cual cooperadores necesarios del enemigo, que en la oscuridad de la noche siembra las semillas del mal que ahogan la buena semilla de Reino de los Cielos.
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Palabras del papa Francisco:
(Ángelus de 19 julio 2020)
Jesús cuenta que, en el campo en el que se ha sembrado la semilla buena, brota también la cizaña, un término que resume todas las malas hierbas, que infestan el terreno. Entre nosotros, podemos decir que también hoy el terreno está devastado por muchos herbicidas y pesticidas, que al final también hacen mal tanto a la hierba, como a la tierra y a la salud. Pero esto, entre paréntesis. Los siervos entonces van donde el amo para saber de dónde viene la cizaña, y él responde: «Algún enemigo ha hecho esto» (v. 28). ¡Porque nosotros hemos sembrado trigo bueno! Un enemigo, uno que hace la competencia, ha venido a hacer esto. Ellos quieren ir enseguida a arrancar la cizaña que está creciendo, sin embargo el amo dice que no, porque se corre el riesgo de arrancar juntas las malas hierbas —la cizaña— y el trigo. Es necesario esperar el momento de la cosecha: solo entonces se separan y la cizaña será quemada. Es también una historia de sentido común.
En esta parábola se puede leer una visión de la historia. Junto a Dios —el amo del campo— que esparce siempre y solo semilla buena, hay un adversario, que esparce la cizaña para obstaculizar el crecimiento del trigo. El amo actúa abiertamente, a la luz del sol, y su propósito es una buena cosecha; el otro, el adversario, sin embargo, aprovecha la oscuridad de la noche y obra por envidia, por hostilidad, para arruinar todo. El adversario tiene un nombre: es el diablo, el opositor de Dios por antonomasia. Su intención es obstaculizar la obra de salvación, para que el Reino de Dios sea obstaculizado por trabajadores injustos, sembradores de escándalos. De hecho, la buena semilla y la cizaña no representan el bien y el mal de forma abstracta, sino a nosotros los seres humanos, que podemos seguir a Dios o al diablo. Muchas veces, hemos escuchado que una familia que estaba en paz, después han comenzado las guerras, las envidias… Un barrio que estaba en paz, después han empezado cosas feas… Y nosotros estamos acostumbrados a decir: “Alguien ha venido ahí a sembrar cizaña”, o “esta persona de la familia, con los chismes, siembra cizaña”. Siempre es sembrar el mal lo que destruye. Y esto lo hace siempre el diablo o nuestra tentación: cuando caemos en la tentación de chismorrear para destruir a los otros.
La intención de los siervos es la de eliminar enseguida el mal, es decir a las personas malvadas, pero el amo es más sabio, ve más lejos: estos deben saber esperar, porque soportar las persecuciones y las hostilidades forma parte de la vocación cristiana. El mal, por supuesto, debe ser rechazado, pero los malvados son personas con las que hay que tener paciencia. No se trata de esa tolerancia hipócrita que esconde ambigüedad, sino de la justicia mitigada por la misericordia. Si Jesús ha venido a buscar a los pecadores más que a los justos, a curar a los enfermos antes que a los sanos (cfr. Mt 9,12-13), también nuestra acción como sus discípulos debe estar dirigida no para suprimir a los malvados, sino para salvarlos. Y ahí, la paciencia.
El Evangelio de hoy presenta dos modos de actuar y de vivir la historia: por un lado, la mirada del amo, que ve lejos; por otro, la mirada de los siervos, que ven el problema. Los criados se preocupan por un campo sin malezas, el amo se preocupa por el buen trigo. El Señor nos invita a asumir su misma mirada, la que mira al buen trigo, que sabe custodiarlo también en las malas hierbas. No colabora bien con Dios quien se pone a la caza de los límites y de los defectos de los otros, sino más bien quien sabe reconocer el bien que crece silenciosamente en el campo de la Iglesia y de la historia, cultivándolo hasta la maduración. Y entonces será Dios, y solo Él, quien premie a los buenos y castigue a los malvados. La Virgen María nos ayude a comprender e imitar la paciencia de Dios, que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, que Él ama con amor de Padre.
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Catena Aurea
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,1
El Señor había hablado a las gentes en parábolas con el objeto de excitarlas a que le preguntaran; y aunque dijo el Señor muchas cosas en parábolas, ninguno, sin embargo, le preguntó, y por eso los despidió. Por eso sigue: «Entonces, despedidas las gentes, se vino a su casa». Pero no lo siguió ninguno de los escribas, de donde resulta claramente, que al seguir al Señor no tenían más objeto que el sorprenderlo en sus discursos.
San Jerónimo
Mas Jesús despide a las gentes y se vuelve a su casa, a fin de que se acerquen sus discípulos y le pregunten en secreto lo que no merecía ni podía entender el pueblo.
Rábano
En sentido místico, despedida la gente de los judíos que se agolpaban, entra en la Iglesia de todas las naciones y expone en ella a los fieles los misterios celestiales. Por eso sigue: «Y se le acercaron sus discípulos».
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,1
Otras veces deseaban saber los discípulos, y temían preguntar; mas ahora le preguntan con toda libertad, y tienen confianza a causa de aquellas palabras: «A vosotros os ha sido dado el conocer el misterio del reino de Dios» ( Mc 4,10). Por eso cada uno en particular o separadamente le preguntan, a fin de no parecerse a la muchedumbre, a quienes no fue concedido este don. Y dejan la parábola de la levadura y de la mostaza, como más claras, y le preguntan sobre la parábola de la cizaña, porque tiene más relación con la parábola de la simiente y dice alguna cosa más. El mismo Señor les dice el sentido de esta parábola diciéndoles: «El que siembra la buena simiente es el Hijo del hombre».
Remigio
Se llama el Señor a sí mismo Hijo del hombre, para darnos un ejemplo de humildad, o también, ya porque sabía que los herejes habían de negar que El fuera hombre, o ya porque mediante la fe en su humanidad pudiéramos ascender al conocimiento de la divinidad.
Sigue: Y el campo es el mundo.
Glosa
Siendo El mismo el que siembra su campo, es indudable que el mundo actual es de El. Sigue: «La buena simiente son los hijos del reino».
Remigio
Es decir, los hombres santos y los elegidos, que son los que se cuentan entre sus hijos.
San Agustín, contra Faustum, 18,7
El Señor entiende por cizaña no algunos errores introducidos en las verdaderas Escrituras (según interpretan los maniqueos), sino todos los hijos perversos, esto es, los imitadores de los errores del diablo. Mas la cizaña son los hijos malos, por los cuales entiende los impíos y perversos.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,11
Todo lo que es impuro en la mies es cizaña. Sigue: «El enemigo que la ha sembrado es el diablo».
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2
Es, en efecto, obra del diablo el mezclar el error con la verdad. Sigue: «La mies es la consumación del siglo». Dice en otro lugar, pero hablando de los samaritanos: «Levantad vuestros ojos y considerad las regiones que ya están blancas para la siega» ( Jn 4,35). Y: «la mies, en verdad, es mucha, sus operarios pocos» ( Mt 9,37; Lc 10), en cuyas palabras expresa que la siega ha llegado ya. ¿Cómo, pues, dice aquí que llegará? Porque está tomada en sentido diferente la palabra siega. Allí ( Jn 4) se dice: «Uno es el que siembra, y otro es el que siega»; y aquí se dice que es uno mismo el que siembra y el que siega. Cuando establece la distinción entre el que siembra y el que siega, diferencia a los apóstoles, no de si mismo, sino los profetas, porque el mismo Cristo es el que sembró por medio de los profetas entre los judíos y los samaritanos. El toma, pues, bajo dos aspectos en este pasaje, las palabras simiente y siega. Así, cuando habla de la obediencia y de la persuasión a la fe, usa la palabra siega, porque es la perfección de las cosas. Pero cuando trata del fruto que se saca de oír la palabra de Dios, llama a la siega consumación, como sucede en este lugar.
Remigio
Por siega se entiende el día del juicio en que serán separados los buenos de los malos por el ministerio de los ángeles. Por eso se dice más abajo: «Cuando vendrá el Hijo del hombre con sus ángeles a juzgar» ( Mt 25). Por eso sigue: «y los segadores son los ángeles».
Sigue: «Y así como se coge la cizaña, etc., del mismo modo cogerán los ángeles todos los escándalos de su reino».
San Agustín, de civitate Dei, 20,9
¿Acaso de aquel reino donde no hay escándalos? Serán recogidos de su reino de aquí, es decir, de la Iglesia.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 1,10-11
La cizaña, que es lo primero que se separa, nos indica las persecuciones que precederán al día del juicio, y separarán a los buenos de los malos mediante el ministerio de los ángeles buenos, que tendrán la misma intención de cumplir que la que tiene la misma ley y el mismo juez. Los (ángeles) malos son incapaces de realizar el ministerio de la misericordia.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,2
También puede entenderse del reino de la Iglesia celestial, y entonces el castigo es doble, a saber: la pérdida de la gloria, según las palabras: «Y cogerán todos los escándalos de su reino (es decir, para que los escándalos no entren en su reino)» y el suplicio del fuego según estas otras: «Y los echarán en el horno del fuego».
San Jerónimo
Todos los escándalos provienen de la cizaña. En las palabras: «Y cogerán del reino», etc., quiso el Señor distinguir entre herejes y cismáticos, de manera que los que dan escándalos son los herejes y los que cometen iniquidades los cismáticos.
Glosa
O de otro modo: por la palabra escándalos pueden entenderse aquellos que dan al prójimo ocasión para pecar o para perderse, por lo que cometen maldades todos los que pecan.
Rábano
Observad lo que dice: Y aquellos que cometen iniquidades, no los que las cometieron, porque no han de ser entregados a los eternos tormentos los que se han convertido y han hecho penitencia, sino sólo los que continúan en el pecado.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,1
Mirad el amor inefable de Dios para con los hombres. El está pronto para conceder gracias y es tardo para castigar. Cuando siembra lo hace por sí mismo y cuando castiga lo hace por otros, por los ángeles que manda al efecto.
Sigue: «Allí será el llanto y el crujir de dientes».
Remigio
En estas palabras está demostrada la verdadera resurrección de los cuerpos. Sin embargo, también se da a entender por ellas dos clases de castigos que sufrirán los condenados en el infierno, esto es, un calor excesivo, y un frío intensísimo. Porque así como los escándalos se refieren a la cizaña, así también los justos son reputados hijos del reino. De ellos dice el Señor: «Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre», porque en esta vida resplandece la luz de los santos delante de los hombres, pero después de la consumación del mundo brillarán como el sol en el reino de su Padre.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 47,1
No porque brillen sólo como el sol, sino que el Señor se vale de estos ejemplos conocidos, porque el sol es el astro que brilla más que todos los demás.
Remigio
Y cuando dice: «Entonces resplandecerán» se refiere a que ahora brillan para ejemplo de otros, y entonces brillarán como el sol para alabar a Dios.
Sigue: «El que tenga orejas para oír, oiga».
Rábano
Esto es, el que tiene entendimiento entienda, porque todas estas palabras tienen un sentido místico.