De una forma o de otra el Espíritu Santo actúa, sobre todos los seres humanos. Por muy alejados que estos se encuentren del amor de su Creador, para Él, todas son ovejas de su rebaño que hay que rescatar:
“Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo” (Jn 12,46-47). Porque conforme nos dice San Pablo: “… el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos” (1Tm 2,4-6).
Y una de las formas de actuación del Señor, de la intervención del Señor en la vida de los hombres, es por medio de las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo. A primera vista los dos términos de moción e intervención parecen sinónimos, pero la costumbre parece reservar el término inspiración a las intervención divina en los escritos de los hombres, así tenemos por ejemplo, que las Sagradas escrituras y dentro de ellas los Evangelios, es de fe que fueron escritas bajo inspiración de divina. La moción es un término más relacionado con la actividad humana.
En términos generales, cumplir los mandamientos del Señor, incluidos los de su Iglesia, es algo muy fácil, pero en la vida de la persona no todo es blanco o negro, sino que existen muchas situaciones de claroscuro, frente a las cuales, el cristiano se queda perplejo. ¿Qué debo de hacer ahora? ¿Quiere Dios que me calle o que hable? ¿Cómo debo de comportarme ante tal o cual situación de la vida? Y estas cuestiones aún son más complejas, cuando uno quiere decididamente desarrollar su vida espiritual, más allá de lo que se estima como normal, por los demás.
El sacerdote Jean Lafrance, que es un maravilloso escritor francés sobre todo en temas de oración, y nos dice: “Cuanto más se avanza en la vida espiritual más se da uno cuenta de que se tienen muy pocos puntos de referencia. Ciertamente están los mandamientos de Dios y de la Iglesia; sabemos bien lo que hay que hacer y evitar. Pero sobre el detalle de nuestra vida, cotidianamente, minuto a minuto, en el fondo sabemos muy poco. Ahí es donde debemos dejarnos guiar, como se decía antes, fieles a las mociones del Espíritu”.
Ser dócil a las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, es una recomendación que más de una vez la habremos escuchado.. ¿Pero cómo podemos tener consciencia, de estas actuaciones del espíritu Santo, sobre nosotros? Lafrance continua escribiendo y nos dice: “Su presencia en nosotros, se entiende la del espíritu Santo, es misteriosa, y su acción no lo es menos. Podemos simplemente afirmar que su soplo es perceptible a aquel que vive recogido, y en silencio y que habitualmente es dócil a sus llamadas”. Dicho en otras palabras se necesita al menos un mínimo de finura espiritual, para poder apreciar un poco la actuación del espíritu Santo en uno mismo.
Tenemos que pensar que la inspiración del Espíritu Santo, es el impulso que recibimos y que trata de movernos a la virtud, así como la tentación, por el contrario, nos trata de mover al pecado. Royo Marín, O.P. escribe: “En las inspiraciones divinas, el Espíritu Santo propone el acto de virtud al entendimiento y excita la voluntad para que lo cumpla; el justo, finalmente lo aprueba y lo cumple, aunque siempre bajo el influjo de la divina gracia”. Pero todo ello dejando intacta nuestra capacidad de decisión, o dicho de otra forma, sin menoscabar nuestro libre albedrío.
Edward Leen, escribe que: “El hombre espiritual es inclinado a la acción no por un movimiento espontáneo de su voluntad, sino por impulso del Espíritu Santo. Pero aquellos que se dejan llevar por razonamientos naturales y, sobre todo, egoístas, en la determinación de su conducta, se hacen incapaces de recibir ese guía interior y divino. Para ser dirigidos por el Espíritu Santo, debemos de estar dispuestos a ser dóciles para con Él y a prestar atención a sus incitaciones”, y añade. “El lenguaje de Dios y sus enseñanzas directas basadas en la omnisciencia divina (conocimiento de todas las cosas reales y posibles, que es un atributo exclusivo de Dios) son ininteligibles para nosotros si no recibimos una preparación especial para la aprehensión de esas enseñanzas y de los acentos con que nos son trasmitidas”.
Resulta indudable que aquellas almas, que más han avanzado en el camino de entregarse al Señor, tienen una mayor finura espiritual y una mayor capacidad para captar más fácilmente las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, en lo que se refiere a las decisiones que hayan de ir tomando, a lo largo de su vida. Es lógico que así sea, puesto que nuestra alma, igual que nuestro cuerpo dispone de unos sentidos, en el caso del alma para captar lo espiritual, igual que los sentidos de nuestro cuerpo están habilitados para captar lo material. Cuanto mayor sea el grado de desarrollo de la vida espiritual de una persona, mayor capacidad tendrá esta para captar las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, que como es lógico siempre pertenecen al orden de los espiritual.
Pero de todas formas, tampoco hay que ser un águila, para ver lo que nos conviene espiritualmente. San Francisco de Sales, a este respecto escribía: “En suma, las tres mejores y más seguras señales de la legitimidad de las inspiraciones son: perseverancia contra la inconstancia y la ligereza; paz y dulzura de corazón, contra las inquietudes y precipitaciones; humildad obediencia contra el espíritu de independencia y terquedad”.
Para Lafrance, muchas veces: “Las sugerencias son mucho más terribles, y Cristo nos invita a responder a ellas. No nos obliga, pero nos sugiere: “Si quieres…, no te lo impongo”. Es un asunto de amor y ningún policía divino, vendrá a sorprendernos si no hemos escuchado la sugerencia. Pero no lo olvidemos: el amor tiene sanciones mucho más terribles, que los aparatos de represión policial. El hecho de que se calle y no nos hable más, es tal vez, la sanción más dolorosa de soportar”.
Quien lucha profundamente en su deseo de entregarse plenamente al Señor, sabe muy bien lo que Lafrance dice, porque el Señor, cuando hace una proposición, sobre un tema de conducta espiritual a un alma, con el deseo de que esta acepte, es porque Él quiere que esa alma entre en el número de sus elegidos. El ama puede no aceptar, de la misma forma que el joven rico, no aceptó la proposición del Señor, y no por eso se va a condenar, pero sí puede encontrar el silencio divino a facilitarle gracias para su avance espiritual, porque el Señor es generoso en derramar sus gracias, a quien las necesita y se las pide, pero es tacaño, con el que no las aprovecha o las malgasta.
San Francisco de Sales, también nos dice que: “Las almas que no se limitan simplemente a lo impuesto y aconsejado por el Esposo celestial, sino que también están prontas a seguir las divinas inspiraciones son las que el Eterno Padre tiene preparadas para esposas de su Hijo bien amado”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo