El Rosario y Lepanto, 7 de octubre

Para celebrar este día, en nuestra parroquia -como otras que conocemos- nos reunimos al despuntar el día en un parque próximo para rezar el Rosario de la aurora. La advocación de la Virgen del Rosario tiene el significado de la Victoria. 

El 7 de octubre, además de la Fiesta del Santo Rosario, celebramos la Victoria de Lepanto (1571). Una España que, con el arma poderosa del Rosario, enarbolada por el Papa y con el solo apoyo de dos ciudades-estado (Venecia y Génova), plantó cara a la flota más poderosa de la época y detuvo al ejército turco, superior en armas y efectivos, en el Mediterráneo.

Los cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho más pequeña, pero poseían un arma insuperable: una confianza absoluta en el Rosario. En la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz y el Santo Rosario.

San Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro. Una vez conseguida, instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.

Don Juan (hermano del rey de España Felipe II) dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron.

Mientras tanto, miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla decisiva. Por su parte los intervinientes en la batalla realizaron ayunos y ninguno de los 81.000 marinos y soldados dejó de confesarse y comulgar.

Tanto el uno como la otra –el Rosario y la batalla de Lepanto– tienen marchamo español: ésta fue obra del hermano del rey Felipe II, Juan de Austria, y la expansión aquél, de santo Domingo de Guzmán, a quien en el año 1208 la Virgen María se le apareció portado un Rosario encomendándole que propagara.

Es triste que la unión de ambos, en aquel día del 7 de octubre de 1571, no se celebre como se merece. La gesta más importante para el devenir de la historia humana por cuanto hubiera supuesto en sus valores, creencias, ideales, idiosincrasia, libertad, igualdad, derechos y deberes, antropología, organización social, etc., que distan y suponen la cosmovisión cristiana de la musulmana.

Si esta batalla no hubiera terminado en Victoria, la faz de la tierra hubiera cambiado de manera absoluta y dramática. El mundo hubiera pasado a estar en manos del islamismo; y la historia de la humanidad hubiera sido muy otra. ¿Cómo estaríamos ahora? Musulmanizados.

Ya ven así somos en España -sobre todo en la actual, que aprovecha cualquier ocasión para denigrarse a sí misma promocionando calumniosas leyendas negras en su propia contra-, la batalla más importante de la historia de la humanidad, junto con la aportación mariana del santo Rosario del padre de los dominicos para la misma humanidad, pasan de soslayo.

Estas fueron las palabras del autor del Quijote, Miguel de Cervantes, que participó en la batalla (al que amputaron una mano, y de ahí en apodo de «el manco e Lepanto): “La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.

El Papa San Pío V en agradecimiento a la Virgen, instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias para el primer domingo de octubre y añadió el título de “Auxilio de los Cristianos” a las letanías de la Madre de Dios. El Papa Gregorio XIII cambió el nombre de la Fiesta al de Nuestra Señora del Rosario. Posteriormente San Pío X la fijó para el 7 de octubre y afirmó: “Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo”.

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