Pedir, pedir sin desfallecer, pedirlo todo, y más: pedid el Espíritu Santo. Es lo que más puede dar Dios, así mismo. Y es cuanto realmente necesitáis. Es un hermoso texto, con la promesa de que Dios responderá al que rece de corazón. Es lo que nos dice el Evangelio de la Liturgia de la misa de hoy, 10 de octubre:
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,5-13):
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos: «Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle.” Y, desde dentro, el otro le responde: “No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos.” Si el otro insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?»
El persistir con confianza, con esperanza, con constancia, dará sus frutos: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre. «Podemos estar seguros de que Dios responderá. La única incertidumbre se debe a los tiempos, pero no dudemos de que Él responda. Tal vez tengamos que insistir por toda la vida, pero Él responderá» (Papa Francisco).
San Pablo dice en la carta a los Romanos que necesitamos que el Espíritu Santo nos diga qué tenemos que pedir. No se trata solo de pedir al Padre, sino de entender que es una petición que brota del Espíritu Santo. Quien pida según la voluntad de Dios, será escuchado: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
Tengamos la certeza de que Dios, que es un Padre tiernísimo y cariñoso, más padre que cualquiera de la tierra, no desatenderá a que le pidamos con confianza filial, e incluso dará más, dará con largueza, pero especialmente dará lo máximo, lo mejor y más grande, se dará a sí mismo: el Espíritu Santo: Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que le piden?».
Necesitamos que el Espíritu Santo nos diga qué tenemos que pedir. Antes de pedir algo en la oración será conveniente que ante todo el Padre nos envíe el Espíritu Santo para saber qué hemos de pedir.
Esta fue Catequesis del Papa en la Audiencia general, 11 de noviembre de 2020, sobre “La oración perseverante”
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos con las catequesis sobre la oración. Alguien me ha dicho: “Usted habla demasiado sobre la oración. No es necesario”. Sí, es necesario. Porque si nosotros no rezamos, no tendremos la fuerza para ir adelante en la vida. La oración es como el oxígeno de la vida. La oración es atraer sobre nosotros la presencia del Espíritu Santo que nos lleva siempre adelante. Por esto yo hablo tanto de la oración.
Jesús ha dado ejemplo de una oración continua, practicada con perseverancia. El diálogo constante con el Padre, en el silencio y en el recogimiento, es el fundamento de toda su misión. Los Evangelios nos cuentan también de sus exhortaciones a los discípulos, para que recen con insistencia, sin cansarse. El Catecismo recuerda las tres parábolas contenidas en el Evangelio de Lucas que subrayan esta característica de la oración (cfr. CCE, 2613) de Jesús.
La oración debe ser sobre todo tenaz: como el personaje de la parábola que, teniendo que acoger un huésped que llega de improviso, en mitad de la noche va a llamar a un amigo y le pide pan. El amigo responde: “¡no!”, porque ya está en la cama, pero él insiste e insiste hasta que no le obliga a alzarse y a darle el pan (cfr. Lc 11,5-8). Una petición tenaz. Pero Dios es más paciente que nosotros, y quien llama con fe y perseverancia a la puerta de su corazón no queda decepcionado. Dios siempre responde. Siempre. Nuestro Padre sabe bien qué necesitamos; la insistencia no sirve para informarle o convencerle, sino para alimentar en nosotros el deseo y la espera.
La segunda parábola es la de la viuda que se dirige al juez para que la ayude a obtener justicia. Este juez es corrupto, es un hombre sin escrúpulos, pero al final, exasperado por la insistencia de la viuda, decide complacerla (cfr. Lc 18,1-8). Y piensa: “Es mejor que le resuelva el problema y me la quito de encima, y así no viene continuamente a quejarse delante de mí”. Esta parábola nos hace entender que la fe no es el impulso de un momento, sino una disposición valiente a invocar a Dios, también a “discutir” con Él, sin resignarse frente al mal y la injusticia.
La tercera parábola presenta un fariseo y un publicano que van al Templo a rezar. El primero se dirige a Dios presumiendo de sus méritos; el otro se siente indigno incluso solo por entrar en el santuario. Pero Dios no escucha la oración del primero, es decir, de los soberbios, mientras escucha la de los humildes (cfr. Lc 18,9-14). No hay verdadera oración sin espíritu de humildad. Es precisamente la humildad la que nos lleva a pedir en la oración.
La enseñanza del Evangelio es clara: se debe rezar siempre, también cuando todo parece vano, cuando Dios parece sordo y mudo y nos parece que perdemos el tiempo. Incluso si el cielo se ofusca, el cristiano no deja de rezar. Su oración va a la par que la fe. Y la fe, en muchos días de nuestra vida, puede parecer una ilusión, un cansancio estéril. Hay momentos oscuros, en nuestra vida y en esos momentos la fe parece una ilusión. Pero practicar la oración significa también aceptar este cansancio. “Padre, yo voy a rezar y no siento nada… me siento así, con el corazón seco, con el corazón árido”. Pero tenemos que ir adelante, con este cansancio de los momentos malos, de los momentos que no sentimos nada. Muchos santos y santas han experimentado la noche de la fe y el silencio de Dios —cuando nosotros llamamos y Dios no responde— y estos santos han sido perseverantes.
En estas noches de la fe, quien reza nunca está solo. Jesús de hecho no es solo testigo y maestro de oración, es más. Él nos acoge en su oración, para que nosotros podamos rezar en Él y a través de Él. Y esto es obra del Espíritu Santo. Es por esta razón que el Evangelio nos invita a rezar al Padre en el nombre de Jesús. San Juan escribe estas palabras del Señor: «Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (14,13). Y el Catecismo explica que «la certeza de ser escuchados en nuestras peticiones se funda en la oración de Jesús» (n. 2614). Esta dona las alas que la oración del hombre siempre ha deseado poseer.
Cómo no recordar aquí las palabras del salmo 91, cargadas de confianza, que nacen de un corazón que espera todo de Dios: «Te cubrirá con su plumaje, un refugio hallarás bajo sus alas. Escudo y adarga es su lealtad. No temerás el terror de la noche, ni la saeta que de día vuela, ni la peste que avanza en las tinieblas, ni el azote que devasta a mediodía» (vv. 4-7). Es en Cristo que se cumple esta maravillosa oración, es en Él que encuentra su plena verdad. Sin Jesús, nuestras oraciones correrían el riesgo de reducirse a los esfuerzos humanos, destinados la mayor parte de las veces al fracaso. Pero Él ha tomado sobre sí cada grito, cada lamento, cada júbilo, cada súplica… cada oración humana. Y no olvidemos el Espíritu Santo que reza en nosotros; es Aquel que nos lleva a rezar, nos lleva a Jesús. Es el don que el Padre y el Hijo nos han dado para proceder al encuentro de Dios. Y el Espíritu Santo, cuando nosotros rezamos, es el Espíritu Santo que reza en nuestros corazones.
Cristo es todo para nosotros, también en nuestra vida de oración. Lo decía San Agustín con una expresión iluminante, que encontramos también en el Catecismo: Jesús «ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a Él se dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en Él nuestras voces; y la voz de Él, en nosotros» (n. 2616). Es por esto que el cristiano que reza no teme nada, se encomienda al Espíritu Santo, que se nos ha dado como don y que reza en nosotros, suscitando la oración. Que sea el mismo Espíritu Santo, Maestro de oración, quien nos enseñe el camino de la oración.
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Catena Aurea
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
Había enseñado a petición de sus apóstoles cómo conviene orar. Pero podía suceder que los que recibían esta saludable enseñanza hiciesen sus preces, según la forma prescrita, mas con negligencia y descuido; y después, si no eran oídos a la primera o la segunda oración, dejasen de orar. A fin, pues, de que tal cosa no nos suceda, nos manifiesta en una parábola que la pusilanimidad es perjudicial en las oraciones, siendo muy conveniente esperar con paciencia en ellas. Por esto dice: «Les dijo también: Si alguno de vosotros tuviere un amigo».
Teofilacto
Este amigo es Dios que a todos ama y desea la salvación de todos.
San Ambrosio
¿Quién es más amigo nuestro que aquel que ha entregado su cuerpo por nosotros? Aquí se nos da a conocer otro precepto, es decir, que oremos en todo momento (no sólo durante el día sino también de noche). Sigue pues: «Y le irá a él a media noche». Como pidió David cuando decía ( Sal 118,62): «Me levantaba a media noche a tributarte gracias». Y no temió que se despertase del sueño, porque sabe que siempre está despierto; pues si aquél tan santo y que estaba ocupado en las cosas del reino, alababa al Señor siete veces al día (según se nos dice en el mismo salmo 118), ¿qué debemos hacer nosotros? ¿No debemos orar tanto más, cuanto que con tanta facilidad pecamos por la fragilidad de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu? Si amas al Señor tu Dios, no sólo puedes merecer para ti, sino también para los demás. Sigue, pues: «Y le dirá: amigo, préstame tres panes», etc.
San Agustín, De verb. Dom., serm. 29
¿Qué son estos tres panes, sino el alimento del misterio divino? Puede suceder que no pueda alguno responder a la petición de un amigo, pues no tiene lo que está obligado a darle. Sucede con frecuencia que viene a nosotros un amigo nuestro de camino, esto es, de la vida del siglo; aquel camino en que todos pasan como peregrinos y ninguno permanece como poseedor, porque se dicen a todo hombre: «Pasa, y deja lugar al que ha de venir» ( Eclo 29,33 Vulg.). También puede suceder que venga fatigado del mal camino (esto es, de la mala vida) un amigo, que todavía no ha encontrado la verdad, la cual, una vez oída y recibida, se convierta y te diga como a cristiano: «Instrúyeme». Y acaso te pregunte lo que tú ignores por la sencillez de tu fe y no puedas satisfacer su deseo; entonces te verás obligado a buscar en los libros del Señor. Acaso lo que te pregunta se encuentra en el libro, pero no de un modo claro. No dejarías entonces de consultar a San Pablo o San Pedro, o alguno de los profetas; pero ya descansa esta familia con este su Señor y es grande la ignorancia de este siglo, ésta es la media noche; e insta el sediento amigo, a quien no basta ya la fe sencilla. ¿Acaso será preciso abandonarlo? Acude, pues, al mismo Dios por medio de la oración, con el cual descansa la familia. De quien se dice: «El que está adentro responde: no me seas molesto». El que tarda en dar, quiere excitar más tu deseo con la tardanza, para que no parezca de poco mérito lo que da.
San Basilio, in Const. monast., cap. 1, versus finem
Acaso lo difiere con el fin de que, repitiendo con asiduidad y frecuencia tu plegaria, conozcas lo que es la casa de Dios y conserves con celo las gracias concedidas. Todo lo que se adquiere con mucho trabajo se conserva con grande empeño puesto que si se pierde se hace infructuoso el trabajo que ha costado.
Glosa
No se quita con esto la libertad de impetrar, sino que se enciende más el deseo de orar, una vez conocida la dificultad de alcanzar lo que se pide. Sigue pues: «Ya está cerrada la puerta».
San Ambrosio
Esta es la puerta que también pide San Pablo se le abra ( Col 4), no sólo orando él, sino suplicando al pueblo que lo ayude en sus oraciones; pide así a fin de que se le abra la puerta de la palabra para anunciar el misterio de Cristo. Y acaso esta puerta es aquella que vio abierta San Juan, a quien se le dijo ( Ap 4): «Sube aquí y te manifestaré lo que conviene hacerse».
San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2,21
En esto se da a entender el tiempo en que se tiene hambre de la divina palabra cuando se oscurece la inteligencia, y cuando los que reparten la sabiduría evangélica como el pan, predicando por todo el orbe, están ya en reposo misterioso con el Señor. Y esto es lo que añade: «Y los muchachos están como yo en la cama».
San Gregorio Niceno
Llama muy oportunamente muchachos a aquellos que han alcanzado la impasibilidad por medio de las armas de la justicia, enseñando que el bien que adquirimos por medio del fervor, lo teníamos desde el principio en nuestra naturaleza. Porque cuando alguno, renunciando a la carne, combate con el ejercicio de una vida virtuosa la pasión por la razón, se hace como un niño insensible respecto de las pasiones. El lecho es el descanso del Salvador.
Glosa
Y en seguida añade: «No puedo levantarme a dártelos», lo cual se refiere a la dificultad de conseguir.
San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, quaest. 21
O de otro modo: el amigo a quien se viene a la media noche para que nos dé tres panes, también se pone como un símil de aquel que, cuando se encuentra en alguna tribulación, pide a Dios le conceda conocer el misterio de la Santísima Trinidad para consolarse en las penas de la vida presente. Porque la tribulación es como la media noche, en la que es preciso instar mucho para conseguir los tres panes; y en éstos se representa también que la Trinidad es de una sola sustancia. El amigo que viene de camino es el apetito del hombre que debe servir a la razón, pues servía a las cosas temporales, a las que llama camino -porque todas son pasajeras, siendo así que se aparta de ellas aquel apetito por la conversión del hombre a Dios-. Pero si no consuela interiormente la alegría de la doctrina espiritual en que se anuncia la Trinidad del Creador, experimenta grandes aflicciones el hombre, a quien oprime una pena mortal. Así sucede cuando se le manda prescindir de las cosas que le agradan en el exterior e interiormente no pueden saciarse con la alegría de la doctrina espiritual. Y sin embargo, rogando y deseando recibe del Señor la inteligencia, aunque no tenga hombre que le anuncie la sabiduría. Sigue pues: «Y si el otro porfía», etc. Esta comparación es inferior a la realidad, porque si el hombre amigo se levanta de su lecho y da, no impulsado por la amistad, sino por el fastidio, ¿cuánto más da Dios, que sin fastidio da con largueza lo que se le pide?
San Agustín, De verb. Dom., serm. 29
Cuando obtengas, pues, los tres panes (esto es, el alimento y la inteligencia de la Trinidad), tendrás para alimentarte tú y para dar a los demás. No temas, no ceses, porque aquel pan no concluirá y tu indigencia sí. Aprende y enseña; aliméntate y alimenta a los demás.
Teofilacto
O bien, la media noche representa el fin de la vida en el que muchos llegan a Dios; y el ángel es el amigo que recibe el alma. También puede entenderse por media noche lo profundo de las tentaciones en que se encuentra aquel que pide a Dios tres panes; esto es, la necesidad del cuerpo, del alma y del espíritu, para que no peligremos en las tentaciones. El amigo que viene de camino es el mismo Dios, quien prueba por medio de las tentaciones, y a quien no tiene qué ofrecer el que cae en ellas. Respecto a lo que dice: «Y está cerrada la puerta», debe entenderse que nos enseña a estar preparados antes de las tentaciones; porque después que caemos en ellas, se cierra la puerta de la preparación; y hallándonos desprevenidos, si Dios no nos ayuda, peligramos.
San Agustín, De verb. Dom., serm. 29
Después de esta parábola, el Señor añadió una exhortación y nos estimuló en extremo a buscar, a pedir y a llamar, hasta que recibamos lo que pedimos. Por esto dice: «Así os digo yo: pedid y se os dará».
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
Las palabras «así os digo», tienen fuerza de juramento, porque Dios no miente. Siempre que afirma a sus oyentes alguna cosa con juramento, manifiesta la pequeñez inexcusable de nuestra fe.
Crisóstomo, homil. 34, in Matth
Por petición da a entender la oración; por buscar, el celo y la solicitud; por lo que añade: «Buscad y encontraréis». Las cosas que se buscan exigen mucho cuidado, principalmente lo que está en Dios, porque son muchas las cosas que dificultan nuestro sentido. Así como buscamos el oro perdido, así debemos buscar a Dios con solicitud. Manifiesta también que aunque no abra la puerta inmediatamente, debe esperare sin embargo; por esto añade: «Llamad y se os abrirá». Porque si continúas pidiendo, recibirás sin duda. Por esto está cerrada la puerta, para obligarte a que llames; por ello no contesta afirmativamente en seguida, para que pidas encarecidamente.
Griego, id est, Severus Antiochenus, in Cat. graec. Patr
O bien, al decir llamad, da a entender acaso que se pida acompañando la palabra con las obras; porque se llama con la mano, que es el signo de la buena obra. Estas tres cosas también pueden entenderse de otro modo: el principio de la virtud es pedir que se nos dé a conocer el camino de la verdad; el segundo consiste en buscar de qué modo conviene pasar por el camino; el tercero, que cuando se han obtenido las virtudes, se llame a la puerta para entrar en un conocimiento amplio. Todas estas cosas las adquiere el que ora. O bien, pedir es ciertamente orar; buscar es hacer buenas obras en armonía con la oración; llamar a la puerta es perseverar en la oración y no desistir.
San Agustín, De verb. Dom, serm. 29
No nos invitaría tanto a que pidiésemos si no quisiera darnos. Avergüéncese la pereza humana; más quiere dar el Señor, que nosotros recibir.
San Ambrosio
El que promete algo debe infundir esperanza de cumplir lo prometido, para que se obedezcan sus mandatos y se tenga fe en sus promesas; por tanto, añade: «Porque todo aquel que pide recibe», etc.
Orígenes, in Cat. graec. Patr
Alguno preguntará por qué muchos que oran no son oídos. A ello debe contestarse que todo aquel que llega a pedir con recta intención, no omitiendo nada de lo que pueda contribuir a obtener lo que pide, recibirá sin duda lo que ha pedido en su ruego. Pero si alguno separa su intención del ruego justo, no pide como debe y entonces puede decirse que no pide. Por lo cual, aunque no reciba, no queda defraudado en lo ofrecido; puesto que el Maestro dice: «Todo el que viene a mí alcanzará la ciencia», y con ir al Maestro recibimos realmente la ciencia de practicar sus enseñanzas con fervor y diligencia; por esto dice Santiago ( Stgo 4,3): «Pedís, y no recibís, porque pedís mal»; esto es, a causa de vuestras vanas pasiones. Pero se dirá: Algunos piden tener conocimiento de Dios y recobrar las virtudes, y sin embargo, no lo consiguen. A esto se debe responder que no piden el bien por lo que es en sí, sino porque esperan hacerse recomendables por él.
San Basilio, in Const., cap. 1
Si alguno con torpeza se abandona a sus deseos y, traicionándose a sí mismo se entrega en manos de sus enemigos, Dios no lo ayuda ni lo oye, porque se ha separado de Dios por el pecado. Conviene, pues, sacrificar todo lo que a cada uno interesa y pedir a Dios su auxilio. Debe implorarse el auxilio divino no con tibieza, ni con la mente distraída, porque así no sólo no se alcanza lo que se pide, sino que se irrita más al Señor. Porque si cuando alguno está delante de un príncipe procura no distraerse ni faltar por temor al castigo, ¿cuánto más atento y temeroso debes estar delante de Dios? Mas si debilitado por el pecado no puedes orar con atención, haz todo lo que puedas para dirigir tu pensamiento a Dios, recordando que lo tienes presente. Dios te perdonará porque no puedes estar en su presencia con la atención debida, no por tu negligencia, sino por tu fragilidad. Si de este modo luchas contigo mismo, no dejes la oración hasta que alcances lo que pides. Por tanto, cuando pides y no recibes, es porque pides mal, o sin fe, o con ligereza, o lo que no te conviene, o porque te cansas. Con frecuencia dicen algunos: ¿por qué oramos?, ¿acaso ignora Dios lo que necesitamos? Lo conoce, en verdad, y nos concede las cosas espirituales con profusión y antes que las pidamos. Pero conviene que deseemos desde luego las obras virtuosas y el Reino de los Cielos, buscándolo con este deseo, usando de toda nuestra fe y paciencia, y no arguyéndonos la conciencia de ninguna falta.
San Ambrosio
De este modo el precepto de orar con frecuencia lleva consigo la esperanza de conseguir lo que se pide. El precepto es la primera razón de la persuasión y después el ejemplo; lo cual manifiesta añadiendo: «Que si entre vosotros un hijo pide pan a su padre ¿le dará acaso una piedra?», etc.
San Cirilo, in Cat. graec. Patr
En este ejemplo el Salvador nos da a conocer qué es lo que necesitamos. Muchas veces sucede que, sin pensar en ello (y empujados por el ímpetu de las pasiones), caemos en deseos perjudiciales. Cuando pedimos, pues, a Dios algo semejante, nunca lo alcanzaremos; y para demostrarlo usa un ejemplo patente que ocurre con frecuencia entre nosotros. Es decir, cuando tu hijo te pide pan se lo concedes con gusto, porque pide un alimento conveniente; pero cuando por falta de inteligencia pide una piedra para comer, no solamente no se la das, sino que le prohibes como perjudicial hasta el deseo de ella. Este es el sentido del pasaje; que si entre vosotros un hijo pide pan a su padre (pan que el padre le da) ¿le daría acaso una piedra (aún cuando se la pida)? En el mismo sentido debemos entender lo de la serpiente y del pez, cuando dice: «O si pide un pez, ¿por ventura le dará una serpiente en lugar del pez?». Igualmente lo del huevo y del escorpión, que añade en estas palabras: «O si pide un huevo ¿por ventura le dará un escorpión?».
Orígenes, in Cat. graec. Patr
Observa si el pan es el alimento de tu alma en el pensamiento, sin el cual no es posible salvarse, es decir, sin una vida virtuosa; el pez es el amor de la ciencia, o sea el conocimiento de la constitución del mundo, el efecto de los elementos y todo lo que la sabiduría enseña. Así Dios nunca en vez de pan da una piedra, como el demonio quería que Jesucristo comiese; ni en vez de un pez da una serpiente, que es alimento de los etíopes, indignos de comer peces; ni tampoco da en vez de un alimento nutritivo y útil manjares no comestibles y dañosos, que es lo que se refiere al escorpión y al huevo.
San Agustín, De quaest. Evang., lib. 2, v. 22
Por pan se entiende la caridad, el más deseable y necesario bien, que sin él para nada aprovecha lo demás, así como una mesa sin pan parece pobre. A esta se le contrapone la dureza del corazón, a la que comparó con la piedra. En el pez se entiende la fe de las cosas invisibles, a causa del agua del bautismo, o porque es en lugares invisibles donde se pesca. Puede compararse con razón la fe al pez, cuando resiste al embate de las olas de este mundo que la rodean; y en oposición cita a la serpiente, por el veneno de su falacia que inoculó en el primer hombre, aconsejándole el mal. En el huevo se entiende la esperanza, porque el huevo no es todavía un feto perfecto, pero por su incubación se espera; y en contraposición cita al escorpión, cuya cola envenenada es sumamente temible. Así lo contrario de la esperanza es mirar atrás, porque lo futuro, objeto de la esperanza, se encuentra siempre delante.
San Agustín, De verb. Dom., serm. 29
¿De cuántas cosas te habla el mundo y cuánto ruido hace detrás de ti para que vuelvas la cabeza? ¡Oh mundo inmundo! ¿Por qué ese ruido? ¿Por qué quieres hacernos volver atrás? Quieres detener, siendo tu perecedero. ¿Qué harías si fueras durable? ¿A quién no engañarías siendo dulce, puesto que engañas con alimento amargo?
San Cirilo, ubi sup
Después de este ejemplo concluye: «Pues si vosotros siendo malos»; esto es, teniendo un alma predispuesta a la maldad, no conforme ni fija en el bien, como Dios desea.
Beda
O bien, llama malos a los que aman las cosas del mundo, que dan lo que consideran bueno según su modo de entender, y que son buenas, en efecto, por su naturaleza y para el uso de esta frágil vida. Por esto añade: «Sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos». Los apóstoles que, en virtud de su elección, se sobrepusieron a la bondad de los demás, comparados con la bondad divina, pueden considerarse como malos, porque nada es bueno por sí mismo, sino sólo Dios. Por lo que añade: «¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará espíritu bueno a los que se lo piden?», (exprésase así por San Mateo ( Mt 7,11): «Dará cosas buenas a los que se las pidan»). Aquí muestra que el Espíritu Santo es la plenitud de todos los dones de Dios, porque todas las ventajas que nos vienen de la gracia de los dones de Dios, emanan de esta fuente.
San Atanasio, dialog. 1, de Trinit
Si el Espíritu Santo no fuese de la naturaleza de Dios, que es el solo bueno, no se llamaría aquí bueno, siendo así que el Señor rehusó a ser llamado bueno en cuanto a su naturaleza humana.
San Agustín, De Verb. Dom., serm. 29
Luego, avaro, ¿qué buscas?; y si buscas otra cosa, ¿qué es lo que podrá bastar al que no basta sino Dios?