Este es el título de una libro maravilloso del padre M.-D. Molinié, sacerdote católico, dominico, que recomiendo vivamente. Y que viene muy bien para comentar el contenido del evangelio del día 19 de abril (Jn 3,16-21), que hace referencia al empeño de Dios por salvarnos, mandándonos para ello incluso a su Hijo, y el peligro que corremos al rechazar ese amor y preferir las tinieblas, es decir, el riesgo cierto de condenarnos, de ir al infierno. Hay que tener el coraje de tener miedo de a ese riesgo, por parte de la confianza necesaria (imprescindible) por nuestra parte.
Lectura del santo evangelio según san Juan (3,16-21):
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Dios ha querido al crear al ser humano otorgarle una grandeza y dignidad extraordinaria: la de la libertad personal, semejante a la Suya. De manera que se obligaba a respetarla aún a riesgo de que esa creatura nueva por motivo del mal uso de esa libertad pudiera darle la espalda, pecar, alejarse de Él y perderse, despojarse de esa dignidad llamada a la santidad eterna, y acabar condenándose.
Esta es una certeza de la que ya no se habla, ya no se predica de esa realidad, del riesgo a que la maldad nos aparte de Dios y nos aboque al infierno. Porque el infierno existe. Y si no se hace referencia a él, se está pervirtiendo el mensaje de la palabra de Dios. El infierno -del que ya no se habla- los evangelios lo mencionan hasta 60 veces.
Dios mismos ha dicho: “No te dejaré ni te abandonaré”, pero por mor de la dignidad con la que hemos sido creados hemos de decirle «sí». Como dijo san Agustín, «Dios que te ha credo sin ti, no te salvará sin ti». Que Dios cumple su parte de no dejarte ni abandonarte, está claro: mandó a su Hijo… Ahora queda la parte del ser humano. Y aquí es donde está el peligro. Y este peligro es real, y del que muy poco se habla.
Que Dios es caridad, amor misericordioso, y que nos ama con locura, que está dispuesto a todo, hasta dar su vida por nosotros, es un hecho. Y de esto se predica focalmente, pero de la otra parte, de la que realmente se corre el riesgo de ir al infierno, que es la parte humana, ¿quién habla? ¿Acaso da miedo mencionar eso en una sociedad temerosa y cobarde, que huye de la verdad, cuando esta no es de su agrado?
No por callar, no por mencionar esa realidad, no por ocultarla e ignorarla… no por ello deja de existir. El riesgo es real. Dios se lo tomó muy en serio. Y nosotros tenemos que hacer lo propio, y ¿cómo? ¿qué tenemos que hacer para salvarnos? Tomar conciencia de ello y confiar en el Señor. Confiar sin exigir garantías. Y esto requiere de un coraje…, del coraje de tener miedo. Como dice Molinié, «si no aceptamos confesar que en cierto sentido nuestra salvación eterna no está asegurada, es que rechazamos tener confianza. Si se ha hecho casi imposible hablar del infierno a los cristianos, no es porque tienen miedo, sino porque no quieren tener miedo. Ya no pueden soportar este dogma, porque no tienen confianza. Por eso, si creyeran en el infierno, no teniendo confianza, estarían perdidos.» «Dios obra bien, pero no puede salvar a quien no le entrega toda su confianza, y nosotros se la retiramos en la medida en que nos apoyamos en otra cosa.» «Si no aceptamos confesar que en cierto sentido nuestra salvación eterna no está asegurada, es que rechazamos tener confianza. Si se ha hecho casi imposible hablar del infierno a los cristianos, no es porque tienen miedo, sino porque no quieren tener miedo. Ya no pueden soportar este dogma, porque no tienen confianza. Por eso, si creyeran en el infierno, no teniendo confianza, estarían perdidos.» «Lo que yo llamo el coraje de tener miedo es sencillamente el coraje de creer en el infierno. Y digo que el rechazo de este coraje es un rechazo de tener confianza, por consiguiente, un peligro muy grande de condenar- se… En cierto sentido, el único.»
De esto ya no se habla, se ha aparcado de la enseñanza de la doctrina de fe cristiana. Y es realmente nefasto. La condición pecadora del ser humano caído es un hecho que no se puede ningunear, y necesitamos de Dios para ser redimidos, para ser salvados del riesgo verdadero del infierno. El infierno es una verdad de fe.
Porque si no exise ese riesgo, si no existe el hombre pecador, sino que todos somos buenos por naturaleza, sin no existen los pecados, si nada nos condena, etc. ¿para qué Dios? Y esto es lo que piensa mucha gente. De ahí el aumento de la increncia actual, de la deserción o apostasia generalizada en el mundo occidental.