Tener fe es un lujo: lux, luz. Que la Luz ha querido donarnos, gratuitamente. El más grade tesoro. Gracias.
- La fe a nivel humano se sostiene en el apoyo de la credibilidad de quien te cuenta la «historia» o verdad. Estos en el caso del credo cristiano fueron las apostoles de Cristo, que testimoniaron sus palabras con la vida. El testimonio vivo de quien martirizados dieron su vida por la verdad de JXto son palabra verdadera inquebrantable. Escribieron con la tinta de su sangre el testamento que nos transmitieron. Los Evangelios son dignos de creerse ya que son el testimonio de personas que dieron sus vidas por ellos; quien testimonia lo que dice con sus sangre, no miente. Todos los apóstoles legitimaron con su vida la verdad de lo que nos han transmitido, a excepción de san Juan que murió anciano en la isla de Pazos donde estaba desterrado, todos ellos y otros muchos discípulos y seguidores de Cristo, a lo largo del tiempo murieron martirizados por su fe, la que nos legaron. A estos hay que añadir la de otros contemporáneos: san Esteban, san Pablo, etc. «Yo creo en el testimonio de un hombre que se deja degollar por la verdad de lo que atestigua», decía Nadie da la vida por una mentira.
- La Pasión y Muerte de Cristo, tal como la relatan los Evangelios, es por sí misma una prueba de veracidad. Las fuentes documentales sobre Jesucristo son más abundantes que sobre cualquier otro personaje de la Historia. De los Evangelios, sin embargo, se conservan más copias que de ningún otro libro de la Antigüedad, más de 40.000 en infinidad de lenguas y prácticamente coincidentes; solamente manuscritos griegos de finales del siglo I y principios del siglo II se conservan 6.000, y están apareciendo copias cada vez más antiguas.
- Creer realiza la religación. El mayor filósofo en lengua española en el siglo XX fue Xavier Él dijo: «El hombre no tiene, sino que velis nolis, quieras o no, es religación” respecto de lo divino, o sea, religión. Somos seres religados, religiosos, y en el creer se actualiza esa dimensión esencial que todo ser humano posee como constitutiva propia. Dios no esté allende del mundo, sino en el seno del mismo, fundando su realdiad. Dios no está en el hombre como fuera de él. «Dios pertence al ser dle hombre, no poque Dios forme parte fundamental de nuestro ser, sino porque Dios cosntituye parte formal de él el ser fudamentado, el ser religado», dice X. Zubiri.
- Creemos con toda naturalidad -lo llevamos inscrito en nuestro ser humano-, porque ha sido así en todo tiempo y lugar, como lo demuestran los estudios sobre todos los pueblos de la tierra, desde siempre. El pensamiento de Dios ronda la mente del hombre desde tiempo inmemorial. Aparece con terca insistencia en todos los lugares y todos los tiempos, hasta en las civilizaciones más arcaicas y aisladas de las que se ha tenido conocimiento. No hay ningún pueblo ni período de la humanidad sin religión. Las culturas más primitivas o pueblo más naturales todas ellas son creyentes. Aristóteles decía que si la religión es una constante en la historia de los pueblos, ha de ser porque pertenece a la misma esencia del hombre.El hombre es naturalmente religioso —como probó Durkheim estudiando las tribus más primitivas, más «incontaminadas», de Australia —. Últimamente, la ciencia hja probado que nuestros cerebros reconocen innatamente la existencia de Dios. Un estudio ha encontrado que el cerebro humano puede reconocer la existencia de Dios, incluso si una persona no se le enseña directamente sobre Dios. Los psicólogos y antropólogos consideran que los niños abandonados a su propia suerte tendría cierta concepción de Dios.
- Creencia anónima. Todo ser humano es “religioso”, también quienes dicen no serlo, los que se consideran ateos o agnósticos. Como decía Zubiri, no tenemos… sino que somos religiosos. Uno puede perder lo que tiene, pero lo que se es no se deja de serlo mientras se es o se existe; y el hombre es “religión”, o sea, religación respecto de lo divino, dependencia de Dios, sentido religioso. Por tanto, la religión no es un estadio de la evolución humana, sino que pertenece a la estructura misma del ser racional, de ahí que el hombre pueda definirse como “animal, racional, religioso”.
Hay gente buena, que ama, y dice no creer en Dios. Pero de alguna manera creen, en el sentido de que, asienten, dicen sí al amor, al Amor; dicen sí a que el Amor dinamice su vida, y Dios es Amor; así quien ama se constituye en cauce de esa corriente que tiene su fuente en Dios. Aunque se creyeran con fe explícita y se dejan influir y llevar por el Espíritu del Señor que se ofrece a través de su Palabra, de su voluntad expresada a través de la historia, en Jesucristo, su vida sería de un amor incandescente. Si ahora son un 6 o 7, entonces, serían de 10. De ser buenas personas serían santas, perfectas. - Todos en un momento dado y hasta con alguna frecuencia, se pregunta por Dios. En realidad se está haciendo eco de la pregunta que Dios le ha dirigido desde siempre; cuando cree conocerlo, está tomando conciencia de la luz por la que le conoce y conoce todo; y cuando lo desea, está en realidad siendo atraído por la fuerza de atracción que el Bien, que la Presencia ejerce sobre él. “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descase en ti” (San Agustín, Confesiones, 1, 1.). Un deseo natural de Dios, no es un deseo añadido al espíritu humano, sino constitutivo de su ser, Deseo de Dios, ser-para-Dios, en el que su termino u objeto es al mismo tiempo su origen. Es la huella de la presencia constituyente y atrayente hacia si de Dios en el. Al mismo hecho se refiere Nicolas de Cusa con su doctrina del «deseo intelectual de Dios», huella que deja en el hombre la mirada creadora que Dios le dirige personalmente y que suscita en el una «nostalgia» que es eco de la presencia que lo constituye y primer paso que suscita la atracción que ejerce sobre el.
- La sed de Dios. Como decía Pascal, «el corazón tiene razones…». Pero la razón del corazón es el deseo de infinito, el deseo infinito que él es incapaz de dominar. La razón del corazón es el vaciado de infinito que solo en el infinito, el inabarcable, el imposible, el indominable tiene su razón de ser. Ejemplo evidente es el del místico que busca a Dios con la necesidad con que la cierva busca corrientes de agua -“como ciervo desea las fuentes de las aguas, así te desea, ¡oh Dios!, mi alma” (Sal 41). La sed de infinitud y trascendencia. Esa sed, en definitiva, pone de manifiesto el grito del Espíritu en el corazón del hombre. Si existe la sed, es porque existe la fuente. Esta sed de Dios ilumina. Como muy bien y bellamente dicen los versos de Luís Rosales: “De noche iremos, de noche,/ Sin luna iremos, sin luna,/ Que pare encontrar la fuente/ Sólo la sed nos alumbra”. Que están en sintonía con los versos de San Juan de la Cruz: «Que bien sé yo la fonte/ que mana y corre,/ aunque es de noche». Esta, la sed de Dios, aunque a veces uno no sepa que es eso lo que nos bulle por dentro y no nos deja tranquilos, es la más profunda y radiadamente humana, la más nuestra.
- Creer proporciona el sentido a la vida. El que exista Dios es el único relato de sentido. Es la respuesta a las cuestiones últimas “¿por qué yo?”, “¿por qué existe algo?”, “¿qué sentido tiene mi vida?, ¿qué hago aquí? ¿Qué será de mi?… Cuando uno se plantea la pregunta vital de lo qué se busca cómo el fundamento que da sentido a su vida, y siente en su interior el resonar de estas palabras de Pedro a Jesús, como si fueran propias: «Señor, adonde iremos; sólo tú tienes palabras de vida eterna.»
- Creer responde a la esperanza las espectativas humanas, al ansia de inmortalidad, de no desaparecer, de seguir viviendo, de eternidad (de uno y de los seres que ama). El ansia de infinitud y trascendencia sólo es saciado en Cristo resucitado, que posibilita otra vida y salva de la muerte. Solo si Dios existe nos liberamos del absurdo y de la humillación de haber sido para nada. Que Dios exista es la única respuesta digna ante la muerte.
- La religión propone las respuestas «más fuertes, antiguas y creíbles» a las inquietudes y preguntas vitales que todos llevamos dentros, inherente al ‘homo sapiens’, de todo tiempo y lugar: la búsqueda de la felicidad, la dignidad de la persona humana y su libertad, la igualdad de todos los hombres, el sentido de la vida y la muerte y de lo que nos espera después del final de la existencia terrena.
- Dios es el creador de todo lo que vemos. Esto es fácil de creer porque hay una lógica y un orden tan increíbles en la manera en que funciona el Universo, su belleza, la armonía de sus leyes, el orden .., que cuesta creer que saliera de la nada. Ahora bien, no hay ninguna prueba, evidentemente; requiere de fe, que es un don -siempre y a todos ofrecido-, a la que conduce -abre a su recibimiento- la reflexión y el asentimiento confiado de que Dios es el creador y divinio legislador…
- Creer satisface el anhelo de justicia (Cf. Horkeimer). Que se haga justicia a la vida y al mundo; que la injusticia no tenga la última palabra. Que sean reivindicados los perdedores, las victimas, los humillados… Que haya un más allá donde se premie a los buenos y se ajuste cuentas a los malos.
- Creer es una exigencia justa: «Se nos debe, en justicia, la luz por el dolor» (León Felipe). Este es un mundo crucificado, transido por el dolor, el pecado, la precariedad…; reclama plenitud en todos sus sentidos; algo que espera que tenga lugar más allá: en el cielo prometido. A los que no supieron del dolor o fueron causante de él, no abrigan ninguna esperanza, es más, desean que lo exista.
- Creer es bueno y positivo: templa los nervios en las circunstancias de la vida; ya que, por muy complicadas o dolorosas que puedan ser, pasan a ser cosas penúltimas ante Dios y la eternidad, que son últimas, ante las que aquellas se reordenan, relativizando. Y siempre cabrá experimentar aquello de Jesucristo: «Vuestra alegría nadie es lo podrá quitar» (Jn 16,23). Las cuestiones más apegadas a lo mundano pierden interés, decaen, para que lo relevante asuma protagonismo en la vida, y en absoluta confianza de estar en las manos de la Providencia, quien pilota su vida. Así se puede decir llegar a decir con santa Teresa: «Sólo Dios basta».
- Creer aporta un consuelo por la desaparición de los seres queridos. Pensar que siguen viviendo… y que un día los volverás a ver.
- Creer moraliza y mejora. «Si Dios no existe, todo está permitido»(Dostoyevski): Nada me impediría cometer cualquier barbaridad, si ello me favorece, y no existe quién me llame a responder de lo cometido.
- El testimonio de Jesús, ya por sí, supone un humanismo prodigioso, que atrae, que engancha y seduce. Su autenticidad admira y predispone al amor hacía esa figura. Lo que es ya un comienzo a creer en El, una invitación a abrirle el corazón.
- Creer es tener la certeza de lo auténtico y verdadero. La fascinación de la belleza, de la bondad…, hace exclamar «¡esto es la verdad!»; como afirmó subyuda Edit Stein, tras leer la Vida de santa Teresa.
- Creer, per se, es siempre más positivo que negativo. El On (ser), que la nada. Que algo exista a que no: que exista lo creado, el ser, y que exista el mañana, en más allá, y todo ello por una voluntad amorosa.
- Creer es sentirse amado incondicional y tiernamente por un Ser que es Padre, y al que sientes agradecerle que así sea, y que estás aquí, vivo, por El, y que ha hecho y hará cuanto sea posible por salvarme.
- Se cree en algo bien documentado, en calidad y cantidad. Miles de teólogos han estudiado y reflexionado a lo largo de siglos de historia. Al igual que existe el testimonio vitales y escritos de miles de santos, místicos y contemplativos que han tenido experiencias místicas y revelaciones sobrenaturales.
- Creer es descubrirse heredero del legado trasmitido de una Tradición, consolidada con las obras y testimonio de tantos que los han precedido y dado el relevado de lo que se presiente sagrado. (Uno se admira al ver, por ejemplo, lugares que con una población de apenas 700 habitantes hace 500 años levantaron un templo tan monumental como una catedral… Y así en muchos y muchos pueblos o aldeas, fruto de una fe poderosa). Lo gritan las piedras de nuestras catedrales.
- Creer tiene el refrendo también de miles de milagros, conocido, y miles de miles, sin conocer. Y que en cualquier caso creer lleva a pensar -como decían los clasicos- que todo es un milagro. Y esto mismo, a creer.
- Los efectos físicos prodigiosos, sobrenaturales, de algunos santos: estigmas, cuerpos incorruptos; algunos han vivido muchos años de sus vidas sin comer nada, tan sólo la Santa Eucaristía, el alimentos del banquete eterno.
- Las dos reliquias, únicas, excepcionales, no hechas por manos humanas, que existen en la tierra: la sábana santa y la tilma de Guadalupe.
- La cantidad de hallazgos arqueológicos que han corroborado y demostrado que lo escrito en la Biblia aconteció y no miente: es digno de ser creido.
- Las numerosísimas experiencias más allá de la muerte, que no contradicen la fe en el dogma de la otra vida, sino que la refuerzan y confirman.
- La conversión y hombres de fe que han sido grandes eminencias en el saber, en las ciencias, en el pensamiento, la filosofía, la antropología, el arte, la historia, etc. Habrá quien piense que también los ha habido en sentido contrario y también grandes personalidades. Si sin duda, que así es; pero esto no demuestran nada, si acaso su ceguera; en cambio, aquellos evidencian lo que ellos si «vieron».
- La experiencia única, secreta, real, inaudita… de la paz profunda en la presencia del Señor en el Sagrario; que tras un tiempo en silencio, «cualquier persona puede percibir o sentir en lo más profundo de su ser». Esto es algo real y constatable; cualquier puede hacer esta expriencia.
- Santo Tomás de Aquino explica las cinco pruebas de la existencia de Dios. La segunda y tercera dicen así: , comprendidas así: Dios es la causa eficiente incausada, que es la imposibilidad de un progreso infinito, es la prueba de las causas eficientes del ser. La ultima fuente de toda necesidad, es necesario no por otro. Lo que no tiene en sí la razón suficiente de su existencia debe tenerla en otro: es la contingencia. Es la prueba por la contingencia de los seres perecederos. Puebas de Santo Tomás que tiene su origen en la irreductible teoría que hace 25 siglos anunciara Aristóteles: todo tiene una causa anterior que lo ha engendrado, y así sucesivamente hasta llegar a la causa primera, la cual existe por sí misma. A esa causa es a la que llamamos Dios.
- La idea de Einstein y de otros científicos notables de que tenía que haber una Inteligencia detrás de la complejidad integrada del universo físico. el origen de la vida y de la reproducción sencillamente no pueden ser explicados desde una perspectiva biológica. Cuanto más descubrimos de la riqueza y de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece que una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético. Se me hizo palpable que la diferencia entre la vida y la no-vida era ontológica y no química. Según Antony Flew.
- De alguna manera, hasta la tecnología favorece el creer. Ha sido informáticamente probado el «teorema de Gödel», que concluía que en base a los principios de la lógica ha de existir un ser superior.
- Creer como cristiano es creer que en nosotros hay una nostalgia radical de «amorosidad», amistad, hacia esa fuente de amor de la que hemos sido creados, Dios, «a su imagen y semejanza«, es la huella de nuestro origen, el adn de nuestra ser espiritual. Tan sólo es cuestión de dejarse llevar…
- La Biblia está llena de poesía y de metáforas,y sabemos que la poesía es una manera poderosa de transmitir, comunicar y conectar; para percibirlo es preciso preciso acercarse a la Palabra revelada de Dios una inteligencia espiritual, con un espíritu poético, con una disposición interior a desgustar espiritualmente lo bueno, lo bello, lo verdadero…
- Creer proporciona un constatable nuevo estado en la persona. El creyente coherente con su fe posee dentro de sí un nuevo sentido que San Pablo llama el «sentido de Cristo» o el «Espíritu de Cristo», gracias al cual saboreamos experimentalmente el misterio de Dios y sus planes de salvación (Rom 8,1-27; 1 Cor 2,10-16).
- Y, en todo caso, sería mejor aposta por creer; pues si al final, no hay nada, no habrá ni decepción para los que creen; pero si lo hay, los que no creen se van a llevar un susto… de muerte, (ser inteligente es procupar no estar entre estos).
- Que todo quede La urgente necesidad de que la verdad resplandezca y nada quede oculto. A lo que la Palabra de Dios viene a decir: «nada quedará sin que se descubra; ni un pelo del cabello de la cabeza caerá sin que se sepa».
- Atreverse a pensar… El pensamiento humano lleva a creer: cuando no se contenta con describir la apariencia de la realidad o con explicar el funcionamiento de las cosas, cuando intenta ser fiel a sus exigencias radicales y se pregunta: “¿quién soy?”, “¿por qué existe algo?” Si en realidad no se huye del pensamiento, si no se teme a pensar… y se sigue el argumento hasta sus últimas consecuencias. Ta y como decía Adorno, más o menos, «quien no se decapita acaba dando con el pensamiento en la Trascendencia«.
- El silencio de Dios no es un querer callar suyo, sino un no poder escuchar Si uno no le oye, no es porque él no hable, sino por nuestra nula capacidad de escucha; nuestro oído, taponado —por la dureza, el pecado, el ruido del ajetreo de la vida, con sus ambiciones…—, sin sensibilizar el oido espitual, sin momentos de silencio, sin concentración, sin oración, sin amor, sin espíritu de servicio, etc., la palabra honda y sutil de Dios, no será escucha, pues se está en otra longitud de onda, y será imposibilitada la audición de un Dios que emite constantemente.
- Como decía Nicolás de Cusa, Dios es contemporáneo de todos los tiempos; por lo que tengo que afinar el oído para escuchar los mil rumores de trascendencia —rumores de ángeles los llamó Peter Berger— que siguen resonando en nuestro mundo, y dar cuenta de ellos para convertirlos en noticias de Dios. Pensar en la naturaleza, el mundo del arte, las luchas de las personas por mejorar el mundo, la interioridad de la conciencia y los valores a los que es sensible, las preguntas radicales (sobre las que podemos echar tierra, pero que difícilmente podemos reprimir); pienso sobre todo en los rostros indefensos de los pobres, los excluidos y las víctimas de la injusticia que, al clamar al cielo, constituyen un verdadero clamor de Dios para nosotros. (J. Martín Velasco, ¿Hay noticias de Dios?).
- Tener una predisposición a la admiración que lleva a creer: estar dispuestos a dejarse sorprender, a que Dios desborda cualquier expectativa. «Ellos no creían aún de pura alegría y admiración», (Lc 24,41). Era demasiado hermoso como para ser verdad. Demasiado bonito, como para creer en ello. Se requiere de un grado de inocencia, de ser capaz de confiarse, de dar credibilidad, de dejarse atraer, fascinar… por la belleza, el bien y la verdad. Si no, de qué. Uno no puede puede quedar indiferente ante Jesucristo. ¡Ay, de los tibios! Esa enfermdad mortal que deja postrado…
- «Dios es amor«, afirma el evangelio san Juan, y como dice el teólogo Hans U. Von Balthasar, “sólo el amor es digno de fe«.
- La fe es benéfica —está demostrado médicamente, y también, no sólo física y anímicamente, psicológicamente, sino espiritual y humanamente—: proporciona felicidad, paz, confianza, certezas, sentido, equilibrio, alegría, satisfacción vital, gratitud, ayuda a superar la adversidad, no da una explicación al sufrimiento pero lo asume como ofrecimiento, «lo glorifica», convirtiéndolo en sacrificio (lo sacraliza), y mejora los corazones, amabiliza, afina las conciencias, fortalece la integridad, eleva y engrandece el alma, etc.
- Creer por la realidad de la presencia de Dios en nosotros. Las experiencias del Espíritu de Santo presente y actuante en nuestras vidas de su transcurriar constante de cada día (pueden ver esas experiencias aquí, aquí y aquí).
- Experiencia puntual de un deseo intenso e inaudito de dar gracias… (a Alguien), por la vida, por sentirse vivo, por ser, por haber sido creado, por estar aquí…, sin que yo haya hecho nada, sin merecimiento alguno, por pura gratuidad de Quien le ame incondicional y misericordiosamente.
- “En verdad habitas una luz inaccesible, Señor; no hay nada que pueda penetrar esa luz para poderte descubrir. Por eso no la veo porque me excede infinitamente. Sin embargo, cualquier cosa que yo vea, la veo a través de ella: como el ojo débil ve lo que ve a través de la luz del sol, luz que por otra parte es incapaz de mirar en el sol mismo” (S. Anselmo, Proslogium, 16).
- Creer es mejor que no creer. Es un factor positivo en el crecimiento humano. De modo que quienes optan por abrirse a la fe no se equivocan nunca. Pues el creer mejora, hace ser mejores personas, ennoblece, eleva y santifica.
- Creer es la cosa más apropiada y lógica. Pues se apoya en la concepción de una creación —la nuestra— que ha sido originaria en lo más hermoso y bueno que hubiera podido ser motivado o causal: El amor de un Dios que es amor. Dios movido por esa su esencia movido decidió crear a un nuevo ser, el humano, para que viniera a existir, a ser, según un parentesco al suyo —hecho a su imagen y semejanzas—, y participara de su felicidad, felicidad eterna.
- La fe no es un conocimiento más alto ni más profundo, sino una dimensión completamente distinta de conocimiento y acceso a la verdad. La fe es una virtud teologal, una cualidad sobrenatural, otorgada por Dios, ofrecida por Dios a todos los hombres; requiere de éste un «fiat» (sí, quiero). Entonces se dará un conocimiento amoroso a la Verdad. Conocimiento teológico lo llama Tomás «per connaturalitatem».
- Quien es bueno y ama está más cerca de dar (contactar) con Dios, que es el sumo bien y el amor. Se está cerca de un conocimiento «cordial», una especie de simpatía, por afinidad. Según Agustín, «amas la tierra, tierra eres; amas a Dios, Dios eres»; «Non intratur in veritatem nisi per caritatem», no se entra en la verdad, si no es por la ancha vía del amor. Y san Juan: Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor». El amor es condición «sine quanon» para conocer a Dios, o lo que es igual creer en Él. La fe en Dios no consiste en un discruso intelctual sobre su realidad; es, sí, una asención de su realidad, pero toda ella inserta en una praxis de amor. «Amémonos, poque el amor vien de Dios, y quien ama es el que conoce a Dios y ha nacido de Dios» (1 Jn 4,7).
- Necesidad de conversión, de asemejación a Dios, que es Bien y Amor. San Bernardo, Conversio cordis: «Fidem, hoc est, cordis ad Deum conversionem». Es decir, la fe es la conversión del corazón a Dios». Sin ese parecido es imposible percibirle. Una conversión de la mirada que tiene su origen en una conversión de toda el alma y que tiene su centre en la progresiva iluminación por la luz del Bien, que supone una progresiva participación en Él. Porque, como añadirá Plotino, «el vidente debe aplicarse a la contemplación no sin antes haberse hecho afín y parecido al objeto de la visión. Porque jamas todavía ojo alguno habría visto el sol, si no hubiera nacido parecido al sol. Pues tampoco puede un alma ver la belleza, sin haberse hecho bella. Hágase, pues, primero todo deiforme y todo bello, quien se disponga a contemplar a Dios y a la Belleza» (Enéadas, 1,6,30). Imagen de Dios en el alma —don de Dios, constitutivo de la naturaleza humana, y, por tanto, inaccesible— condición de toda posible relación con Dios, como un dinamismo que la conduce hacia la semejanza, la asimilacion y la divinización. «Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios«, dice el Señor.
- La existencia de la realidad contraria a la divina, la del Maligno, que combate al Existente, a Dios, afirma su existencia. Esa realidad diabólica es innegable, evidencia su existencia en la maldad, en las tinieblas, en las múltiples manifestaciones demoniacas… (Estas, cuanto menos, estan confirmadas por los exorcismos de posesos).
- ¿Por qué somos capaces de apreciar la belleza? Según la hipótesis materialista, es inexplicable que la evolución nos haya llevado a esto, pues no se ve cómo podría resultar útil este rasgo para nuestra supervivencia. En vez de la buena música, deberíamos apreciar la cacofonía, que abunda más en la naturaleza. Desde la hipótesis de la existencia de Dios, sin embargo, es fácil explicarlo, partiendo de que Dios aprecia la belleza (de hecho, Dios es la belleza). (Alvin Plantinga).
- Siguiendo Chateaubriand, la fe cristiana es bella, el cristianismo excelente, porque proviene de Dios. ¿Cómo puede no ser verdad tanta belleza? El Cristianismo es bello por tanto digno de ser amado, por tanto es verdad.
- Refutación del argumento ateo basado en el problema del mal. El único argumento ateo de cierto peso contra la existencia de Dios es el que plantea el problema del mal (un Dios bueno no permitiría que hubiese tanto mal en el mundo). Tal como los ateos lo presentan, este argumento se apoya usualmente en la falacia del hombre de paja. Que Dios es todopoderoso significa que si quiere puede hacer todas las cosas lógicamente posibles, pero no puede hacer cosas absurdas, lógicamente inexistentes, como triángulos cuadrados, por ejemplo. Un universo sin ningún mal en absoluto sería una de esas cosas lógicamente inexistentes. (Alvin Plantinga).
- La existencia del mal justifica la existencia de Dios. En el mundo existen males aborrecibles, reconocidos por todos. En un universo materialista un mal aborrecible no podría existir: la hostilidad, el odio, incluso hacia las personas más allegadas, debe entenderse como el esfuerzo de los genes para asegurar su supervivencia (Dawkins dixit). No puede haber nada perverso ni antinatural en ello. Luego el materialismo lleva a la conclusión de que el mal no existe. En tal caso, no se puede utilizar el problema del mal para demostrar que Dios no existe. Si partimos de que Dios sí existe, esos hechos son horrorosos, profundamente perversos, porque son un desafío contra Dios, la fuente de todo lo bueno y de todo lo justo (de hecho, Dios es el bien). Luego la existencia del mal se convierte en un indicio de la existencia de Dios. (Alvin Plantinga. Este argumento desarrolla el que planteó C.S.Lewis).
- La existencia de Dios tiene dos handicat: que no se ve con los ojos de la carne y que no es de este mundo, es decir, que es inmaterial, que su acción se realiza en el ámbito del espíritu, principalmente. Aquello de Jesús a Pilatos hay que tenerlo en cuenta: mi reino no es de este mundo, pues si lo fuera mi Padre mandaría legiones de ángeles…
- El endurecimiento del corazón y lo complicado que nos volvemos hace imposible creer. Cristo no sufre ya ante Pilato por sí, sino por Pilato. Cristo se ha desposeído para entrar en él, está trascendiendo; pero Pilato se resiste a dejarlo entrar, amontonando intereses y miedos. Solo queda el silencio.
- El materialismo se cree que puede explicar todo, pero no tanto. La materia llega un momento en que se pierde vista, para adentrarse en el ambito de la metafísica: pensemos en los quarks, los muones, los leptones, los neutrinos, la antimateria, etc.; se abandona la física para entrar en el espacio de las formas, las ideas, de lo invisible, de los entes, de los fantamas, etc., ¿de lo espiritual?. ¿Qué rotundidad puede representar aquello que se para y el camino continua? La materia no tiene la última palabra. Ya Wittgenstein subrayó la importancia de «lo místico», de lo que está fuera del límite de lo fáctico. Aquí el materialismo no tiene nada que decir, pero en su osadía los materialistas se conducen como si su palabra muda prouniara alguna sentencia. En fin, en ese «terreno» solo la Trascendencia tiene algo que decir, con credibilidad.
- Un saber sabroso, nacido del trato con Dios. La naturaleza del conocimiento, distinto del abstracto por representaciones y nociones, y de la creenciala experiencia: un conocimiento directo, sabroso, en que se llega a saber algo, no por noticia objetiva, sino por haberlo vivido o padecido en el propio ser. Un gustar del Señor. «Esto es visto por experiencia, que es otro negocio que solo pensarlo y creerlo» (Sta Teresa, Camino, 6,3). La experiencia personal con Dios afianza la confianza en Él, posibilita el que grano de mostaza crezca y se desarrolle. Hay que ir, pues, hasta el punto, donde se da la cita, el encuentro de Dios con el hombre, para conocer personalmente, y enamorarse de Él.
- La mayoría de los malos son ateos (o están en camino de serlo). «Nadie niega a Dios, sino aquel a quien no le conviene que dios exista» (San agustín). De modo que aunque Dios exista, no para ellos. Niegan a Dios, porque su exisenica les compromete radicalmente, les pone ante el espejo de su conducta y responsabilidad. Para el creyente, cabe decir lo contrario. La creencia se tiene que demostrar por la bondad que produce; pues le es inseparable, pues el objeto de la fe, Dios, Bondad pura.
- Ante la falta de conciencia es «natural» la falta de Dios. Vivimos en tiempos en un eclipse de conciencia. Cuando se carece de conciencia es normal que se carezca de Dios. La conciencia es el lugar donde se hace presente la voluntad de Dios. Es la mediación cósmica donde más nítida se hace su presencia. De modo que cuando no se tiene conciencia, se cae en el agnosticismo.
- Si venimos del azar y vamos hacía la nada. La vida es un despropósito sin sentido. Por lo tanto no hay que extrañarse si esto, la vida, se convierte en un desmadre de egosimos e intereses y en una entropia, loca y perversa, donde el mal campe a su aire. Si no se llega a tal, es porque Dios existe no permitiendolo y sosteniendo al mundo.
- Los testimonios de vidas ejemplares de hombres de fe, de santos, misioneros, religiosos, de la gente corriente creyente… manifiestan la fuerza de la gracia divina operando en ellos. Son testimonio, un evangelio vivo de lo que concita el sincero creer en Dios. Ellos representan la creencia verdadera. (Los testimonios negativos, que los hay, no representan nada).
- El problema de los ateos es cuanto se ponen a pensar sobre las cuestiones últimas… Las interrogantes últimas de la existencia acompañan siempre el fondo abismático del ser humano. O huyen de ellas por insostenibles e insolubles y la desazón por la propia insatisfacción de las respuestas, o simplemente no se las plantean y viven de estapaldas a ellas, sin aparente echar de menos su no respuestas. La insuficiencia de las posturas contrarias a la existencia de Dios es un acicate a apostar por Él, en principio (aunque tan solo sea esto).
- El salto de la nada al ser: ese es el problema de los problemas quel cienticismo ateo no sabre responde: el por qué existen cosas, por qué existe algo. No dan explicación material, para el nacimiento de lo suyo, la materia, ¡cómo para darla de lo que es más que materia, el espíritu! En fin, solo decir algo la filosofía, la teología, la poesía o… la revelación.
- Ni el cienticismo, ni el materialismo, ni tantos saberes… ideológicos, filosóficos, etc., pueden aportar un saber que salve; tan solo el saber que procede de Dios, la verdadera Sabiduria. Todo los demás «comocimientos» son «flatus vocis» en lo referencia a lo importante: ser salvos.
- La espiritualidad humana. Todo apunta a que en el ser humano hay una parte no es mateia, sino espíritu (con lo ello supone…). si ni una sola de las células de mi actual cuerpo, materia, existía hace diez años, ¿cómo es que sigo siendo el mismo que entones, con mi mismo nombre, mis recuerdos y mi historia? Lo cual conduce a concluir que un aspecto espiritual que constituye al ser humano, personalidad, aura, psicología o alma, según depende. En cualquier caso, habrá llegado a la constatación de la existencia de lo espiritual y a su complemento necesario: el espíritu es lo que permanece, la materia está en continuo cambio y, por tanto, no puede ser la esencia de nada. Lo espiritual no está sometido a la caducidad corruptible del espacio-tiempo, es eterno.
- Dios quiere la felicidad de sus hijos, y la fe en Él provee en este sentido muchos beneficios. Los resultatos de creer hasta en el sentido más interesado, son favorables, a diferencia de los que no creen: La gente religiosa vive más, es más feliz, son mejores personas, etc; unos últmos estudios muestran las personas que oraban o meditaban regularmente mostraron mejor función cerebral; según un estudio realizado por eminentes franceses el factor más determinante de una larga vida es la paz interior, que proporciona el hecho de creer en Dios. Si Dios no existe, lo que si existe son los frutos positivos de que Dios exista. La gente que cree en Dios, amén de los frutos físicos (vida más longeva, menos alteraciones nerviosas, etc. ), existen los frutos de ser gente más pacífica, mas bondadosa, ama más, es más delicada, tierna, fraterna, compasiva, libre, sensible, etc., mejor persona, más humana. Creerproduce frutos tan excelentes, aunque sea a este nivel tan primario.
- Experiencia mística, inusitada, excepcional, en que uno se siente tocado gratuitamente en la conciencia, en un momento puntual, que quiza no vuelva a repetirse: la irrupción de una clarividencia, de un visión de la realidad, de la existencia, nueva y desconocida; que le ha sobrevenido, y que le es excepcionalmente pacificadora, clarividente, relativizante de las preocupaciones…, sumergida en el Bien; donde se siente seguro, dichoso. Tan solo puedo hablar de intensidad, densidad, presencia, luz. Es una contemplación «sobrenatural», gracias a la transformación que sufre el sujeto bajo el influjo de la iluminación transfigurativa. Una experiencia de sabiduria que jamás será olvidada por la persona a la que le ha acaecido. Y que puede llevar a la persona a su replanteamiento vital…
- Estamos dotados de la presencia de Dios, pero no nos es fácil ponernos en disposición de percibirla. “Cerca de ti está la Palabra, en tu boca y en tu corazón” (Rom 10,8); “Dios no está lejos de cada uno de nosotros” (Hch 17,27). Pero con frecuencia, y debido sobre todo al pecado, el hombre “ha disipado su sustancia” (Lc 14,13), vive fuera de sí, separado de su raíz, es decir, de sí mismo, volcado sobre sus posesiones, disperso en sus quehaceres. La Presencia, que nunca deja de insinuarse, el hombre puede, en primer lugar, responder ignorando esas insinuaciones, instalándose, por tanto, en la indiferencia, o incluso «echando tierra encima» de todas las señales para que no se vea perturbada una forma de vida que no quiere sobresaltos, imprevistos, sorpresas, es decir, acontecimientos que no entran en los cálculos de la propia persona y que esta no sea capaz de dominar. Naturalmente, en estas condiciones, la Presencia no se deja oír, y la vida, dominada por la indiferencia, discurre por la superficie de la realidad, ajena a niveles de realidad y de conciencia que están a su alcance, pero a los que se torna insensible. Dios no aparece a una mirada cualquiera. No aparece, por ejemplo, a la mirada dispersa del hombre distraído, a la persona perdida en el divertimiento, disipada en el olvido sistemático de sí misma. Es también evidente que Dios no aparece a una persona dominada por el interés, la utilidad, la ganancia, que se reduce al para qué y organiza todo en torno a un sujeto reducido a fruición, capacidad de disfrute y que, precisamente por eso, se convierte en mirada obsesionada y agobiada. En esta fábula, una zorra ve un racimo de uvas, e intenta cogerlo. Al darse cuenta de que está demasiado alto, las desprecia, diciendo: “¡No están maduras!”. Algo así ocurre con el hombre moderno, conoce, sabe, intuye el misterio. Pero las herramientas de la razón no le dejan siquiera acercarse a tocarlo, por lo que, como la zorra, desiste de intentarlo y vive como si las uvas no existieran. (Juan Martín Velasco, La experiencia cristiana de Dios).
- Los parcos argumentos de los ateos, que han decaído en agnoticos, es media razón suficiente para optar por otra alternativa que no sea la de negar algo, en lo que ya de por sí hay una negación negativa. Los esfuerzos del materialismo ateo para explicar lo espiritual, su existencia, la misma existencia de lo que ella misma es, materia, es incapaz de explicar. Sólo con la materia no se puede negar la existencia de lo inmaterial, ni su existencia y tan siquiera de cuanto es. Ningún credo religioso demanda tanta credulidad.
- El hombre es un ser de la esperanza, y ésta no la puede otorgar ninguna ciencia ni ningún saber, solo la fe. Única posible capaz de colmar los anhelos eternos del ser humano. “Te consume una fiebre incesante, una sed de océanos insondables y sin riberas, un hambre de universos y la morriña de la eternidad” (Unamuno).
- Afirma el científico Michio Kaku: “Está claro que estamos en un plano regido por reglas creadas y no determinadas por azares universales” . «Es evidencia de que la acción de una fuerza lo gobierna todo”. “Estamos en un mundo hecho por reglas creadas por una inteligencia”. «Todo lo que llamamos azar hoy no tendrá más sentido. Para mí está claro que estamos en un plano regido, por reglas creadas y no determinadas por azares universales”. «¿Es posible que cada uno de esos parámetros haya sido perfecto por accidente? ¿No les parece que asumir que una inteligencia creara estas perfectas condiciones requiere mucha menos fe que creer que la vida en la Tierra superó por casualidad probabilidades inconcebibles para llegar a existir? «. «El simplemente ocurrió desafía el sentido común».
- La posibilidad de que una molécula de DNA resultara diseñada por azar es (ninguna) la misma de que dinamitando una imprenta las letras caigan en orden formando un diccionario enciclopédico completo. (…) Monod lo llamaba azar, aunque no logró explicarlo. Y en cuanto a que eso pudo suceder por selección natural, observo: hasta que no hubo ADN (una molécula capaz de autorreproducirse) no comenzó la selección natural biológica. Así que no me digan que fue por selección natural. De cualquier manera la selección natural está en el plan general del Universo y no es un argumento contra la existencia de Dios… lean a Theillard de Chardin. (…) Aparentemente el hablar de una finalidad de los seres vivos o de la materia (viva o inanimada) resulta demasiado sospechoso. De cualquier forma Monod atribuye a los seres vivos “el ser objetos dotados de un proyecto”. Todo eso es una contradicción flagrante: ¿no eran mero azar? Ahora resulta que es azar con teleonomía o sea azar con un proyecto. ¿Y de quién fue el proyecto? ¿Quién eligió la temperatura y la velocidad de expansión del momento inicial? La respuesta agnóstica no conforma a nadie, en ella pesan más los prejuicios cientificistas que los hechos comprobados. La sensación de diseño consciente es abrumadora. (…) Que las letras caigan formando la Enciclopedia Británica armada y pronta para empezar a editarse (y reproducirse) no sólo va contra el sentido común, va además contra la segunda ley de la termodinámica. Ya se ha notado que el azar puro tiende al desorden y a la inoperancia. Ese es el significado de la segunda ley de la termodinámica, o sea, de la entropía. El azar no es una explicación válida: no funciona. El problema es que el azar debería crear caos (eso se llama entropía). El azar creando organismos de complejidad cada vez más creciente, contradice la segunda ley de la termodinámica. No funciona, no puede ser así, iría contra la entropía del universo. (…) Se teme a encontrar a Dios a la vuelta de cualquier esquina cuando se admite una teleonomía global para el universo… (…) De cualquier forma una vez tenemos DNA podemos encontrar explicación en la selección natural. Pero antes no: y queda por contestar una pregunta : ¿y la primera molécula de ácido desoxirribonucleico, de dónde salió? La convicción de «prediseño» es abrumadora. (Fernando Aguirre).
- La fe se enamora de la Verdad; la Verdad misma, por ella sola; su atractivo seduce, su fuerza se impone; la inocencia cree en la verdad, en la bondad de la misma; la gente confiada, de bien, tiende a confiar, es lo natural, lo razonable. Lo contrario es violencia sobre sí, ir contra natura. Hoy se reprime la fe y se es refractario fatalmente a ella. La cultura, el medio, hace violencia al alma humana, generando ateísmo. Se precisa volver a nacer, tener alma de niño.
- Las proposiciones o verdades de fe no son irracionales ni absurdas, sino razonables, responsables y satisfactorias. Son lógicas y no disparatadas. No es locura: cuando creemos no decimos «dos más dos, cinco», sino que tiene una racionalidad, es decir, es razonable Son satisfactorias (dan respuestas…). La religión propone las verdades y respuestas más fuertes, antiguas y creíbles. Es responsable asumirlas.
Hay que pedir creer. Es una oración que se ha de hacer no ya por obtener de Dios la fe, que Él nos ofrece, sino por nosotros, por nuestra incapacidad para acogerla. «La fe tiene su oscuridad connatural, la posibilidad de que se realice en medio de dudas y preguntas sin respuesta, y el hecho de que los creyentes tengamos que reconocernos en la oración del Evangelio «Creo, Señor; ven en ayuda de mi incredulidad». Es Dios quien quiere que creas, pide cada día «Señor aumenta mi fe».
El creer que Dios existe es un un acierto. Lo bueno es que el Amor eterno, o sea, Dios, exista; si yo creo que es así, que es lo mejor que exista; si no existe, no es tanto un error mío sino el que debiera existir y no existe.