El sembrador, la siembra y los sembrados

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El evangelio de la liturgia de la misa de hoy, 24 de julio, es según san Mateo (13,1-9), donde Jesús nos cuenta cómo es la predicación del Reino, donde interviene el Sembrador, Dios, lo que se siembra, su Palabra, y la tierra en la que se siembra, el corazón humano: 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,1-9):

Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol. se abrasó, y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El que tenga oídos, que oiga.»

El sembrador y la semilla permanecen iguales, es decir, son invivibles, no se modifican alterando el resultado o fruto. En cambio, la tierra, nuestro interior, si que cambia, y de este hace variar los el resultado de lo sembrado; de modo que surge ahí una gran responsabilidad.

Nosotros, el terreno, aceptamos o rechazamos conscientes o inconscientemente la Palabra de Dios (es decir, a Jesús, el Reino). ¿Cómo sucede esto? Por el tipo de corazón que tenemos:

  • Un interior árido, superficial, inconstante, que está sometida a la moda del momento, a la novedad, a la fluidez: al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
  • Un interior duro, descarnado, nada acogedor, y que incluso, en un principio puede mostrar entusiasmo, pero que ante la falta de profundidad, de verdadero interior o machado por el endurecimiento, sin echar raíces, desparece a consecuencia de los brillos de la vida, de los atractivos de la mundanidad: cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol. se abrasó, y por falta de raíz se secó.
  • Un interior en que la maldad, la siembra del enemigo, la cizaña, que ha crecido en ese corazón con el devenir de una vida descuidada moralmente y carente de inocencia, al caer la semilla agarró y echó raíz, pero cuando brotó la maleza existente la ahogo: cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron.
  • Y por fin, un corazón bueno, tierno, pura inocencia, receptivo, acogedor, humano…: cayó en tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta.

Por lo demás, tener presente que así Jesucristo, Dios, nos animó a ser colaboradores de Él en la siembra, es decir, ejercer de sembradores; a los que el papa Francisco dice: «Los sembradores del Evangelio viven y predican la Palabra de Dios a menudo sin registrar éxitos inmediatos. No olvidemos nunca que también donde parece que no sucede nada, en realidad el Espíritu Santo está trabajando y el reino de Dios ya está creciendo, a través y más allá de nuestros esfuerzos.»Los resultados de la siembra no dependen de nuestras capacidades: dependen de la acción de Dios. A nosotros nos toca sembrar, y sembrar con amor, con esfuerzo, con paciencia. Pero la fuerza de la semilla es divina.»

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Palabras del papa Francisco:

Cada uno de nosotros es un terreno sobre el que cae la semilla de la Palabra, ¡sin excluir a nadie! La Palabra es dada a cada uno de nosotros. Podemos preguntarnos: yo, ¿qué tipo de terreno soy? ¿Me parezco al camino, al pedregal, al arbusto? Pero, si queremos, podemos convertirnos en terreno bueno, labrado y cultivado con cuidado, para hacer madurar la semilla de la Palabra. Está ya presente en nuestro corazón, pero hacerla fructificar depende de nosotros, depende de la acogida que reservamos a esta semilla. A menudo estamos distraídos por demasiados intereses, por demasiados reclamos, y es difícil distinguir, entre tantas voces y tantas palabras, la del Señor, la única que hace libre.  (Ángelus, 12 julio 2020)

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Hoy el Evangelio nos presenta la parábola del sembrador (cfr Mt 13,1-23). La de la “siembra” es una imagen muy hermosa, y Jesús la usa para describir el don de su Palabra. Imaginemos una semilla: es pequeña, casi no se ve, pero hace crecer plantas que dan frutos. La Palabra de Dios es así; pensemos en el Evangelio, un pequeño libro, sencillo y al alcance de todos, que produce vida nueva en quien lo acoge. Por tanto, si la Palabra es la semilla, nosotros somos el terreno: podemos recibirla o no. Pero Jesús, “buen sembrador”, no se cansa de sembrarla con generosidad. Conoce nuestro terreno, sabe que las piedras de nuestra inconstancia y las espinas de nuestros vicios (cfr vv. 21-22) pueden sofocar la Palabra, y sin embargo espera, siempre espera que nosotros podamos dar fruto abundante (cfr v. 8).

Así actúa el Señor y así estamos llamados a actuar también nosotros: a sembrar sin cansarnos. ¿Pero cómo se puede hacer esto, sembrar continuamente sin cansarnos? Pongamos algún ejemplo.

En primer lugar, los padres: ellos siembran el bien y la fe en los hijos, y están llamados a hacerlo sin desanimarse aunque a veces estos parecen no entenderlos y no apreciar sus enseñanzas, o si la mentalidad del mundo “rema en contra”. La semilla buena se queda, esto es lo que cuenta, y echará raíces en el momento adecuado. Pero si, cediendo a la desconfianza, renuncian a sembrar y dejan a los hijos a merced de las modas y del móvil, sin dedicarles tiempo, sin educarles, entonces el terreno fértil se llenará de malas hierbas. Padres, ¡no os canséis de sembrar en los hijos!

Miramos después a los jóvenes: también ellos pueden sembrar el Evangelio en los surcos de la vida cotidiana. Por ejemplo, con la oración: es una pequeña semilla que no se ve, pero con la cual se encomienda a Jesús todo lo que se vive, y así Él puede hacerlo madurar. Pero pienso también en el tiempo para dedicar a los otros, a quien lo necesita más: puede parecer perdido, sin embargo es tiempo santo, mientras las satisfacciones aparentes del consumismo y del hedonismo dejan las manos vacías. Y pienso en el estudio: es verdad, es cansado y no es inmediatamente satisfactorio, como cuando se siembra, pero es esencial para construir un futuro mejor para todos.

Hemos visto los padres, hemos visto los jóvenes; ahora vemos los sembradores del Evangelio, muchos buenos sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en el anuncio, que viven y predican la Palabra de Dios a menudo sin registrar éxitos inmediatos. No olvidemos nunca, cuando anunciamos la Palabra, que también donde parece que no sucede nada, en realidad el Espíritu Santo está trabajando y el reino de Dios ya está creciendo, a través y más allá de nuestros esfuerzos. Por eso, ¡adelante con alegría, queridos hermanos y hermanas! Recordemos a las personas que han puesto la semilla de la Palabra de Dios en nuestra vida – cada uno de nosotros piense: “¿cómo empezó mi fe?” -; quizá ha brotado años después de que hayamos encontrado sus ejemplos, ¡pero ha sucedido precisamente gracias a ellos!

A la luz de todo esto podemos preguntarnos: ¿yo siembro el bien? ¿Me preocupo solo por recoger para mí o también de sembrar para los otros? ¿Lanzo algunas semillas del Evangelio en la vida de todos los días: estudio, trabajo, tiempo libre? ¿Me desanimo o, como Jesús, sigo sembrando, también si no veo resultados inmediatos? María, que hoy veneramos como Virgen del Monte Carmelo, nos ayude a ser sembradores generosos y alegres de la Buena Noticia. (Ángelus, 16 de julio de 2023).

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Catena Aurea

 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,2

Después de haber respondido a aquel que le había anunciado la presencia de su Madre y de sus parientes, hizo lo que deseaban ellos, es decir, salió de la casa, sanando primeramente a sus parientes de la enfermedad de la vanagloria, y dando, en segundo lugar, el honor que se debe a una Madre. Por eso dice: «En aquel día, saliendo Jesús», etc.
 

San Agustín, de consensu evangelistarum, 2,41

La palabra: «en aquel día» indica suficientemente que El salió inmediatamente después de lo que precede o poco tiempo después, a no ser que la palabra día se tome en el sentido que lo toma algunas veces la Escritura, es decir, como tiempo indefinido.
 

Rábano

No sólo las palabras y las acciones del Señor, sino hasta los caminos y los lugares que recorrió, están llenos de enseñanzas divinas. Porque después del discurso que tuvo en la casa donde se pronunció la horrible blasfemia de que tenía el demonio, se salió de allí, y enseñó en las riberas del mar, para manifestar que abandonando la Judea a causa de su perfidia, pasaría a otras naciones para salvarlas, porque los corazones de los gentiles, por mucho tiempo soberbios e incrédulos, se parecen a las soberbias y amargas olas del mar. ¿Quién ignora que la casa del Señor era la Judea consagrada a El por la fe?
 

San Jerónimo

Es necesario no olvidar que el pueblo no podía entrar en la casa de Jesús, ni estar en donde oían los Apóstoles los misterios. Por eso el Señor misericordioso sale de su casa y se sienta en la ribera del mar, a fin de que lo puedan rodear las numerosas turbas, y oigan en la ribera lo que no merecían escuchar en el interior de la casa. Por lo que sigue: «Y se llegaron a El muchas gentes».
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,2

No expresó todo esto el evangelista sin intención, pues quiso hacernos ver, al describirnos con tanta diligencia este espectáculo, que el plan del Señor era no dejar a nadie detrás de sí, sino el tenerlos a todos delante de sus ojos.
 

San Hilario, in Matthaeum, 13

Se ve por el contexto que el Señor se sentó en una nave y que las turbas se quedaron en la ribera. Les habló con parábolas para darnos a entender que los que están fuera de la Iglesia no pueden comprender las conversaciones divinas. La nave representa la Iglesia, dentro de la cual es depositada y predicada la palabra de vida, palabra que no pueden comprender quienes están fuera de la Iglesia, como si fueran arena estéril.
 

San Jerónimo

Jesús está en medio de las olas, que por todas partes golpean; pero, El tranquilo en su Majestad, aproxima la nave a la tierra, a fin de que no teniendo el pueblo de qué temer, ni viéndose rodeado de tentaciones que no pudiera vencer, se esté quieto en la ribera y oiga sus palabras.
 

Rábano

O también, al entrar en la nave y sentarse en el mar, significa que Cristo subiría por la fe hasta las almas de los gentiles y que colocaría la Iglesia en el mar, es decir, en medio de las naciones perseguidoras. La turba que se quedaba en la ribera, y no estaba ni en la nave ni en el mar, figura a los que reciben la palabra de Dios y por la fe están separados del mar, esto es, de los réprobos, pero que aún no están imbuidos en los misterios celestiales.
 

Sigue: «Y les habló muchas cosas en parábolas».
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,2

Aunque no lo hizo así en la montaña, donde no fue su discurso un tejido de parábolas, porque no había allí más que el pueblo bajo e ignorante, mientras que aquí estaban los escribas y los fariseos. Mas no habló sólo en parábolas por esta razón, sino para dar más claridad a sus palabras, para que las grabasen más profundamente en su memoria y las tuviesen siempre delante de su vista.
 

San Jerónimo

Y es de notar que no todas sino muchas cosas las habló en parábolas, porque si lo hubiera dicho todo en parábolas se hubiera retirado el pueblo sin sacar fruto alguno y mezcla las cosas que son muy claras con las oscuras, para que vengan en conocimiento por las cosas que entienden de las cosas que no entienden. Mas como el pueblo no tenía un solo modo de ver las cosas, sino que cada uno las veía a su modo, por eso les habla en muchas parábolas, a fin de que todos reciban diversas enseñanzas según sus diversos sentimientos.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,2

Y pone por primera parábola aquella en que el auditorio había de prestar más atención. Y puesto que El había de hablar por figuras, de ahí el excitar la atención de los que lo escuchaban con la primera parábola en estos términos: «He aquí que salió un sembrador a sembrar su semilla», etc.
 

San Jerónimo

Este sembrador es el Hijo de Dios, que ha venido a sembrar entre los pueblos la palabra de su Padre.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,3

¿De dónde o cómo salió el que está presente en todas partes? No salió de ningún lugar, pero por la encarnación se aproxima a nosotros revistiéndose de carne; y ha venido a nosotros porque no podíamos nosotros ir a El por impedírnoslo nuestros pecados.
 

Rábano

O también salió cuando, después de abandonar la Judea, pasó a otras naciones.
 

San Jerónimo

O también estaba adentro cuando se hallaba en la casa hablando con sus discípulos sobre los misterios. Y salió de su casa para sembrar su semilla en medio de las turbas.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,3

Cuando oigáis las palabras: «El sembrador salió a sembrar», no creáis que hay identidad entre las palabras de esa frase; porque el sembrador sale muchas veces a otras cosas diferentes, como son para arar la tierra, arrancar las malas hierbas, quitar las espinas, o para cualquier otra operación que exige mucho conocimiento. Pero éste salió con el objeto único de sembrar. ¿Y qué resultó de la siembra? Se perdieron tres partes, y una sola se salvó, y esto no con igualdad, sino con cierta diferencia. Por eso sigue el evangelista: «Y cuando sembraba, algunas semillas cayeron cerca del camino», etc.
 

San Jerónimo

Valentín se vale de esta parábola para sentar su error sobre las tres naturalezas: espiritual, natural o animal y terrenal, siendo así que aquí se habla de cuatro: La una es el camino; la otra está cubierta de piedras; la tercera de espinas, y la cuarta es la tierra buena.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 44,3

¿Pero qué razón habrá para sembrar entre espinas, sobre piedras y en los caminos? No tendría esto razón de ser si atendemos a las semillas y a la tierra, que son cosas materiales; porque no tiene la piedra poder para volverse tierra, ni el camino de no ser camino, ni la espina de no ser espina; pero sí tiene una laudable aplicación en las almas y en las doctrinas. Es posible que la piedra sea hecha una tierra pingüe, que el camino no vuelva a ser pisado y que queden destruidas las espinas. No es culpable el sembrador de que se pierda la mayor parte de la siembra, sino la tierra que la recibe, es decir, el alma, porque el sembrador, al cumplir su misión, no distingue al rico ni al pobre, ni al sabio ni al ignorante, sino que habla indistintamente a todos, en previsión, sin embargo, de lo que había de resultar. De esta manera puede decir: «¿Qué pude yo hacer y no hice?» ( Is 5,4). Por esta razón no dice que los perezosos recibieron tal parte de la semilla y la dejaron perecer; que los ricos recibieron otra parte y la ahogaron; y los voluptuosos esta otra parte y la perdieron. No quiso El tocar a nadie en particular con energía, para no engendrar la desconfianza. Enseña también el Señor por esta parábola a sus discípulos que no abandonen su misión porque haya entre sus oyentes algunos que perezcan, puesto que el Señor, que todo lo prevé, no ha dejado por ese motivo de sembrar.
 

San Jerónimo

Reparad que ésta es la primera parábola y que ella está puesta con su explicación, y guardaos de dar a los discursos del Señor, explicados por El mismo, otra explicación, o añadir o quitar nada de lo que el Señor ha expuesto.

Rábano

Debemos recorrer ligeramente el camino que el Señor dejó a nuestra inteligencia. El camino es el alma llena de celo, pisoteada y desecada por el miedo de los malos pensamientos; la piedra, la dureza del alma procaz; la tierra, la facilidad del alma obediente; y el sol, el ardor de la persecución que se ensaña; la profundidad de la tierra es la probidad del alma formada según las enseñanzas divinas. Ya hemos dicho que unas mismas cosas no siempre tienen un mismo sentido en las interpretaciones alegóricas.
 

San Jerónimo

Hemos tratado de fijar nuestra atención siempre que hemos sido amonestados con las palabras siguientes: «El que tenga orejas para oír, oiga».
 

Remigio

Las orejas para oír son las orejas del alma, que deben servir para comprender y practicar los mandamientos de Dios.

 

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