San Diego de Alcalá, 13 de noviembre

San Diego De Alcalá, Cuadro de Zurbarán

Este santo es uno de esos «pequeñuelos» que encantan al Señor. Su humildad, sencillez, candidez…, sin nada en sí en que apoyarse, permiten fácilmente confiarse en Dios, depender de Él con toda naturalidad y hacer así, sin más atavíos, que el Espíritu Santo opere en él, santificándolo.

 

Este santo, como tantos otros (Benito Labre, José de Cupertino, el Cura de Ars, etc.), sus conocimientos sobre Dios no se deben a ellos mismos, que en letras y en entendimiento fueron escasos, sino a la sabiduría transmitida por el mismo Dios; que otorga a aquellos que -aunque a los ojos humanos parezcan torpes­- se ponen a disposición de El con una confianza absoluta, que es lo principal o único que se le pide al más letrado teólogo. El mucho conocimiento está al servicio de ese objetivo que personajes como estos santitos hicieron en sus vidas: confiar en Dios.

..ooOoo..

 

A San Diego, aunque se le conoce con el toponímico de Alcalá (de Henares), su lugar de nacimiento es San Nicolás del Puerto, en la provincia Sevilla. En al Alcalá de Henares, en la provincia Madrid, fue donde murió y se conserva su cuerpo, incorrupto.

San Diego de Alcalá vivió entre los años 1400 y 1463. Fue religioso franciscano.  Dado que carecía de formación académica, solo profesó como lego. La modestísima condición de sus piadosos y humildes orígenes no hicieron posible su alfabetización. Aunque su ciencia y sabiduría en virtud y piedad la recibiría únicamente a Dios.

Su vocación religiosa la desarrolló gracias a la dirección de un ermitaño, cerca de la iglesia del pueblo. A los 30 años ingresó en el convento franciscano de Arrizafa (Córdoba). Como lego fue destinado a desempeñar trabajos en la huerta, lo que bien conocía, pues como hortelano y haciendo artesanías de utensilios para uso doméstico se había ganado hasta ese momento la vida.  Después al final de sus vida se le asignó la humilde misión de portero.

Fue extremadamente caritativo. Cuando recibía alguna observación crítica sobre su generosidad y desprendimiento con los pobres, decía: «No teman, Dios no puede dejar de bendecir esta clase de abusos, lejos de arruinar a la comunidad, esas limosnas atraerán hacia ella las gracias del cielo, pues el bien hecho a los pobres es caridad hecha a Jesucristo».

Recibió muchas gracias, hizo muchos milagros, tenía muchos raptos en la presencia de Cristo crucificado, donde adquiría excelsa sabiduría que admiraba a grandes teólogos. Sentía pasión por la Eucaristía, por oración y la mortificación. Tuvo una grandísima devoción a Virgen María; se sentía amparado por Ella, a la que atribuyó sus muchos milagros Era obediente, sencillo y servicial, virtudes que vivió de forma heroica y que admirara a santa Teresa de Ávila.

En su itinerario vital estuvo en Sevilla, Córdoba, Canarias -Fuerteventura-, Cádiz -Sanlúcar de Barrameda-, Cádiz. En 1450 viajó a Roma por ser año jubilar; permaneció tres meses, y se difundió su fama, tanto por los prodigios que obraba como por la caridad con que asistía a los apestados.  Estuvo en el convento de la Salceda en Castilla, y por fin recaló en su último destino: convento de Santa María de Jesús, de Alcalá de Henares. Durante más de diez años se dedicó a la horticultura y, finalmente, a la portería, donde realizó numerosos prodigios.

El 12 de noviembre de 1463, cuando tenía 63 años, murió. Previamente, había sostenido en sus brazos el crucifijo de madera que había sido su más preciado compañero toda la vida, recitando ante él esta estrofa del himno litúrgico a la cruz: Dulce lignum, dulces clavos, dulcia ferens pondera (Dulce madero, que sostienes tan dulces clavos y tan dulce peso). Aclamado en vida por altos miembros de la Iglesia, reyes y plebeyos, fue inmortalizado por Lope de Vega, y su figura plasmada en lienzos por artistas de la talla de Zurbarán, Murillo y Gregorio Hernández, entre otros. Sixto V lo canonizó el 2 de julio de 1588. Felipe II, que fue agraciado por el santo una vez fallecido, obteniendo la curación de su hijo, había instado al pontífice Pío IV a que iniciara su causa.

Es patrón de los franciscanos legos, y ostenta también el patronazgo de numerosas localidades españolas, pero también se celebra su festividad en diversos estados de México y Colombia, además de la mencionada California.  Franciscanos también,  fray Luís Jaume y fray Junípero Serra, siglos después (XVIII) darían nombre a muchas misiones allende los mares.   (Cf. Zenit).

Si hubiésemos de sintetizar la fisonomía de su espiritualidad, dentro siempre del estilo franciscano de su vida, no dudaríamos en destacar la obediencia hasta el milagro, la sencillez y servicialidad sin límites, la caridad heroica para con todos, como las virtudes que le encumbraron a la santidad y que le hicieron famoso y hasta popular en vida y después de su muerte. El humilde lego que hacía salir a su paso a todos para verle y acogerse a su valimiento delante de Dios mientras vivía, había de congregar junto a su sepulcro a los grandes de la tierra después de muerto. Cardenales y prelados de la Iglesia, reyes y príncipes, hombres y mujeres del pueblo habían de ir, sin distinción de clases, al humilde religioso franciscano. Enrique IV de Castilla, primero; cardenales de Toledo, príncipes de España, el mismo Felipe II después, acudieron junto a su tumba, llevados por el mismo sentimiento de confianza en su santidad milagrosa, o hicieron llevar sus restos sagrados hasta las cámaras regias, como en el caso del príncipe Carlos, hijo del Rey Prudente, a fin de impetrar de Dios, por su mediación, la curación y el milagro. Nada menos que el propio Lope de Vega había de inmortalizar en una de sus comedias en verso el milagro del príncipe Carlos, que había de cantar, en la poesía del Fénix de nuestros Ingenios, el pueblo todo de España.

Nadie con más autoridad que Sixto V puede resumirnos las características de la santidad de Diego. «El Todopoderoso Dios –dice en la bula de canonización–, en el siglo pasado, muy vecino y cercano a la memoria de los nuestros, de la humilde familia de los frailes menores, eligió al humilde y bienaventurado Diego, nacido en España, no excelente en doctrina, sino “idiota” y en la santa religión por su profesión lego…, mostrándole claramente que lo que es menos sabio de Dios, es más sabio que todos los hombres, y lo más enfermo y flaco, más fuerte que todos los hombres… Dios, que hace solo grandes maravillas, a este su siervo pequeñito y abandonado, con sus celestiales dones de tal manera adornó y con tanto fuego del espíritu Santo le encendió, dándole su mano para hacer tales y tantas señales y prodigios así en vida como después de muerto, que no sólo esclareció con ellos los reinos de España, sino aun los extraños, por donde su nombre es divulgado con grande honra y gloria suya… Determinamos y decretamos –continúa la bula– que el bienaventurado fray Diego de San Nicolás, de la provincia de la Andalucía española, debe ser inscrito en el número y catálogo de los santos confesores, como por la presente declaramos y escribimos; y mandamos que de todos sea honrado, venerado y tenido por santo…»

Lo humilde y pobre del mundo fue escogido por Dios para maravilla de los grandes y poderosos de la tierra. En Diego se cumplió una vez más de modo esplendente el milagro de la gracia. (es.catholic.net )

https://www.dream-alcala.com/el-cuerpo-incorrupto-de-san-diego-de-alcala/

ACTUALIDAD CATÓLICA