El evangelio de la liturgia de la misa de hoy, 16 de septiembre, es según san Lucas (6,43-49). Todo él es muy interesante: en su primera parte nos habla de los frutos que hemos de da; y en la segunda hace referencia al algo que hace referencia a lo que nos puede pasar actualmente:
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor» y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificaba una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose.»
Por los frutos se conoce al árbol —cada árbol se conoce por su fruto—; así ha de conocernos el mundo a los cristianos por las obras. Los frutos, pues, se constituyen en criterio de verdad —El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal—. Los frutos son los que son, como los hechos, así dice el refrán «obras son amores y no buenas razones»; se puede teorizar, decir, prometer…, pero lo que hacemos nos delata, y así dice Jesús: ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor» y no hacéis lo que digo?. Lo cual sería una farsa, de la que más pronto que tarde quedaríamos al descubierto, por los mismos frutos.
Así dice Jesús: El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, se parece a uno que edificaba una casa sobre roca… Los cimientos de nuestra fe asentados sobre las palabras de Jesús, en las que confía, se aferra, por mucho que pueda suceder, como hoy día está acaeciendo en nuestro mudo laicista y refractario a la Verdad; de modo que vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construida.
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Garantizar los buenos frutos
Para producir buenos frutos, un árbol debe crecer sano. Para crecer sano, el árbol necesita un buen abono, agua óptima y luz solar. Así, la producción de buenos frutos depende de la alimentación constante que se le proporcione al árbol. Lo mismo ocurre con el Espíritu. ¿Qué garantiza que nuestras almas estén bien regadas y abonadas? Una vida de sacramentos por la que nos alimentamos regularmente de la gracia de Cristo. Esto es lo que Pablo pide retóricamente, refiriéndose a nuestra participación eucarística: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es una comunión con la sangre de Cristo?». Al permanecer en comunión con Cristo, como el sarmiento está unido en comunión con la vid, nos nutrimos de su Espíritu y producimos los frutos del Espíritu (cf. Ga 5,22-23). Sin él, no podemos hacer nada (cf. Jn 5,5). (Paulson Veliyannoor, CMF. Ciudad Redonda)