La puerta estrecha de la santidad y el camino que conduce a la vida

 

El Evangelio de la liturgia de hoy, 25 de junio, nos habla de la puerta estrecha y del camino dificultoso, exigente, que nos santifica y nos salva otorgándonos de la vida eterna.

Previo al núcleo del evangelio existe un versículo (6) en que el Señor Jesús nos dice: No den a los perros las cosas santas”; pues si  hacemos esa humillación de lo sagrado que está hecho para quien lo aprecia y su crecimiento espiritual, otorgándoselo a los que, cual animales, no saben apreciarlo –pues, como dice el refrán, la miel no está hecha para el asno-, lo único que se hace es que esas personas perversas y endemoniadas se vuelvan aún con más furia persecutoria contra quién sí estima la santidad. Lo santo merece un respeto reverencia y exquisito, y quien no se relaciona con ello así, se pierde.

Después en el versículo 12 Jesús dice algo que vale por todo un tratado de moral, comprendido en una sola frase: dice: “Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes.” Por aquel entonces los fariseos había llevado al pueblo a un estado asfixiante de normas y preceptos (hasta 613), y en cambio el Señor lo sintetizó todo en una sola frase, y así concluye: “En esto se resumen la ley y los profetas.”  De modo que vivir con arreglo a los demás según la voluntad de Dios es esto: amar a los otros como a uno mismo.

Quien así procede en la vida está en el camino de la santidad. Quien recorre el camino de su vida según la voluntad indicada de Dios, ese llega a la vida eterna. Ahora bien, como Jesús advierte en los dos últimos versículos (13-14), no es fácil transitarlo, tiene sus dificultades, es angosto; resulta mucho más fácil dejarse llevar por lo cómodo, por las satisfacciones mundanas, por el egoísmo…  

 

 Lectura del santo evangelio según san Mateo 7, 6. 12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No den a los perros las cosas santas ni echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen.

Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas.

Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por él. Pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!”

 

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Palabras del papa Francisco hablando de la puerta estrecha

(Ángelus, 25 de agosto de 2019)

El Evangelio de hoy (cf. Lucas 13, 22-30) nos presenta a Jesús, que pasa enseñando por ciudades y pueblos, en su camino hacia Jerusalén, donde sabe que debe morir en la cruz por la salvación de todos nosotros. En este contexto, se inserta la pregunta de un hombre que se dirige a él y le dice: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (v. 23). La cuestión se debatía en aquel momento —cuántos se salvan, cuántos no…— y había diferentes maneras de interpretar las Escrituras a este respecto, dependiendo de los textos que tomaran. Pero Jesús invierte la pregunta, que se centra más en la cantidad, es decir, «¿son pocos?» y en su lugar coloca la respuesta en el nivel de responsabilidad, invitándonos a usar bien el tiempo presente. En efecto, dice: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con estas palabras, Jesús deja claro que no se trata de una cuestión de número, ¡no hay «un número cerrado» en el Paraíso! Sino que se trata de cruzar el paso correcto desde ahora, y este paso correcto es para todos, pero es estrecho. Este es el problema. Jesús no quiere engañarnos diciendo: «Sí, tranquilos, la cosa es fácil, hay una hermosa carretera y en el fondo una gran puerta». No nos dice esto: nos habla de la puerta estrecha. Nos dice las cosas como son: el paso es estrecho. ¿En qué sentido? En el sentido de que para salvarse uno debe amar a Dios y al prójimo, ¡y esto no es cómodo! Es una «puerta estrecha» porque es exigente, el amor es siempre exigente, requiere compromiso, más aún, «esfuerzo», es decir, voluntad firme y perseverante de vivir según el Evangelio.

San Pablo lo llama «el buen combate de la fe» (1 Timoteo 6, 12). Se necesita el esfuerzo de cada día, de todo el día para amar a Dios y al prójimo. Y, para explicarse mejor, Jesús cuenta una parábola. Hay un dueño de casa que representa al Señor. Su casa simboliza la vida eterna, es decir, la salvación. Y aquí vuelve la imagen de la puerta. Jesús dice: «Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estáis fuera a llamar a la puerta, diciendo: “¡Señor, ábrenos!” Y os responderá: “No sé de dónde sois”». Estas personas tratarán de ser reconocidas, recordando al dueño de la casa: «Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas» (cf. v. 26). “Yo estaba allí cuando diste esa conferencia…”. Pero el Señor repetirá que no los conoce y los llama «agentes de iniquidad». ¡Este es el problema! El Señor no nos reconocerá por nuestros títulos —“Pero mira, Señor, que yo pertenecía a esa asociación, que era amigo de tal monseñor, tal cardenal, tal sacerdote…”. No, los títulos no cuentan, no cuentan. El Señor nos reconocerá sólo por una vida humilde, una vida buena, una vida de fe que se traduce en obras. Y para nosotros, los cristianos, esto significa que estamos llamados a establecer una verdadera comunión con Jesús, orando, yendo a la iglesia, acercándonos a los Sacramentos y nutriéndonos con su Palabra. Esto nos mantiene en la fe, alimenta nuestra esperanza, reaviva la caridad. Y así, con la gracia de Dios, podemos y debemos dedicar nuestra vida para el bien de nuestros hermanos y hermanas, luchando contra todas las formas de maldad e injusticia.

Que nos ayude en esto la Virgen María. Ella ha pasado por la puerta estrecha que es Jesús. Ella lo acogió con todo su corazón y lo siguió todos los días de su vida, incluso cuando ella no lo entendía, aun cuando una espada atravesaba su alma. Por eso la invocamos como la «Puerta del Cielo»: María, la Puerta del Cielo; una puerta que refleja exactamente la forma de Jesús: la puerta del corazón de Dios, un corazón exigente, pero abierto a todos nosotros.

 

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Catena Aurea

«No déis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las huellen con sus pies y volviéndose contra vosotros los perros os despedacen«. (v. 6)

San Agustín, de sermone Domini, 2, 20

Como puede engañar a algunos el nombre de simplicidad (de que había hablado antes), para que se vea que tan malo es ocultar lo verdadero como publicar lo falso y lo malo, añade con toda oportunidad: «No déis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras perlas delante de los puercos».
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17

Había mandado el Señor, antes de ahora, amar a los enemigos y hacer bien a los que nos aborrecen y hacen mal; y para que los sacerdotes no piensen que también deben concederles las cosas divinas, les advirtió sobre esta idea, diciendo: «No déis lo santo a los perros», como si dijese: «Os he mandado amar a vuestros enemigos y hacer bien a los que os perjudican con vuestros bienes materiales». Pero no con vuestros bienes espirituales, porque vuestros enemigos son iguales a vosotros en cuanto a la naturaleza, no en cuanto a la fe. Dios concede los beneficios terrenos lo mismo a los dignos que a los indignos, pero no así las gracias espirituales.
 

San Agustín, de sermone Domini, 2,20

Debe saberse qué es lo que entiende el Señor por santo, por perros, por perlas y por puercos. Santo es lo que no es lícito corromper, de cuya infracción se considera culpable la voluntad, aun cuando aquello quede incorrupto. Perlas son todas las cosas espirituales de mayor estima. Aun cuando son una misma cosa lo santo y las perlas, sin embargo se llama santo lo que no debe corromperse, y perla lo que no debe despreciarse.
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17

Santo es el bautismo, la gracia que se concede por medio del sagrado cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y otras del mismo orden. Los misterios de la verdad son las perlas, porque así como las perlas cuando están en las conchas se encuentran en lo profundo del mar, así los misterios divinos se encuentran en la profundidad del sentido de las Sagradas Escrituras.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom.23,3

Para aquellos que son de buena intención y tienen entendimiento, las verdades reveladas aparecen con su propia dignidad, mientras que a aquellos que son incapaces les parecen más respetables cuando las ignoran.
 

San Agustín, de sermone Domini, 2,20

Son perros los que combaten la verdad, y consideramos como puercos a los que la menosprecian. Como los perros se arrojan para morder, y como destrozan lo que muerden no dejándolo entero como estaba antes, dijo: «No déis lo santo a los perros», porque en cuanto pueden, si está a su alcance, se esfuerzan en destruir la verdad. Los puercos, aunque no tienen tanto instinto de morder como los perros, andando por el fango todo lo ensucian, y por ello añade: «Ni echéis vuestras perlas ante los puercos».
 

Rábano

O bien los perros son aquellos que han vuelto a su vómito, y los puercos los que, aún no convertidos, se revuelcan en el cieno de los vicios (ver Prov 26,11; 2Pe 2,22).
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17

El perro y el puerco son animales inmundos. El perro lo es en absoluto, porque no rumia ni tiene la uña hendida; mas el puerco lo es en parte, porque tiene la uña partida, pero no rumia. Por ello creo que, por los perros, deben entenderse los gentiles, enteramente inmundos, tanto por la fe como por sus actos. Los puercos representan a los herejes, porque parecen invocar el nombre de Dios. No debe, pues, darse lo santo a los perros, porque el bautismo y los demás sacramentos no deben darse sino a los que tienen fe. Además, los misterios de la fe, esto es, las margaritas, no deben darse sino a los que desean la verdad y viven con la inteligencia perfectamente subordinada. Si las arrojamos ante los puercos (esto es, a los que viven enlodados en las complacencias impuras de la vida), no comprenden su preciosidad, y las estiman como semejantes a las fábulas mundanas y las confunden con sus acciones impuras.
 

San Agustín, de sermone Domini, 2,20

Se dice que se pisa todo lo que se desprecia, y por ello añade el Señor: «No sea que las huellen con sus pies».
 

Glosa

Pero se dice: «No sea que», porque pueden reconocerse y separarse de su mala vida.
 

San Agustín, de sermone Domini, 2,20

En cuanto a lo que sigue: «Y revolviéndose contra vosotros os despedacen». No dice a las perlas, a éstas las pisan, y cuando se vuelven para oír algo más destrozan a quien arroja las perlas. No hallarás fácilmente a quien pueda agradarle que se le desprecien las cosas que ha encontrado a costa de gran trabajo. No veo cómo los que enseñan a tales hombres no se desgarran de indignación y despecho.
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17

Los puercos no sólo pisotean con sus acciones carnales las perlas, sino que poco tiempo después de convertidos destrozan con la desobediencia a los que las presentan. Con frecuencia sucede que, alborotados, los calumnian, como si enseñasen dogmas nuevos. Los perros también, confundiendo las cosas santas con sus sentimientos, sus acciones y sus disputas, destrozan al predicador de la verdad.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 23,3

Y dijo con toda propiedad: «Volviéndose», porque fingen mansedumbre para aprender, y luego que han aprendido, se apartan.
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 17

Prohibió con toda prudencia arrojar las perlas ante los puercos. Y si esto dice respecto de los puercos, menos inmundos, ¿con cuánta más razón prohibirá que se arrojen a los perros, que son mucho peores? Tratándose de dar lo santo, no podemos decir lo mismo, porque con frecuencia damos la bendición a los cristianos que viven a manera de bestias, no porque merezcan recibirla, sino para que no se escandalicen más y se pierdan.
 

San Agustín, de sermone Domini, 2, 20

Debe evitarse el descubrir algo a quien no pueda entenderlo, porque es mejor darle, buscar lo que no comprende, que exponerlo a profanar lo que se le ha revelado, o con el oído como el perro, o con el desprecio como el puerco. De que se pueda ocultar la verdad, no debe inferirse que es lícito mentir, porque el Señor, aun cuando no mintió, ocultó algunas veces la verdad, según las palabras de San Juan: «Tengo algunas cosas que deciros, que no podréis comprender ahora» ( Jn 16,12). Pero si alguno no comprende por su mezquindad o inmundicia, debemos limpiarlo, o con la palabra o con la obra, cuanto sea posible. Pero si resulta que el Señor dijo ciertas cosas que muchos de los que estaban presentes no recibieron (o porque las resistieron o porque las despreciaron), no debe juzgarse que arrojó lo santo a los perros, ni dejó caer sus perlas delante de los puercos. Dio a los que podían aprender y que estaban presentes, a quienes no convenía despreciar por la inmundicia de los otros. Y aun cuando los que le tentaban se desconcertasen con sus respuestas, otros que podían comprender oían cosas de gran utilidad en las contestaciones que el Salvador daba a los primeros. El que sabe, pues, responder a las cuestiones en asuntos pertenecientes a la salvación, debe hacerlo, a fin de no desalentar a aquellos que, al ver que no responde, pueden sospechar que la dificultad propuesta no tiene solución. No debe contestarse a las cuestiones inútiles o perjudiciales, sino explicar por qué no debe responderse a tales preguntas.

 

«Y así, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también con ellos: ésta es la ley y los Profetas«. (v. 12)

San Agustín, de sermone Domini, 2, 22

En las buenas costumbres, que llevan a los hombres hasta la limpieza y simplicidad del corazón, se halla constituida cierta firmeza y valentía para marchar por el camino de la sabiduría. Y después de haber hablado mucho de ella, concluye el Señor diciendo: «Y así, todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, hacedlo también con ellos». Nadie quiere que se le trate con doblez de corazón.
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18

O bien, a fin de hacer nuestra oración más santa, había mandado más arriba que no juzgásemos a los que nos habían ofendido, y habiéndose apartado del orden de su narración para introducir otros pensamientos en ella, vuelve ahora al precepto con que había empezado, y dice: «Todas las cosas que queráis», etcétera. Esto es, no sólo no debéis juzgar, sino todas las cosas que queráis que hagan con vosotros los demás hombres, hacedlas vosotros con ellos, y entonces podréis orar con fruto.
 

Glosa

El que distribuye todos los bienes espirituales, para que se puedan practicar las obras de caridad, es el Espíritu Santo. Por ello añade: «Todo lo que queráis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos», etc.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom 24,5

Quiere demostrar que conviene a los hombres impetrar de lo alto el divino auxilio, y que el que de ellos depende se lo concedan mutuamente. Por eso, después de haber dicho: «Pedid, buscad, llamad», enseña claramente que los hombres deben ser solícitos para el bien de sus hermanos, y por lo mismo añade: «Todo lo que queráis», etc.
 

San Agustín, sermones, 61, 5

El Señor había prometido a los que le pidieren que les concedería sus bienes. Pero para que El conozca a sus mendigos, conozcamos nosotros los nuestros. Dejando de lado, pues, el apoyo en las riquezas que cada uno pueda tener, los que piden son iguales a aquellos a quienes piden. ¿Con qué cara pedirás a tu Dios si no reconoces a tu semejante? Por esto se dice en los Proverbios: «El que cierra su oído al clamor del pobre también él clamará y no será oído» ( Prov 21,13). Qué es lo que debemos conceder al prójimo cuando nos pide para que nosotros seamos oídos por Dios, podemos deducirlo de lo que nosotros queremos obtener de los demás, y por ello añade: «Todas las cosas que queráis», etc.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,5

No dijo simplemente: todas las cosas, sino que añadió: pues, como si dijese: «Si queréis ser oídos haced con aquellos, de quienes os he hablado, esto mismo». No dijo, pues: «Haz con tu prójimo todo lo que quieras que Dios haga contigo», para que no digas: «¿Cómo es posible esto?», sino que dice: «Todo lo que quieras que haga contigo tu compañero de esclavitud, esto mismo debes hacer con tu prójimo».
 

San Agustín, de sermone Domini, 2, 22

Algunos códices latinos añaden la palabra bienes, lo cual considero añadido como explicación de esta sentencia. Podía preguntarse si interpreta bien esta sentencia aquel que, deseando que otro le haga algún daño, se lo hace él primero, pero es ridículo pensar tal extravagancia. Debe entenderse, pues, que la sentencia es completa, aun cuando no se añade esto. En cuanto a lo que se dice: «Todo lo que queráis», no debe tomarse a la ligera y vulgarmente, sino en su sentido propio. La voluntad no es tal sino en las cosas buenas, pues en las malas se llama propiamente codicia, no voluntad. No porque las Sagradas Escrituras hablen siempre con este rigor de lenguaje, sino que allí donde tienen palabras enteramente propias, no permiten que se entiendan de otro modo.
 

San Cipriano, de oratione Domim, serm. 6

Habiendo venido el Verbo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, para todos, hizo un gran compendio de sus preceptos, cuando dijo: «Todo lo que queráis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros a ellos», y añadió: «Esta es la Ley y los Profetas».
 

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18

Porque cuanto han mandado la ley y los profetas en todos los tiempos, se encuentra compendiado en este sencillo precepto como innumerables ramas de un árbol en un solo tronco.
 

San Gregorio Magno, Moralia 10,6

El que piensa que debe hacer a otro lo que espera recibir de él, debe pensar en que por los males debe volver los bienes, y que éstos debe pagarlos con otros mejores.
 

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 24,5

En lo que se demuestra también que conocemos perfectamente lo que es digno de todos los hombres y que no es posible excusarnos con la ignorancia.
 

San Agustín, de sermone Domini, 2, 22

Parece que este precepto pertenece al amor del prójimo y no al amor de Dios, puesto que en otro lugar dice que hay dos preceptos en los cuales están compendiados la ley y los profetas ( Mt 22). No habiendo añadido aquí: » Toda la ley » (lo cual añadió allí), reservó el lugar a otro precepto, cual es el del amor de Dios.
 

San Agustín, de Trinitate, 8,7

La Sagrada Escritura sólo recuerda el amor del prójimo cuando dice: «Todo lo que queráis», porque el que ama al prójimo es consiguiente que ame principalmente al mismo amor. Dios es el amor. Es lógico, por lo tanto, que ame principalmente a Dios.

 

«Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y qué estrecho es el camino que lleva a la vida, y pocos son los que atinan con ella!» (vv. 13-14)

San Agustín, de sermone Domini, 2, 23

Había exhortado el Señor antes a tener un corazón sencillo y limpio, en el que se busca a Dios, pero como esto es propio de pocos, ya empieza a hablar de buscar la sabiduría para cuya investigación y contemplación ha pasado la vista por todos los preceptos que anteceden, con lo que ya puede verse la áspera vía y la puerta estrecha. Por esto añade: «Entrad por la puerta estrecha».
 

Glosa

Aun cuando es difícil que hagas a otros lo que quieras que hagan contigo, con todo, así debe hacerse para entrar por la puerta estrecha.

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 18

Esta tercera consecuencia pertenece a la justicia del ayuno para que sea tal el orden de la narración: «Tú, cuando ayunas, unge tu cabeza» ( Mt 6,17), y después prosigue: «Entrad por la puerta estrecha». Tres son principalmente las pasiones naturales e íntimamente unidas a la carne. La primera es la de la comida y la bebida, después el amor del hombre a la mujer, y en tercer lugar el sueño. Y es más difícil separar de ellas nuestro cuerpo que de todas las otras. Así, la abstinencia de ninguna pasión santifica tanto al cuerpo como el que el hombre sea casto, ayune y sea perseverante en las vigilias. Luego por todas estas buenas acciones, y principalmente por el laboriosísimo ayuno, dice: «Entrad por la puerta estrecha». La puerta de perdición es el diablo, por la que se entra en el infierno. La puerta de la vida es Cristo, por la que se entra al Reino de los Cielos. Se dice que el diablo es la puerta ancha, no porque se extienda mucho su poder, sino por la dilatación de la soberbia desenfrenada. También se dice que la puerta estrecha es Cristo, no porque su poder sea limitado, sino recogido por causa de la humildad, porque El, que no cabe en todo el mundo, se encerró en las entrañas de una Virgen. El camino de perdición es toda iniquidad. Llámese ancho este camino porque no está sujeto a regla ni disciplina alguna, y los que andan por él siguen todo lo que les deleita. El camino de la vida eterna es toda justicia, y es estrecho por causas contrarias. Debe considerarse que el que no anda por el camino no puede llegar a la puerta, y el que no anda por el camino de la justicia es imposible que pueda conocer verdaderamente a Jesucristo. Del mismo modo no puede caer en manos del demonio mas que aquel que anda por el camino de los pecados.

San Gregorio, homiliae in Hiezechihelem prophetam, 17

Aunque la caridad sea ancha, sin embargo, no arranca a los hombres de la tierra, sino haciéndolos caminar por sendas arduas y estrechas. Y ciertamente que es bastante estrecho dejarlo todo, amar a uno solo, no ambicionar las cosas prósperas y no temer las adversas.

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 23,5

Mas como diga después: «Mi yugo es suave y mi carga ligera», ya indica cómo debe entenderse que el camino es estrecho y difícil, pero aquí se demuestra que ese camino es fácil y suave, puesto que es camino y puerta. Así como el otro, que es ancho y espacioso, también es camino y puerta, lo cual significa que no son lugares de mansión definitiva, sino de tránsito. El pensamiento de que han de pasar los trabajos y los sudores y que han de conducir a buen fin, esto es, a la vida eterna, es suficiente para consolar a aquellos que combaten. Si las tempestades son llevaderas para los navegantes y la heridas son dulces para los militares, por la esperanza de premios transitorios, con mucha más razón, cuando se sufre por el premio celestial y por la eterna recompensa, no habrá quien sienta la inminencia de los peligros. Y esto mismo, a saber, el llamar estrecho el camino, contribuye mucho a hacerlo suave, porque así nos prepara a la vigilancia y dirige nuestro deseo. Por otra parte, el que pelea en la brecha, al ver que el príncipe admira los trabajos de sus combates, se hace más intrépido. Para que no estemos tristes cuando nos acometen grandes aflicciones, se nos dice que, si bien el camino es estrecho, la ciudad es muy grande. No es aquí donde debemos esperar el reposo ni allí temer la tristeza. Al decir: «Porque son pocos los que la encuentran», manifiesta la desidia de muchos, y por eso advirtió a los que lo escuchaban que no atendiesen a las prosperidades de muchos, sino a los trabajos de los pocos.

San Jerónimo

Hablando en ese sentido de ambos caminos, dice que son muchos los que andan por el camino ancho y pocos los que andan por el estrecho. No buscamos el camino ancho ni necesitamos encontrarlo, porque se ofrece él espontáneamente, y es el camino de los que yerran. Mas el camino estrecho no lo encuentran todos, ni los que lo encuentran penetran en él inmediatamente. Muchos después de haber encontrado el camino de la verdad, cautivados por los placeres del mundo, se vuelven desde la mitad del camino.

 

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