La otra mejilla

No resistáis al mal; antes a quien te hiera en tu mejilla derecha, vuélvele también la otra (Mt 5,39).

Sed compasivos, fraternales, misericordioso, humildes, no devolváis mal por mal ni injuria por injuria, sino todo lo contrario: bendecid siempre  (1 Pe 3,9). 

He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban,

mis mejillas a quienes me mesaban la barba;

no he hurtado mi rostro

a la afrenta y a los salivazos.

El Señor Yavé viene en mi ayuda;

por eso soporto la ignominia. (Is 50,6-7). 

 

*****

            Delante de los cristales de una UBI, en la que se hallaba el padre gravemente herido, los hijos avergonzados hacían todo tipo de comentarios desagarradores, por la afrenta y la humillación, que en su padre habían consentido recibir de un vecino.

            Un extraño venido de lejos, escuchaba tan amargaba conversación, y sin poder contenerse se dirige a ellos y les cuenta una historia:

          —Hace tiempo un hombre fue salvado milagrosamente por el coraje y el valor de otro hombre. Esto ocurrió  antes probablemente que ustedes nacieran, en tiempos de guerra: un hombre cayó malherido en medio de la artillería enemiga…, cuando nadie se atrevió a salir unos metros de las trincheras… tan solo un hombre salió jugándose la vida entre las balas enemigas, y lo rescató cuando ya la vida se le iba —Hizo una pausa, mirándoles a los ojos, con sus ojos empañados—.  Aquel hombre salvado fui yo, y aquel hombre extraordinario que me salvó era su padre de ustedes.

            Se hizo un silencio de admiración. Y continuó:

           —Queridos jóvenes, hay gente que tiene la fuerza de un gigante y no hace uso de ella. Para vosotros ese hombre ahí postrado es el más cobarde de la tierra; para mí, en cambio, el más valiente. Ambos, vosotros y yo, le debemos la vida. 

           Hay que ser muy grande para permanecer pequeño. 

..ooOoo.. 

           ¡Ya es buena mengua para vosotros andar pleiteando unos con otros! ¿Por qué no preferís quedar injuriados? ¿Por qué no preferís ser despojados? (1 Cor 6,7-8). 

*****

        

    La caridad (…) no toma en cuenta el mal (1 Cor 13,5).

            El amor que proviene de la fe es un amor que no se deja limitar por la maldad.

          Dios que es amor, ama al ser humano con un amor salvador que es gracia, que no se niega a los malos e ingratos (Lc 6,34), sino continúa en su «actitud» de gracia frente al hombre, sea cual sea su grado de maldad.

          El amor es un poder salvador, que produce amor: «Donde no hay amor, poned amor y encontraréis amor», decía Santa Teresa.

         «Adonde no hay amor, ponga amor y sacará amor» (S. Juan de la Cruz).  

         Si a una persona deshumanizada, tu obras bien con ella, la respetas, la estimas, la amas, etc., esa persona puede ser recuperada, restablecida, salvada…, del embrutecimiento y de la pérdida de humanidad. Si a una persona no digna, en cualquier sentido, la amas y le otorgas dignidad; se sentirá digna, e invitada a actuar como tal y a amar con el mismo amor como ha sido amada.

         Al que se le perdona mucho ama mucho. El amor está en proporción directa con el perdón. Como dicen las Escrituras: «Puesto que me ha amado mucho le son perdonados sus muchos pecados. Al que se le perdona poco, ama poco» (Lc 7,47).

         Sentir esto verdaderamente, profundamente, experimentarlo,… es ya no poder dejar de ser bueno. Es no poder ser malo.

         Quien ama favor-ece, agracia, otorga ser…,

         Quien trata con amor a quien le agrede lo convierte, generalmente, lo salva.

         Si las personas que nos rodean no son buenas, es porque no las hemos amado lo bastante, generalmente.

         No hay nada que endurezca como ser tratado con dureza (Concepción Arenal).

         Quien ama salva. Quien trata con amor a quien le agrede lo convierte, generalmente, lo salva.

 El amor tiene el poder de regenerarlo.

No respondáis al mal, con la lucha; tenemos la gracia.

     «Cuando no se nos comprende o se nos juzga desfavorablemente, ¿a qué defendernos o dar explicaciones? Dejémoslo pasar, no digamos nada, ¡es tan bueno no decir nada, dejarse juzgar, digan lo que diga…!»(Santa Teresa de Lisieux[1]

         Soportar los ultrajes, ofendas y desprecios por amor según la voluntad el Señor es una buenísima mortificación, algo con qué corresponder al Señor que padeció todo eso y más por nosotros.

       Allí donde se da el mal, en cualquiera de sus formas, el cristiano tiene que acudir con su amor, para hacer posible la victoria de éste sobre aquél. Para que la luz brille en las tinieblas.

          Pero sin duda esto acarrea la cruz. Y en ella nos unimos a Cristo.

        Si queremos parecernos a Cristo, entrar en comunión con Él, tenemos que asumir como propia su actitud de perdón.  «Si eres misericordioso, te has hecho semejante a Dios. Si personas de corazón a tu enemigo, te has hecho semejante a Dios.» (San Gregorio Niseno).

          Es necesario crear una nueva relación con los hermanos (Mt 5,21-48).  Haciendo pie en la experiencia del amor a todos, incluso a los enemigos (Mt 5,44-45), como el Padre que hace llover sobre buenos y malos, es posible no entrar en la dinámica de la agresión, devolviendo golpe por golpe (Mt 5,39), engaño por mentira (5,37), insulto por ofensa (Mt 5,22).

         Se dice quiero saber, buscar la verdad, avanzar como persona, en sabiduría… Pero te niegas a eso de poner la otra mejilla. El día que seas capaz de dar ese paso, una sola vez, habrás aprendido toda la sabiduría que te pueden dar todos los libros.

         Para no combatir cuando he sido atacado verbalmente, he de combatir contra mí mismo para guardar silencio.

         Aquello a lo que se le presta atención, crece. Si contemplamos las tinieblas, nos absorberán.

         No hay santidad sin cruz. Nadie cree humanamente sino asume las deficiencias de este mundo.

            No crisparse, ponerse en tensión, no resistir al mal, es la manera de vencerlo, la posibilidad de perdonar.

        “¿Soy yo…?”, se preguntaban los apóstoles,  nadie pensó en Judas, eso denota que Cristo no lo trataba diferente.

            La respuesta misericordiosa, paciente, del que padece el mal, pone de manifiesto que el amor es más fuerte que el mal.

           Si a la injusticia, se responde con el bien y no con el odio, se la está venciendo.

         El mal crece y triunfa no al final; sino en el momento en que ha conseguido que se le enfrente según su estilo. Es decir, si al mal se le responde con el mal, le estamos haciendo su juego, sin querer nos ponemos de su parte, nos aliamos en la generación y esparcimiento de su esencia. Si el Mal no encuentra “oposición”, respuesta; paradójicamente, se debilita. El hombre humillado que sobrelleva la humillación sin responder altaneramente, es la negación del mal.

         Quien no asumen lo de poner la otra mejilla, no ha entrado en la lógica del cielo, de la gracia…, sino que se mantiene en la lógica mundana. Cristo dice: si mi reino fuera de este mundo habría enviado a mis ángeles a luchar, pero no es de este mundo. Quien lucha según las armas mundanas, según la lógica del reino del mundo, está lejos del de Dios, de su vida trinitaria.

         La lógica de Dios, su pensamiento es «moral», es decir, es el que sabe qué es el bien y su contrario, el mal. Y el hombre que trata de ponerse en su lugar, comete el pecado de Adán: el de la soberbia, el de no reconocer su condición humildemente.

          Dios no tiene «ojos de carne, no mira como miran los hombres» (Job 10,4)

         La lógica teológica tiene más razón, va más lejos que la lógica. Es menos alicorta, la sobrepasa y tiene menos de fundamentalista. Es la lógica bondadosa, amable, bueno; es la razón razonable.

      Responder con amor noble, cordial y sincero a quien nos trata mal, injustamente, con desprecio o intenta engañarnos y aprovecharse, es algo incomprensible a los ojos del mundo.

         Si vivimos plenamente sumergidos en el amor de Cristo, ni las antipatías naturales ni las ofensas, incluso graves, nos impedirán que amemos hasta ese extremos de entrega.

         Perdonar cuando no existe simpatía, aún cuando vaya «contra» natura, es gracia, es sobrenatural, es un milagro.

           El «ojo por ojo, y diente por diente» del AT es una relación de justicia, de eros o filial, en que la simpatía se ha roto y se reclama se restituya desde quien la ha quebrado, ajustando lo desajustado; esto es de una lógica humana aplastante. Pero desde la lógica divina, es decir, desde la Buena Nueva del Evangelio, la lógica humana se diviniza en Cristo, y el ajustamiento se realizará desde la misericordia, desde el perdón; es una relación de ágape. Aquí la relación no se basa en la simpatía y en la justicia, sino en la fraternidad y en el amor misericordioso; aquel tiene su origen en la naturaleza humana; esta en la divina. Sin fe ¾implícita o explícita¾ la fraternidad y el ágape es imposible.

         La capacidad de perdonar, de ser comprensivos, de pasar por alto cualquier ofensa, o deficiencia, es muestra inequívoca de nuestra posición espiritual, del nivel de purificación interior en que nos encontramos, y de nuestra íntima unión con Dios.

         El enemigo al que se le presta atención como tal nos absorbe; él crece y nosotros nos debilitamos. Amar resulta liberador de tales ataduras.

         «Perdonar. No se puede. Cuando alguien nos ha hecho daño, se crean determinadas reacciones dentro de nosotros. El deseo de venganza es un deseo de equilibrio esencial. Búsquese el equilibrio en otro plano. Hay que llegar por sí mismo hasta ese límite. Allí se palpa el vacío. (Ayúdate a ti mismo, y el cielo te ayudará…)»

         «Comprender (en cada cosa) que hay un límite y que no se le rebasará (o casi) sin ayuda sobrenatural, y pagando a continuación el precio de un terrible rebajamiento.»

«La correlación de los contrarios es desapego. El apego a una cosa particular no puede ser destruido si no es mediante otro apego incompatible con él. Esa es la razón del “Amad a vuestro enemigos…” (Mt 5,44). «

         «O bien somete uno a los contrarios, o bien se somete a los mismos.»[2]

         Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos e injustos. Porque se amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos ¿qué hacéis de especial? ¿No hacen eso también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,43-48).

……………………………………………

[1] Manuscritos,19.5.

[2] WEIL, S., La gravedad y la gracia, Trotta, Madrid, 1994, pp.58, 59 y 140..

ACTUALIDAD CATÓLICA