«La gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio.» (Papa Francisco).
Como anteriormente ya vimos en otros textos del Evangelio también de Marcos 9, 30-37 y 8,27-35, que comentamos respectivamente en los artículos «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos» y «Confesión de fe: `Tú eres el Mesías´«, los discípulos siguen obtusamente faltos de entendederas espirituales, atrapados en nuda lógica mundana: ven a Jesús, su anuncio del Reino, bajo un prisma materialista, reducido al espacio temporal de una vida reducida a la existencia terrena.
Así como podemos comprobar una vez más en el Evangelio (Mc 10,35-45) de hoy, 20 de octubre, nos muestra a los discípulos de Jesús enredados en un discurrir que dista mucho del pensar de Dios.
Ante esta obcecación mientan de su seguidores, Jesús muestra una paciencia infinita. Ahora son dos de sus discípulos proferidos, Santiago y Juan, los que se salen con un deseo ambicioso -que resulta osado y hasta extravagante- de pedir «Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Entiende la gloria del Mesías, de Jesús el Cristo, como cosa humana, terrena; están en la lógica mundana, en la vanagloria y ambición de primacía. La gloria bíblica hace referencia a la magnificencia y excelsa santidad y dignidad de la divinidad, Gloriaen hebreo es “Kabod” que significa peso, esplendor y honor, trascendentes; todo lo contrario a la aspiración de los hermanos Zebedeos, que persiguen la vanagloria, es decir, lo vano, vacio, carente de peso, de ser. Y Jesús les señala el camino de la Gloria del Reino: «el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida».
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 35-45
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. Él les dijo: “¿Qué es lo que desean?” Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les replicó: “No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado?” Le respondieron: “Sí podemos”. Y Jesús les dijo: “Ciertamente pasarán la prueba que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quienes está reservado”.
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reunió entonces a los Doce y les dijo: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
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PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
(Ángelus, 17 de octubre de 2021)
El Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir, la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43). Para hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.
Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos. El primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes. La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, es decir, ir adelante nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en la Iglesia. Cuántas veces, los cristianos, que deberíamos ser servidores, tratamos de trepar, de ir adelante. Por eso, siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vez de emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros. Estaba viendo en el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para que a nadie le falte comida: preocuparse por el hambre de los otros, preocuparse de las necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia gloria.
Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que nos sumerjamos. Y ¿cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien encontramos. Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y nosotros, ¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos delante de la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer, hay mucha gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el mes. ¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un dato de enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo compasión por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.
Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en nuestra historia herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos de arriba a abajo, sino que se ha abajado a lavarnos los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio, la cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por no decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda. Es la del Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos recibido por gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su forma de ser, para ser más servidores, para ser siervos como Él ha sido con nosotros.
Y recemos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.
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Catena Aurea
San Juan Crisóstomo homiliae in Matthaeum, hom. 65, 2
Los discípulos oyendo hablar frecuentemente a Cristo de su reino juzgaban que no había de tener lugar éste después de su muerte, y por tanto, anunciada su muerte, se acercaron a El para hacerse luego dignos de los honores de su reino. «Entonces se acercaron a El Santiago y Juan», etc., pues avergonzados del sentimiento humano que los animaba, se acercaron a Cristo, llevándolo aparte de los discípulos. Mas como no ignoraba el Salvador lo que iban a pedirle y queriendo obligarles a que lo declaren abiertamente, les pregunta: «¿Qué cosa deseáis que os conceda?»
Teofilacto
Los discípulos citados creían que subía a Jerusalén para reinar allí y que padecería después lo que había predicho, y pensando de este modo deseaban sentarse uno a su derecha y otro a su izquierda. «Concédenos, respondieron, que en tu gloria nos sentemos, uno a tu diestra y el otro a tu izquierda».
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 64
San Mateo expresa que no fueron ellos sino su madre quien habló así, manifestando al Señor la voluntad de sus hijos. San Marcos nos hace saber brevemente que fueron ellos los que hablaron y no su madre.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65, 2
Bien puede decirse que fueron la madre y los hijos los que hicieron esta súplica, porque, viendo que el Señor los distinguía de los otros, creían alcanzar lo que deseaban, y a fin de conseguirlo más fácilmente, empeñaron a su madre para que se lo rogara también a Cristo.
San Agustín, de consensu evangelistarum, 2, 64
En fin, el Señor, según San Marcos y San Mateo, les contestó a ellos en vez de a su madre. «Mas Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís.»
Teofilacto
Es como si dijera: No reinaré temporalmente en Jerusalén, como creéis, y todo lo que se refiere a mi reino está fuera del alcance del entendimiento humano: el sentarse a mi lado es muchísimo más que lo que corresponde al orden de los ángeles.
Beda, in Marcum, 3, 40
O bien no saben lo que piden, suplicando al Señor el asiento de la gloria que no merecían todavía.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65, 2
O dice : no sabéis lo que pedís, como si dijera: Vosotros habláis de honor, y yo lucho y me fatigo, porque no es éste tiempo de premios, sino de combates, de peligros y de muerte. «Podéis beber, dice, el cáliz que yo voy a beber», etc. De este modo los atrae para encender más su deseo de participar de su suerte.
Teofilacto
Al cáliz y al bautismo los llama su cruz: al cáliz como una bebida tomada dulcemente por El y al bautismo por que por él nos purificamos de nuestros pecados. Pero no entendiéndolo ellos respondieron: «Sí que podemos», porque creían que hablaba de un cáliz material y del bautismo que usaban los judíos lavándose antes de comer.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65, 2
Respondieron en el acto, esperando ser atendidos en lo que pedían. «Pues tened por cierto, les dijo Jesús, que beberéis el cáliz que yo bebo», etc. Es decir, seréis dignos del martirio y padeceréis como yo.
Beda, in Marcum, 3, 40
Pero se preguntará alguno cómo bebieron Santiago y Juan el cáliz del martirio, o cómo fueron bautizados con el bautismo del Señor, cuando la Escritura dice que sólo el apóstol Santiago fue degollado por Herodes y que Juan murió de muerte natural. Pero si leemos las historias eclesiásticas, en las que se refiere que martirizaron a Juan, echándole en una caldera de aceite hirviendo y que en seguida fue desterrado a la isla de Patmos, veremos que estuvo pronto al martirio y que bebió el cáliz de la confesión, que bebieron los tres jóvenes en un horno encendido, aunque el tirano no derramó su sangre.
«Pero eso de sentarse a mi diestra», etc.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 65, 2
Aquí se ofrecen dos cuestiones, a saber: si debe sentarse alguno a la derecha del Señor y si no tiene el Señor de todo lo creado potestad de dar este lugar a aquéllos para quienes está preparado. En cuanto a lo primero, diremos que ninguno se sentará a la derecha ni a la izquierda, porque aquel trono es inaccesible a toda creatura humana y por tanto dice: «Sentarse a mi diestra o a mi siniestra, no es mío darlo a vosotros», como si algunos hubiesen de sentarse. Contesta en verdad a los que le preguntan condescendiendo con su intención, puesto que no conociendo aquel trono excelso, ni la cátedra que está a la derecha del Padre, lo que en realidad pedían era la supremacía sobre los demás y el principal de los doce tronos, que habían oído prometer a los apóstoles. En cuanto a lo segundo, diremos que está en la potestad del Hijo de Dios el conceder tal don, por lo que dice San Mateo: «Se ha destinado por mi Padre «, es como si dijera: «Se ha destinado por mí» ( Mt 20,23), y así es que San Marcos no dice por mi Padre. Por tanto lo que dice Cristo es en resúmen: Moriréis por mí pero esto no basta para que alcancéis el primer puesto, porque el que llegue al martirio con virtud superior a la vuestra alcanzará mucho más que vosotros. Los que por sus obras lleguen a hacerse los primeros, ésos serán los destinados a la primacía. De este modo el Señor los instruye para que no se forjen ilusiones, a la vez que no quiere contristarlos.
Beda, in Marcum, 3, 40
O bien: no está en mi arbitrio el darlo a vosotros, es decir, a los soberbios, puesto que lo eran aún. Está destinado para otros: sed vosotros humildes, y será para vosotros para quienes está preparado.
Entendiendo los (otros) diez dicha demanda, dieron muestras de indignación contra Santiago y Juan. Mas Jesús, llamándolos (todos) a sí, les dijo: «Sabéis que los que tienen la autoridad de mandar a las naciones las tratan con imperio y que sus príncipes ejercen sobre ellas el poder. No debe ser lo mismo entre vosotros; sino que quien quisiere hacerse mayor, ha de ser vuestro criado; y quien quisiere ser entre vosotros el primero, debe hacerse siervo de todos. Porque el Hijo del hombre no vino a que le sirviesen, sino a servir y a dar su vida por la redención de muchos». (vv. 41-45)
Teofilacto
Los demás apóstoles soportan con dificultad que Santiago y Juan pretendan distinguirse y por esto dice: «Entendiendo los (otros) diez dicha demanda, dieron muestras de indignación contra Santiago y Juan», porque sienten envidia como hombres dominados aún por las pasiones humanas. Pero no se mostraron indignados hasta que vieron que los rechazaba el Señor, puesto que disimularon su indignación mientras pareció que los distinguía. Pero si entonces los apóstoles se mostraron imperfectos, después se cedieron la supremacía con insistencia, porque el Señor los curó llamándolos a sí primeramente para consolarlos, lo que se da a entender en las palabras: «Mas Jesús, llamándolos todos a sí», y demostrando después que buscar los honores y desear la primacía era cosa de los gentiles. Y continúa. «Mas Jesús les dijo: Bien sabéis que los que tienen la autoridad de mandar a las naciones las tratan con imperio, y que sus príncipes ejercen sobre ellas el poder». En efecto, los príncipes de los paganos se conducen en el poder con violencia y tiranía. Y concluye: «No debe ser lo mismo entre vosotros».
Beda
Con estas palabras les enseña que será mayor el que fuere menor y que llegará a ser señor el que se hiciere siervo de todos, siendo en vano, pues, que unos pretendan inmoderadamente y que los otros sufran por ellos; porque para llegar a lo más alto de la virtud el verdadero camino es la humildad y no el poder. Después les propone un ejemplo para que si no les mueve lo dicho, se avergüencen a la vista de los hechos, dice: «Porque aun el Hijo del hombre no vino a que le sirviesen, sino a servir y a dar su vida por la redención de muchos».
Teofilacto
Lo cual es más que servir, porque ¿hay algo más grande y admirable que morir por aquél a quien se sirve? Pero descendiendo el Señor hasta nosotros en su humildad y sirviéndonos obtuvo su gloria y la nuestra, porque antes de hacerse hombre era conocido sólo de los ángeles y después de su encarnación y de su crucifixión no solamente tuvo su gloria, sino que hizo partícipe de ella a otros y dominó por la fe al mundo entero.
Beda
No dijo que daba su vida por la redención de todos, sino de muchos, es decir, de los que quisieren creer.