En el Evangelio (Mc 8,27-33) de la misa de hoy, 20 de febrero, se produce la confesión de Pedro, en nombre de todos los apósteles, de que Jesús es el Mesías prometido.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,27-33):
EN aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?».
Tomando la palabra Pedro le dijo:
«Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
La lectura de este pasaje, ampliado un poco más y complementando con los paralelos de Lucas y Mateo, es de una relevancia extraordinaria, y encierra en sí —podríamos decir— «todo» el credo cristiano.
Hay dos contextos en lo que sucede: primero, se viene de momentos vividos en que Jesús ha realizado varios milagros, entre otros el de la multiplicación de los panes y peces; es decir, que reina un ambiente en torno a su figura de exaltación. Por otro lado, ahora se encaminan hacia Cesárea de Filipo, un lugar de idolátrico, donde se adoraban a dioses falsos; en definitiva, a los demonios. Es entonces, en ese marco, es cuando Jesús —que ha estado orando, como suele hacer previamente a los momentos importantes— va a instruir a su apóstoles en la verdadera fe:
¿Quién es él para ellos?, les pregunta. Y Pedro, en nombre de todos, confiesa su fe: Eres el Cristo, el Mesías de Dios. Proclamación extraordinaria: Jesús no es un taumaturgo con poderes extraordinarios, una encarnación de algún antiguo profeta, ni un ídolo, y ni tampoco el Mesías que el pueblo judío esperaba según su concepción (falsa doctrina fariseo-saducea) de ser un nuevo rey David, con el poder de un monarca que salvará a su pueblo (el judío) de los males de todo tipo (especialmente políticos).
La confesión de Pedro es de gran calado: proclame la divinidad de Jesús, como el Cristo esperado. Ello no es obra propiamente del Pedro y demás apóstoles, sino que se debe a la gracia, no es obra humana sino de origen divino.
Y para que no haya equívocos ni malentendidos en cuanto a la figura del Mesías, que interpretaban como un rey secular, Jesús les pone en aviso sobre lo que está por venir: no es una rey terreno…, sino alguien que viene a ser servido sino a servir y que lo va a pasar mal, según la figura del ciervo doliente…
Pedro entonces se rebela contra eso, no admite esa imagen humilde, mansa y servicial, y que acabará en la cruz; ese no es la concepción del Mesías prometido que tenían. No entra en su lógica terrena.
Y Jesús se muestra tajante y contúndete, sin concesiones, sin dejar margen a la duda: ¡tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!; si pensáis así estáis en la onda de Satanás.
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 16 de septiembre de 2018)
En el pasaje evangélico de hoy (cf. Marcos 8, 27-35) vuelve la pregunta que atraviesa todo el Evangelio de Marcos: ¿Quién es Jesús? Pero esta vez es Jesús mismo quien la hace a los discípulos, ayudándolos gradualmente a afrontar el interrogativo sobre su identidad. Antes de interpelarlos directamente, a los Doce, Jesús quiere escuchar de ellos qué piensa de Él la gente y sabe bien que los discípulos son muy sensibles a la popularidad del Maestro. Por eso, pregunta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (v. 27) De ahí emerge que Jesús es considerado por el pueblo como un gran profeta. Pero, en realidad, a Él no le interesan los sondeos de las habladurías de la gente. Tampoco acepta que sus discípulos respondan a sus preguntas con fórmulas prefabricadas, citando a personajes famosos de la Sagrada Escritura, porque una fe que se reduce a las fórmulas es una fe miope.
El Señor quiere que sus discípulos de ayer y de hoy establezcan con Él una relación personal, y así lo acojan en el centro de sus vidas. Por este motivo los exhorta a ponerse con toda la verdad ante sí mismos y les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 29). Jesús, hoy, nos vuelve a dirigir esta pregunta tan directa y confidencial a cada uno de nosotros: «¿Tú quién dices que soy? ¿Vosotros quién decís que soy? ¿Quién soy yo para ti?». Cada uno de nosotros está llamado a responder, en su corazón, dejándose iluminar por la luz que el Padre nos da para conocer a su Hijo Jesús. Y puede sucedernos a nosotros lo mismo que le sucedió a Pedro, y afirmar con entusiasmo: «Tú eres el Cristo».
Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 33).
Hermanos y hermanas, la profesión de fe en Jesucristo no puede quedarse en palabras, sino que exige una auténtica elección y gestos concretos, de una vida marcada por el amor de Dios, de una vida grande, de una vida con tanto amor al prójimo. Jesús nos dice que, para seguirle, para ser sus discípulos, se necesita negarse a uno mismo (cf. v. 34), es decir, los pretextos del propio orgullo egoísta y cargar con la cruz. Después da a todos una regla fundamental. ¿Y cuál es esta regla? «Quien quiera salvar su vida, la perderá». A menudo, en la vida, por muchos motivos, nos equivocamos de camino, buscando la felicidad solo en las cosas o en las personas a las que tratamos como cosas. Pero la felicidad la encontramos solamente cuando el amor, el verdadero, nos encuentra, nos sorprende, nos cambia. ¡El amor cambia todo! Y el amor puede cambiarnos también a nosotros, a cada uno de nosotros. Lo demuestran los testimonios de los santos.
Que la Virgen María, que ha vivido su fe siguiendo fielmente a su Hijo Jesús, nos ayude también a nosotros a caminar en su camino, gastando generosamente nuestra vida por Él y por los hermanos.
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Catena Aurea
Teofilacto
Después que llevó a sus discípulos lejos de los judíos, les pregunta sobre sí mismo, para que sin temor a los judíos le respondan la verdad. «Desde allí -dice- partió Jesús con sus discípulos por las aldeas cercanas de Cesarea de Filipo».
San Jerónimo super Mat. cap. 16
Este Filipo fue hermano de Herodes, del cual hablamos antes, y que en honor de Tiberio César, llamó Cesarea de Filipo al pueblo que lleva hoy el nombre de Paneas.
«Y en el camino les hizo esta pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?»
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Pregunta, aunque lo sabe, porque convenía que los discípulos en algún momento hablasen de El mejor que las gentes.
Beda, in Marcum, 2, 35
Les pregunta primeramente cómo pensaban los hombres para examinar luego la fe de los mismos discípulos, pues de otro modo, podía fundarse su confesión en la opinión de la gente.
«Respondiéronle: Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, y otros, en fin, que eres uno de los antiguos profetas».
Teofilacto
Muchos creían que San Juan había resucitado de entre los muertos, entre ellos Herodes, y que después de su resurrección había obrado milagros. Después de haberles preguntado la opinión de los demás, les pregunta la suya, como se ve por las siguientes palabras: «Díceles entonces: ¿Y vosotros, quién decís que soy yo?».
San Juan Crisóstomo, homilia in Matthaeum, hom. 54, 1
Por los mismos términos de la pregunta les induce a formar un concepto mejor y más elevado de El, separándolos de las multitudes. La respuesta del jefe de los discípulos, autoridad de los apóstoles, fue en nombre de todos la siguiente: «Pedro, respondiendo, le dice: Tú eres el Cristo».
Teofilacto
Confiesa que El era Cristo, anunciado por los profetas. Pero San Marcos pasa por alto lo que contestó el Señor a la confesión de Pedro y los términos en que le declaró bienaventurado, porque así no parece que trata de adular a su maestro. San Mateo, sin embargo, lo refiere clara y llanamente.
Origenes, in Matthaeum, tom. 12,15
O bien: San Marcos y San Lucas no concluyeron la respuesta de San Pedro Tú eres Cristo con las palabras que recogió San Mateo: Hijo de Dios vivo ( Mt 16,16), por lo que no escribieron la confesión completa.
«Y les prohibió rigurosamente el decir esto», etc.
Teofilacto
Quería, pues, ocultar su gloria, para que los que pudieran escandalizarse por ello no mereciesen mayor pena.
San Juan Crisóstomo
O para infundir en ellos una fe pura después de realizado el escándalo de la cruz. Después de la Pasión, y poco antes de la Ascensión, les dijo: «Id y enseñad a todas las gentes» ( Mt 28,19).
Teofilacto
Después que aceptó el Señor la confesión de los discípulos, que le llamaban el verdadero Dios, les revela el misterio de la Cruz. «Y comenzó a declararles cómo convenía que el Hijo del hombre padeciese», etc. Y les habla con toda claridad, es decir, de la futura pasión. No entendían todavía los discípulos el orden de la verdad, ni podían comprender la resurrección, juzgando que era mejor no padeciese.
San Juan Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
Les habló así el Señor en esta ocasión, para hacerles ver que convenía hubiese testigos que después de su cruz y de su resurrección lo predicasen. De nuevo el fogoso Pedro se atreve solo entre todos a cuestionar. «Pedro entonces, tomándolo aparte, comenzó a reprenderle diciéndole: Sé propicio para ti, Señor; mas eso no sucederá».
Beda
Dijo esto movido por su afecto y buen deseo, como si quisiera decir: Eso no puede ser, y mis oídos se resisten a oír que el Hijo de Dios ha de ser muerto.
San Juan Crisóstomo, in Matthaeum. hom. 55, 1
¿Cómo es, pues, que gozando de una revelación de Dios, cayó tan pronto San Pedro y perdió su estabilidad? Pero diremos que no es de admirar que ignorase esto, no habiendo recibido revelación sobre la pasión. Sabía por revelación que Cristo era Hijo de Dios vivo pero aún no le había sido revelado el misterio de la cruz y de la resurrección. Para manifestar, pues, que convenía que El llegase a la pasión, increpó a Pedro. «Pero Jesús, vuelto contra él -prosigue-, y mirando a sus discípulos, respondió ásperamente a Pedro, diciendo: «Atrás, Satanás» etc.
Teofilacto
Queriendo manifestar el Señor que era necesaria su pasión para la salvación de los hombres, y que sólo Satanás se oponía a ella para que no se salvase el género humano, llamó Satanás a Pedro, conociendo la oposición de éste a su pasión, y que era su adversario, puesto que Satanás significa adversario.
Pseudo-Crisóstomo, vict. ant. e cat. in Marcum
No dijo al demonio que lo tentaba: «Atrás», sino a San Pedro, dándole a entender que lo siguiese y que no se opusiese al objeto de su voluntaria pasión. «Porque no sabes las cosas de Dios -dice- sino las de los hombres».
Teofilacto
Pedro no conocía más que lo que es humano, puesto que sus afectos eran carnales, y por tanto quería el descanso para el Señor y no la crucifixión.