
El Evangelio de la misa de este 31 de enero nos habla de Reino divino, que propiamente para ser más precisos habría que expresarlo no con un sustantivo (Reino) sino con un verbo (Reinado) en el sentido de que es una acción o presencia de Dios en nuestras vidas que anima y vitaliza en el sentido de la santidad, haciendo fluir la caridad (amor divino).
Evangelio según san Marcos (4,26-34):
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.»
Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.»
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Jesús predica en un lenguaje sugerente, parabólico, a la gente en general, para despertarla a algo profundo y evocador, atrayente y comprender sin disquisiciones. Este es el paso fundamental para disponer a la fe, para abrir a la conversión. Luego vendrá un racionalizar y asentar con la palabra escucha; el Señor explicará a sus íntimos, sus amigos, lógicamente el trasfondo del lenguaje parabólico.
A destacar algo especialmente importante:
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- El reino o reinado de Dios es fruto gratuito que supera con mucho la acción humana, es más, el ser humano tan solo tiene que «estar», prestarse «pasivamente», dejarse hacer, a que la semilla crezca, mientras él esta «como ausente», durmiendo, la gracia del reino, la acción divina en el terreno (alma) humana va actuando y haciéndola crecer en santidad.
- El reino de Dios es, pues, un reino de santidad y gracia. Dios lo hace casi todo, partiendo de algo pequeño, casi insignificante, puede llegar a ser sobreabundancia prodigiosa. Todo lo hace Dios, en su reino, donde el reina cuidando -como Señor del «territorio» que gobierna y protege- de sus ciudadanos, de los que se prestar a vivir en sus dominios de santidad. Ahí la gracia, la acción divina actúa para el bien de los suyos.
- El Reino es don de Dios, y se implantará, pero no por la violencia ni como fruto del esfuerzo humano: “Dios lo da a sus amigos mientras duermen”. Y se traduce generosamente en frutos de amor gratuito: consuelo para los afligidos, alimento para los hambrientos, luz para los ciegos, libertad para los cautivos… (Lc 4,18).
- Y una cosa más: tengamos en cuenta que lo pequeño a la vista, lo humanamente inaparente, las pequeñas cosas… que hacemos sin valor, lo pueden tener en términos del Reino. Contemplemos, apreciemos las cosas cotidianas, quehaceres pequeños, los gestos diminutos, con mirada penetrante, que vea más allá de la superficie y capte que allí se está gestando el Reino de Dios en todo su esplendor. Tal solo hace falta que en ellos se haga presente la invisible gracia del Reino de Dios, para darles valor eterno.
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus, 17 junio 2018)
En la página del Evangelio de hoy (cf. Marcos 4,26-34), Jesús habla a la multitud del Reino de Dios y del los dinamismos de su crecimiento, y lo hace contando dos breves parábolas.
En la primera parábola (cf. vv. 26-29), el Reino de Dios se compara con el crecimiento misterioso de la semilla, que se lanza al terreno y después germina, crece y produce trigo, independientemente del cuidado cotidiano, que al finalizar la maduración se recoge. El mensaje de esta parábola lo que nos enseña es esto: mediante la predicación y la acción de Jesús, el Reino de Dios es anunciado, irrumpe en el campo del mundo y, como la semilla, crece y se desarrolla por sí mismo, por fuerza propia y según criterios humanamente no descifrables. Esta, en su crecer y brotar dentro de la historia, no depende tanto de la obra del hombre, sino que es sobre todo expresión del poder y de la bondad de Dios, de la fuerza del Espíritu Santo que lleva adelante la vida cristiana en el Pueblo de Dios. A veces la historia, con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos periodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordad esto: Dios siempre salva. Es el salvador.
En la segunda parábola (cf. vv. 30-32), Jesús compara el Reino de Dios con un grano de mostaza. Es un semilla muy pequeña, y sin embargo se desarrolla tanto que se convierte en la más grande de todas las plantas del huerto: un crecimiento imprevisible, sorprendente. No es fácil para nosotros entrar en esta lógica de la imprevisibilidad de Dios y aceptarla en nuestra vida. Pero hoy el Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Es una invitación a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitario. En nuestras comunidades es necesario poner atención en las pequeñas y grandes ocasiones de bien que el Señor nos ofrece, dejándonos implicar en sus dinámicas de amor, de acogida y de misericordia hacia todos. La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono en Dios. Ir adelante en la confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo. Es la consciencia de ser pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia pueden cumplir grandes obras, haciendo progresar su Reino que es «justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Romanos 14, 17). Que la Virgen María nos ayude a ser sencillos, a estar atentos, para colaborar con nuestra fe y con nuestro trabajo en el desarrollo del Reino de Dios en los corazones y en la historia.
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Catena Aurea
San Juan Crisóstomo
Presentó primero la parábola de las tres semillas, perdidas de diverso modo, y otra aprovechada, en lo cual se manifiestan tres grados diferentes, según la fe y las obras. Aquí, sin embargo, trata sólo de la semilla aprovechada. «Decía asimismo -prosigue-: El reino de Dios viene a ser a manera de un hombre que siembra», etc.
San Jerónimo
El reino de Dios es la Iglesia, la cual es regida por Dios, y ella rige a los hombres, destruyendo los vicios y lo que le es contrario.
San Juan Crisóstomo
O bien el reino de Dios es la fe en El y en el misterio de su encarnación. Este reino viene a ser a manera de un hombre que siembra su heredad, porque siendo Dios e Hijo de Dios, y haciéndose hombre sin cambiar de existencia, sembró por nosotros la tierra, esto es, iluminó todo el mundo con la palabra del conocimiento divino.
San Jerónimo
La semilla es la palabra divina, la tierra el corazón humano, y el sueño del hombre la muerte del Salvador. La semilla crece día y noche, porque después del sueño de Cristo en el sepulcro germinó más y más en la fe el número de los creyentes, tanto en la prosperidad como en la adversidad, y se desarrolló con las obras.
San Juan Crisóstomo
O bien el que se levanta es el mismo Cristo, que estaba sentado, esperando por su magnanimidad que fructificasen los que habían recibido la semilla. Se levanta, pues, es decir, nos hace capaces de fructificar por la benevolencia de su palabra con las armas de la justicia en la diestra, que significa el día, y en la izquierda, que significa la noche de las persecuciones: así es como germina y no se seca la semilla.
Teofilacto
O Cristo duerme, esto es, sube al cielo, o, pareciendo que duerme, se levanta con todo de noche, cuando nos llama a su conocimiento por las tentaciones, o de día, cuando a causa de nuestras oraciones dispone nuestra salvación.
San Jerónimo
La expresión: «Sin que el hombre lo advierta», es una figura, y quiere decir que hace que ignoremos quién llevará el fruto hasta el fin.
San Juan Crisóstomo
O dice: «Sin que el hombre lo advierta», para manifestar la libre voluntad de los que reciben la palabra, pues confía la obra a nuestra voluntad, no completándola El solo, para que no parezca un bien hecho involuntariamente. Por tanto, pues, dice: «Porque la tierra de suyo produce», es decir, no como obligada contra su condición natural, sino por esta misma condición, «primero el trigo en yerba».
San Jerónimo
Esto es, el temor, porque el principio de la sabiduría es el temor de Dios ( Sal 110,10). «Luego la espiga», es decir, la penitencia que llora; «y, por último, el grano lleno en la espiga», o la caridad, porque la caridad es la plenitud de la ley ( Rm 13,10).
San Juan Crisóstomo
O produce primero la hierba, según la ley natural, creciendo poco a poco hasta la perfección. Después las espigas que han de juntarse en haz y deben ofrecerse al altar del Señor, conforme a la ley de Moisés. Y por último, el grano lleno en el Evangelio. O porque importa que, no sólo florezcamos por la obediencia, sino que seamos prudentes, y nos mantengamos firmes como las espigas en sus cañas, no cuidándonos de los encontrados vientos. También debemos cuidar de nuestro corazón con el constante auxilio de la memoria, para que fructifiquemos, como fructifican las espigas, demostrando una virtud completa.
Teofilacto
Germinamos como la hierba, cuando empezamos a obrar el bien; como la espiga, cuando podemos resistir las tentaciones; y como el fruto, cuando llegamos a la perfección.
«Y después que está el fruto maduro -continúa- inmediatamente se le echa la hoz», etc.
San Jerónimo
La hoz que todo lo siega, es la muerte o el juicio, y el fin del tiempo es la mies.
San Gregorio Magno, Moralium 22, 20
O de otro modo: el hombre echa la semilla en la tierra, cuando pone una buena intención en su corazón; duerme, cuando descansa en la esperanza que dan las buenas obras; se levanta de día y de noche, porque avanza entre la prosperidad y la adversidad. Germina la semilla sin que el hombre lo advierta, porque, en tanto que no puede medir su incremento, avanza a su perfecto desarrollo la virtud que una vez ha concebido. Cuando concebimos, pues, buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; somos como la yerba, cuando empezamos a obrar bien; cuando llegamos a la perfección somos como la espiga; y, en fin, al afirmarnos en esta perfección, es cuando podemos representarnos en la espiga llena de fruto.
Glosa
Después de la parábola de la fecundidad de la semilla del Evangelio, nos manifiesta en otra la excelencia de la doctrina evangélica sobre todas las demás doctrinas, diciendo: «¿A qué cosa compararemos el reino de Dios?»
Teofilacto
Pequeñísima es, es verdad, la palabra de la fe: Cree en Dios, y serás salvo; pero, predicada en la tierra, de tal modo se ha dilatado y aumentado, que las aves del cielo, esto es, los hombres contemplativos y de verdadero entendimiento, habitaban a su sombra. ¡Cuántos sabios, abandonando la sabiduría de los gentiles, han encontrado su reposo en el Evangelio anunciado! Por esto, pues, la predicación de la fe se ha hecho lo más grande de todo.
San Juan Crisóstomo
Y también porque lo que en breves palabras se anunció a los hombres, que es la sabiduría entre los perfectos, dice más que todos los discursos posibles, puesto que nada hay más grande que esta verdad.
Teofilacto
Este árbol, pues, ha echado grandes ramas, siendo una de ellas los Apóstoles que mandó a Roma, otra los que mandó a la India, y otras los que mandó a diversas partes de la tierra.
San Jerónimo
O esta semilla permanece pequeña por el temor, y se hace grande por la caridad, que es la mayor de todas las legumbres. Porque Dios es la caridad ( 1Jn, 4), y toda carne es como el heno ( Is 4). Hizo, pues, las ramas de la misericordia y de la compasión, a cuya sombra se deleitan los pobres de Cristo, como las aves del cielo.
Beda
Muchos entienden que el hombre que siembra es el Salvador, y otros que es el mismo hombre sembrando en su corazón.
San Juan Crisóstomo, non occ. sed v. Cat. in Marc
San Marcos, que gusta de la brevedad, añade mostrando la naturaleza de las parábolas: «Con muchas parábolas semejantes a ésta les predicaba», etc.
Teofilacto
Como las muchedumbres eran ignorantes, las instruía de este modo, con explicaciones sencillas. Y por esto añade: «Y no les hablaba sin parábolas», etc., para hacer que se acercasen y preguntasen. «Bien es verdad, prosigue, que aparte se lo descifraba todo a sus discípulos», es decir, todo aquello sobre lo cual le preguntaban; si bien no todo en absoluto, sino lo que no estaba manifiesto.
San Jerónimo
Ellos eran dignos de oír aparte los misterios por el profundo respeto que les inspiraba la sabiduría, estando como estaban en la soledad de las virtudes, lejos del tumulto de los malos pensamientos. Porque es en el reposo en donde se percibe la sabiduría.