Oración de petición

«Tengo confianza en Aquél que dijo: «Pedid, y recibiréis«. Si perseveráis llamando, no volveréis con las manos vacías… » (San Bernardo)[1].

Son ciertas y realizables las palabras de Jesús que dice: «Cuanto pidiereis en oración con fe, lo recibiréis» (Mt 21,22), y «En verdad, en verdad os digo, que todo lo que pidáis al Padre os lo concederá en mi nombre» (Jn 16,23).

Ahora bien lo que pidiéramos ha de reunir algunos requisitos:

    • que se haga con fe, en y por Él; que se haga desde la verdad, es decir, que sea auténtica, sentida, surja del corazón, De profundis de ser, como dice el salmo 129: «Desde lo hondo a ti grito, Señor»;
    • que se haga con existencia, lo cual está en sintonía con la fe, con la confianza en lo prometido, con la necesidad real, con la persistencia de ser una necesidad o petición real y no algo liviano y pasajero, es consistente, y en fin, porque es querido por Dios que sea así, como se ve en la perícopa evangélica (Lc 11,1-13) en que el vecino persistente consigue que se levante al que se le pide (aunque tan solo sea porque no le siga incordiando…);
    • que se haga la oración de petición según la voluntad de Dios, cuya designio sobre el que pide -como el de todos nosotros, es que seamos santos, es decir que lo pedido sea noble, justo, bueno, santo. «No sabemos lo que nos conviene pedir» (Rom 8,26). Luego no sabemos bien orar, ni sabemos lo que nos conviene. Todo cuanto pidamos en dirección al amor que santifica nos será dado;
    • “esperemos siempre. Y sabemos que siempre podemos ser escuchados. Pero no sabemos nunca del todo el `cómo´” (J. M. Díez-Alegría)[2]; «podemos estar seguros de que Dios responderá. La única incertidumbre se debe a los tiempos, pero no dudemos de que Él responda. Tal vez tengamos que insistir por toda la vida, pero Él responderá» (papa Francisco)
    • también que se haga con sencillez, con humildad, con gratitud, con reconocimiento de que todo procede del amor misericordioso de Dios, que cuida y nos ama como a hijos suyos, que nos quiere felices;
    • y no olvidar nunca de pedir lo máximo: a Dios mismo: «¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden?» (Lc 11,13).

……………………………….

[1] Sermón in Canticum, 27, 14; PL 183, 920D.

[2] R. DE ANDRÉS, «Ejercicios para testigos», Paulinas, Madrid, 1979, p.187.

 

ACTUALIDAD CATÓLICA