«El hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (GS 13,2).
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Un abuelo indígena platicaba a su nieto cómo se sentía respecto a una tragedia reciente.
Él decía:
—Siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón: uno es vengativo y violento, el otro es amoroso y compasivo.
El nieto le preguntó:
—¿Cuál ganará la batalla en tu Corazón?
El abuelo respondió:
—Aquél al que yo alimente.
..ooOoo..
«Mira: hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos, mandatos y decretos, y así vivirás» (Dt 30,15-16)
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«Hay dos verdades de fe igualmente constantes: una, que el hombre, en el estado de la creación, o en el de la gracia, está elevado por encima de toda la Naturaleza y se convierte en semejante a Dios, y participa de la divinidad; otra, que en el estado de corrupción y de pecado, ha caído de aquel estado, y se ha hecho semejante a las bestias. Estas dos proposiciones son igualmente firmes y seguras.»[1]
«Somos seres sacudidos, presa de dos corrientes. Lo que arrastra al mundo son las realidades invisibles, los ángeles de luz y los ángeles de tinieblas. No debemos imaginarnos que nuestra capacidad de hacer el mal se limita a las virtualidades de nuestra miseria: se extiende a lo que las fuerzas del mal puedan hacer de ella… Pero, por otra parte, muy afortunadamente, nuestra capacidad para el bien se mide según lo que Dios puede sacar de esta misma miseria.
«Nos vemos solicitados, en todo instante, por el doble atractivo de un polo de luz y de un polo de tinieblas. Para llegar a ser santos, basta con decir sí a la corriente que nos arrastra hacia la luz. No tenemos que fabricar la corriente: está ya ahí. Por otra parte, es seguro que acabaremos absorbidos por una de estas dos corrientes.
«La tierra rueda en el vacío, en el infinito; el hombre también. Dos abismo de fuego le esperan al final del camino. Todo el ejercicio de la libertad consisten en elegir el que nos consumirá. (…) Los seres humanos son trabajados por estas dos corrientes subterráneas: trabajo invisible, pero profundo, que explica sólo los excesos a los que la mayoría se entregan en todos los sentidos. Los que querrían construir «un mundo mejor» se imaginan que van a encontrar hombres razonables. No es posible: el hombre razonable sería el que no es arrastrado por nada, ni por la locura de las tinieblas ni por la del amor de Dios.
«Lo que llamo las purificaciones pasivas, es un caso particular de este doble atractivo, de esta “postulación simultánea” (Baudelaire) para el bien y para el mal, que se ejerce en todo hombre.«[2]
«Todos los movimientos naturales del alma se rigen por leyes análogas a las de la gravedad física. La única excepción la constituye la gracia.» [3]
Las fuerzas que existen son las de la gravedad (lo negativo, bajo, del mal) y las de la gracia (el amor, el bien, lo divino, fuerza santificante). Las fuerzas del bien precisan la respuesta del ser humano, es decir, actitud y aptitud, la actitud para operar con el sujeto conscientemente, y la aptitud para obrar en él secretamente, para irlo trabajando misteriosamente. «Noche y día, duerma o vele, el grano brota y crece sin que él lo advierta» (Mc 4,27).
La gracia se inserta en el dinamismo profundo del ser, es decir en la tendencia del hombre hacía Dios. Y desde ese centro de la persona inicia el proceso de santificación.
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[1] PASCAL, B.: «Pensamientos», Artª XVI, XXII.
[2] MOLINIE, M.-D., El coraje de tener miedo, Ed. Paulinas, Madrid, 1979, pp.128-130.
[3] WEIL, S., La gravedad y la gracia, Trotta, Madrid, 1994, p.53.