La felicidad de creer

Creer, tener fe en Dios, produce grandes dichas y entre ellas o su colofón es la de la esperanza de la felicidad, de la felicidad eterna, en la otra vida y también en esta.

Hace unos años, en una encuesta que se realizó sobre los profesionales más felices, dio como resultado en primer lugar a los  sacerdotes. Y un según un estudio del Pew Research Center las personas activamente religiosas que dicen ser «muy felices» superan a las de menor religiosidad y a los no afiliados religiosamente; lo que corrobora otro estudio del Austin Institute for the Study of Family and Culture que revela que las personas que creen en Dios son más felices que las ateas.

Hay algunas cosas importantes que otorga el creer religioso que no lo proporciona nada más. Por ejemplo:

  • La mayor, la santidad; que es un sentirse colmado, completo, realizado… como ninguna otra meta que se pueda alcanzar. Así el término beato, que procedente del latín, significa contento, feliz, bienaventurado.
  • Otra es que el bien supremo, el fin último del hombre, es la felicidad: que es como el contento continuo de uno mismo. El contenido de ese contento y que se puede prolongar durante la vida puede cifrar en algo formal que se puede concretar -por ejemplo- en el dios dinero, poseerlo en «cantidades industriales» de modo que te permita vivir en estado de placer continuo, llevado al extremo. Pero, claro, esto se quiebra ante inevitable contingencia humana: la enfermedad, la muerte, etc. Lo que supone una acabamiento siempre latente y que tarde o temprano se hará real; es una dicha marchita. No ocurre así cuando la felicidad está radicada en el Dios eterno, promesa de felicidad eterna.
  • Otra es la esperanza que no decae, pues trasciende, va a ser cumplida en todas sus pretensiones, anhelos y promesas allí donde se pueden realizar: en la utopía, en el lugar eternamente realizable.
  • Otra es, claro está, la del sentido. Bien pensado, sin este, por mucho que nos atontemos con metas materialistas, pequeñas, rácanas… jamás nos sentiremos siempre y en cualquier lugar y circunstancia satisfechos, sin respuesta que aplaque la pregunta la inquietud del porqué de la existencia y que no sea absurda.
  • La fe religiosa puede adaptarse en su capacidad de ofrecer significado y significado a la vida en situaciones amargas, dolorosas o de sufrimiento; convirtiendo en una oportunidad de hacer sagrado esa situación o momento ofreciéndolo y poniéndolo en las manos de Dios, es decir, «haciéndolo sagrado» = sacrificio, reservado para Dios.
  • Otra, es la conciencia, sin Dios que justifique tus actos, y ante el que, tras la muerte tendrás que dar cuenta, no es posible estar absolutamente tranquilo y confiado. Te podrás escabullir y huir de los reclamos que te inquieren por dentro a que seas justo, honrado y compasivo, a que te portes bien y con buena voluntad, siendo honorable. Si no es así, si te conduces caprichosamente… siempre está el rum rum de fondo, que te lleva a no sentirte del todo tranquilo y feliz de cómo eres, y con la latente espada de Damocles sobre la cabeza de que al final realmente haya el tan cacareado juicio final, para todos y cada uno, donde todo será descubierto y sabido.
  • En fin, estas cuestiones tan sustantivas y otras (como la paz, la serenidad ante el drama o dramas de la vida, la enfermedad, la vejez, el sufrimiento, el no sentirse un huérfano sino amado…, salvado, etc., ) no las puede pretender responder en medida igualable nadie que no crear, especialmente en el Dios cristiano.

 

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