Dios tiene una especial predilección por aquellos que todo el mundo desprecia, por los excluidos, los descartados, los miserables, los pordioseros, los apestados (que tienen la peste y/o que apestan)… Los malditos, en definitiva. El Evangelio (Mc 1,40-45) de hoy 16 de enero nos habla de la actitud de Jesús ante estos intocables, en este caso con lepra.
Tal vez es que Dios como padre que es, y madre, siente inclinación a prestar atención al hijo más necesitado, al más débil.
Recuerdan la película de Ben-Hur en que la hermana y la madre están apartadas de la población, viviendo en unas, junto a otros leprosos. Más o menos refleja claramente cómo era la existencia de esta pobre gente: además de la terrible enfermedad, la miseria…, estaba también la exclusión social. Tremendo. Peor que animales.
En el libro «La ciudad de la alegría» se narran cómo para curar a unos leprosos se tenían se sanar los dedos hechos muñones; al colocar la mano sobre la mesa para la cura, cuenta que salían de los dedos putrefactos, corroídos por la lepra, gusanos que corrían por la mesa. (Si da grima contarlo, ¡cómo será el vivirlo o padecerlo!).
Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 40-45:
En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.
Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.
Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes.
Aquel intocable, expulsado de la comunidad, de la convivencia, se arrastra hasta Jesús, y cuando todo el mundo se habría alejado de aquel apestado e intocable, el Señor, se le extiende la mano y le toca.
El amor misericordioso de Dios es más poderoso que cualquier impedimentos establecido. Jesús no es políticamente correcto; se salta lo establecido, y el lugar de huir se acerca, sana y salva al ser humano destruido por el mal físico y moral.
Los que seguimos a Cristo, los cristianos, no tenemos más guía de conducta que la de nuestro Maestro. San Francisco lo entendió muy bien, tanto que venciendo la gran repugnancia que le causaban los leprosos, llegó hasta besar a uno en la mano.
Otras cristianos y santos nos han dado ejemplo del ejemplo de Cristo: El Padre Damián, que acabaría dando la vida por los leprosos en Molokai (Hawai), contagiado. San Isabel de Hungría, el padre Raúl Folleró, la Madre Teresa de Calcuta, etc. . Y hoy día tanta leproserías (hasta 800) atendidas por misioneras y misioneros y voluntarios y hermanos en la fe.
Recogemos unas palabras del papa Francisco, al respecto:
“Ninguna enfermedad es causa de impureza: la enfermedad ciertamente toca a toda la persona, pero de ningún modo afecta o le inhabilita para su relación con Dios. Así, una persona enferma puede permanecer unida a Dios”.
“El pecado sí que te deja impuro. El egoísmo, la soberbia, la corrupción, esas son las enfermedades del corazón de las cuales es necesario purificarse, dirigiéndose a Jesús como se dirigía el leproso: ‘Si quieres, puedes purificarme’”.
“Cada vez que acudimos al sacramento de la Reconciliación con el corazón arrepentido, el Señor nos repite también a nosotros: ‘Quiero, queda purificado’”.
“La lepra del pecado desaparece, volvemos a vivir con alegría nuestra relación filial con Dio y quedamos plenamente reintegrado en la comunidad”.
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Catena Aurea
Beda
Después de ser reducida a silencio la lengua de serpiente de los demonios, y después de ser curada de la fiebre la mujer primeramente seducida, fue curado de la lepra de su error aquel hombre que por las palabras de su mujer se dejó llevar al mal, a fin de que existiese el mismo orden en la restauración del Señor y en la caída de los dos primeros seres formados de barro. «Vino también a El, continúa, un leproso a pedirle favor».
San Agustín, De cons. Evang., lib. 2, cap. 19
Lo que dice San Marcos de este leproso curado, hace que por sus muchas coincidencias deba considerársele el mismo de quien San Mateo dice ( Mt 5,17) que fue curado después de que bajó el Señor de predicar en el monte.
Beda
Dice el Señor: «No he venido a destruir la ley, sino a darle cumplimiento». De este modo, al haber curado por el poder de Dios a aquel que como leproso estaba excluido de la ley, anunció que la gracia, que pudo lavar la mancha del leproso, no estaba en la ley, sino sobre ella. Y en verdad que así como se declara en el Señor la autoridad de la potestad, así también se declara en aquél la constancia de la fe. «E hincándose de rodillas, le dijo: Señor, si Tú quieres, puedes limpiarme». El se arrodilla cayendo sobre su faz, lo que es señal de humildad y vergüenza, para que cada cual se avergüence de las manchas de su vida. Pero esta vergüenza no impide su confesión; muestra la llaga y pide el remedio. Ya la misma confesión está llena de piedad y de fe. Si quieres, dice, puedes. Esto es, puso la potestad en la voluntad del Señor.
Teof
No dijo: Si rogares a Dios, sino: Si quieres, como creyéndolo Dios mismo.
Beda
No dudó de la voluntad de Dios como cualquier impío, sino como aquel que sabe lo indigno que es por las manchas que lo afean.
«Jesús, compadecido de él, extendió la mano, y tocándole, le dice: Quiero: sé limpiado».
San Jerónimo
No se debe entender y leer: quiero curar, como lo entiende la mayor parte de los latinos, sino separadamente, esto es, diciendo primero quiero, y mandando después sé curado.
San Crisóstomo, hom. 26, sobre San Mateo, y en la obra incompleta, hom. 21
Aunque podía curar al leproso sólo con la palabra, lo toca, porque la ley de Moisés decía ( Lev 22,4-6): «El que tocase al leproso quedará impuro hasta la noche». Con esto quería mostrar que esta impureza era según la naturaleza. Y como no se había dictado la ley para El, sino sólo para los hombres, y como era El mismo propiamente el Señor de la ley, y curaba como Señor y no como siervo, tocó con razón al leproso, aunque no era necesario el tacto para que se operase la cura.
Beda
Lo tocó también para probar que no podía contaminarse el que libraba a los otros. Es de admirar, al mismo tiempo, que lo curó del mismo modo como éste le había rogado: «Si tú quieres, dijo el leproso, puedes curarme». «Quiero», contestó Cristo, he aquí la voluntad. «Sé curado», he aquí el efecto de la piedad.
San Crisóstomo
No sólo no destruye la creencia del leproso, sino más bien la confirma, puesto que la enfermedad huye de la palabra, y lo que dijo el leproso de palabra, El lo cumplió con la obra. Por esto dice: «Y acabando de decir esto, al instante desapareció de él la lepra», etc.
Beda
No hay mediación, pues, entre la obra de Dios y el mandato, porque en el mandato está la obra ( Sal 148,4): dijo, pues, y todo fue hecho.
«Y Jesús le despachó luego conminándole y diciéndole: Mira que no lo digas a nadie».
San Crisóstomo
Como si dijera: No es tiempo ahora de publicar mi obra, ni necesito que tú la divulgues. De este modo nos enseña a no buscar la honra entre los hombres como retribución por nuestras obras. «Pero ve, prosigue, y preséntate al príncipe de los sacerdotes». El Salvador lo manda al sacerdote para que testifique la curación y para que no estuviera más fuera del templo, pudiendo orar en él con los demás. Lo mandó también para cumplir con lo prescrito por la ley, y para acallar la maledicencia de los judíos. Así pues, completó la obra mandándoles la prueba de ella.
Beda
Para que viera con toda evidencia el sacerdote que había sido curado no por orden de la ley, sino por gracia de Dios que está sobre ella.
«Y ofrece por tu curación lo que tiene Moisés ordenado, para que esto les sirva de testimonio».
Teof
Le manda que dé lo que tenían costumbre de dar los que eran purificados. Con ello demuestra que, en vez de oponerse a la ley, la confirma más, puesto que El mismo guarda sus preceptos.
Beda
Pero si alguno se admira de que el Señor aprobase el sacrificio judío, no recibido por la Iglesia, tenga presente que aún no había ofrecido su holocausto en la pasión. Pues no convenía mostrar la fuerza significativa de los sacrificios antes que aquel que había sido anunciado fuese confirmado por el testimonio de la predicación apostólica y de la fe de los pueblos creyentes.
Teof
Aunque el Señor se lo prohibió, el leproso divulgó el beneficio. «Mas aquel hombre, dice, así que se fue, comenzó a hablar de su curación y a publicarla por todas partes». Conviene que el favorecido sea agradecido y dé las gracias, aunque no necesite de ello el bienhechor.
San Gregorio, 19 Moral., cap. 18
Pero se pregunta uno con razón cómo no pudo permanecer en secreto ni por una hora lo que mandó el Señor que no se dijera a nadie. Es de notar que se divulgó el milagro que había hecho y que mandó no decir a nadie, para que sus elegidos sigan el ejemplo dado en esta doctrina, ocultando voluntariamente las grandes cosas que hagan, pero para que sean divulgadas, aunque contra su voluntad, en provecho de los demás. No es que habiendo querido hacer una cosa no pudiese hacerla, sino que como maestro dio un ejemplo de su doctrina sobre lo que deben querer sus discípulos, y de lo que aun contra su voluntad debe hacerse.
Beda
La perfecta salud de uno solo conduce a multitud de gentes hacia el Señor. «De modo que, prosigue, ya no podía Jesús entrar manifiestamente en la ciudad, sino que andaba fuera por lugares solitarios».
San Crisóstomo
El leproso, pues, publicaba por todas partes la admirable cura, de modo que todos corrían para ver al que lo había curado y para creer en El. Esto hizo imposible que el Señor predicase en las ciudades, teniendo que hacerlo en los desiertos.
San Jerónimo
En sentido místico, nuestra lepra es el pecado del primer hombre, en quien empezó cuando deseó los reinos del mundo. Porque la raíz de todos los males es la codicia ( 1Tim 6,10) siendo un ejemplo de ello Giezi, quien se vio cubierto de lepra por haberse dejado dominar de la avaricia ( 2Re 5,27).
Bed, cap.9
Extendida verdaderamente la mano del Salvador, esto es, encarnado el Verbo de Dios y tocando a la naturaleza humana, purifica a ésta de los diversos y antiguos errores.
San Jerónimo
La lepra manifestada al verdadero sacerdote, según el orden de Melquisedec, se limpia con la limosna. Dad limosna, y todo lo bueno será para vosotros ( Lc 11,41). Que Jesús no podía entrar manifiestamente en la ciudad, etc., significa que Jesús no se manifiesta a todos los que buscan alabanzas en las plazas públicas y que sirven a sus propias voluntades. Se manifiesta a los que salen fuera con Pedro y están en lugares desérticos, como los que eligió el Señor para orar y alimentar al pueblo. Se manifiesta a los que abandonan verdaderamente los placeres del mundo y todo lo que poseen, diciendo: Mi porción es el Señor. La gloria del Señor se manifiesta verdaderamente a los que vienen de todas partes, por las llanuras y montañas, y a quienes nada puede separar de la caridad de Cristo.
Beda
Después de realizado el milagro en la ciudad, el Señor se retira al desierto para manifestar que prefiere la vida tranquila y separada de las preocupaciones del mundo, y que por esta preferencia se consagra al cuidado de sanar los cuerpos.