Hoy, 9 de diciembre, el evangelio nos hace tomar conciencia en este tiempo de Adviento que el reinado del Señor que va a venir, como siempre y continuamente, a cada instante, desde hace 2023 años, para establecer dentro de cada uno de nosotros la vital gracia del amor trinitario, que nos santifica con la acción del Espíritu Santo, y nos integra en la familia divina como hijos en el Hijo de un Padre amantísimo y misericordioso y para que vivimos en su presencia, en la gloria, eternamente.
A anunciar esta maravillosa Buena Nueva es a lo que el Señor Jesús nos invita a todos, a cada uno en su justa medida y en el lugar en que la vida le ha colocado.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (9,35–10,1.6-8):
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos«.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias. Les dijo: «Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente«.
Los cristianos, y especialmente los religiosos, estamos llamados a llevar al mundo la esperanza que abre al reinado de Dios, donde se realizaría la santidad para la que hemos sido creados.
Y en ese sentido, se constata que hay mucho que hacer, y pocos para hacerlo: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos». Y pide Jesús que intercedamos para que Dios, el Señor de la mies que se da en la Tierra, que le pertenece, envíe trabajadores (discípulos-sacerdotes) que cultiven la mies.
Todos tenemos también una misión, todos de alguna manera somos enviados a anunciar, testimoniar el reino. A veces nos gusta sentirnos “elegidos” por Él, para hacer grandes cosas, pero todos somos elegidos para servir, para hablar de Dios, que le conozcan… El apostolado nos compete a todos.
Prediquemos especialmente con el testimonio de un amor sobrenatural, que comunica algo distinto, gratuito, que toca los corazones, porque el Espíritu Santo es quien mueve a dar generosamente: «Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente».
Como dice el papa Francisco: «Esto es lo primero que hay que decir a la gente: Dios no es distante, sino que es Padre. Dios no es distante, es Padre, te conoce y te ama. Jesús aconseja no decir muchas palabras, sino realizar muchos gestos de amor y de esperanza en el nombre del Señor; no decir muchas palabras, sino realizar gestos.»
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Palabras del papa Francisco
(Ángelus. 18 junio 2023)
Deseo expresar mi gratitud a cuantos, en los días de mi ingreso en el Policlínico Gemelli, me han manifestado afecto, preocupación y amistad, y me han asegurado el apoyo de la oración. Esta cercanía humana y espiritual ha sido para mí de gran ayuda y consuelo. ¡Gracias a todos, gracias a vosotros, gracias de corazón!
Hoy, en el Evangelio, Jesús llama por nombre – llama por nombre – y envía a los doce Apóstoles. Al enviarles, les pide que anuncien una sola cosa: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 10,7). Es el mismo anuncio con el que Jesús inició su predicación: el reino de Dios, es decir su señorío de amor, se ha hecho cercano, viene en medio de nosotros. Y esta no es una noticia entre las otras, sino la realidad fundamental de la vida: la cercanía de Dios, la cercanía de Jesús.
De hecho, si el Dios de los cielos está cerca, nosotros no estamos solos en la tierra y en las dificultades tampoco perdemos la fe. Esto es lo primero que hay que decir a la gente: Dios no es distante, sino que es Padre. Dios no es distante, es Padre, te conoce y te ama; quiere tomarte de la mano, también cuando vas por senderos empinados y difíciles, también cuando caes y te cuesta levantarte y retomar el camino; Él, el Señor, está ahí, contigo. Es más, a menudo en los momentos en los que eres más débil puedes sentir más fuerte su presencia. ¡Él conoce el camino, Él está contigo, Él es tu Padre! ¡Él es mi Padre! ¡Él es nuestro Padre!
Nos quedamos en esta imagen, porque anunciar a Dios cercano es invitar a imaginarse como un niño, que camina de la mano del padre: todo le parece diferente. El mundo, grande y misterioso, se vuelve familiar y seguro, porque el niño sabe que está protegido. No tiene miedo y aprende a abrirse: encuentra otras personas, encuentra nuevos amigos, aprende con alegría cosas que no sabía y después vuelve a casa y cuenta a todos lo que ha visto, mientras crece en él el deseo de hacerse mayor y hacer las cosas que ha visto hacer al padre. Es por esto que Jesús parte de aquí, porque la cercanía de Dios es el primer anuncio: estando cerca de Dios vencemos el miedo, nos abrimos al amor, crecemos en el bien y sentimos la necesidad y la alegría de anunciar.
Si queremos ser buenos apóstoles, debemos ser como los niños: sentarnos “en las rodillas de Dios” y desde ahí mirar el mundo con confianza y amor, para testimoniar que Dios es Padre, que Él solo transforma nuestros corazones y nos da esa alegría y esa paz que nosotros mismos no podemos alcanzar.
Anunciar que Dios está cerca. ¿Pero cómo hacerlo? En el Evangelio Jesús aconseja no decir muchas palabras, sino realizar muchos gestos de amor y de esperanza en el nombre del Señor; no decir muchas palabras, sino realizar gestos: «Curad enfermos – dice – resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis: dadlo gratis» (Mt 10,8). Este es el corazón del anuncio: el testimonio gratuito, el servicio. Os digo una cosa: a mí me dejan siempre perplejos los “parlanchines”, con su mucho hablar y no hacer nada.
Llegados a este punto, hagámonos algunas preguntas: nosotros, que creemos en el Dios cercano, ¿confiamos en Él? ¿Sabemos mirar adelante con confianza, como un niño que sabe que es llevado en brazos del padre? ¿Sabemos sentarnos en las rodillas del Padre con la oración, con la escucha de la Palabra, acercándonos a los Sacramentos? Y, finalmente, cerca de Él, ¿sabemos infundir valentía a los otros, hacernos cercanos a quien sufre y está solo, a quién está lejos y también a quien nos es hostil? Esta es la concreción de la fe, esto es lo que cuenta.
Y ahora rezamos a María, que nos ayude a sentirnos amados y a transmitirnos cercanía y confianza.