En el evangelio de hoy, 23 de julio, Jesucristo, expone y explica a sus discípulos la parábola del trigo y la cizaña, principalmente, para hacerlos comprender cómo es el Reino de Dios.
Así comienza muchos enunciados sobre la Buena Nueva del Reino: «En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: El reino de los cielos se parece…» (Mt 13,31) o «Les dijo otra parábola: El reino de los cielos se parece…» (Mt 13,33).
«Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.» (Mt 13,34-35). De modo que el lenguaje sugerente, evocativo y expresivo del relato parabólico impactara reposando sobre la mente y el corazón del que escuchaba; además de ser fiel a lo que dice la Escritura profética: «Abriré mi boca diciendo parábolas».
Esta es la parábola del trigo y la cizaña, según san Mateo (13,36-43):
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: «El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?» Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho.» Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?» Pero él les respondió: «No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.»»
Les propuso esta otra parábola: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola: «El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré los secretos desde la fundación del mundo.»
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará sus ángeles y arrancarán de su reino a todos los corruptos y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su padre. El que tenga oídos, que oiga.»
Dice el papa Francisco que «el empeño del diablo es `obstaculizar la obra de salvación´, sembrando cizaña.
Los sembradores de la cizaña y la cizaña son lo mismo, pues es la maldad insuflada por el diablo, para contaminar de pecaminosidad la tierra del reino de Dios, es decir, erradicar el reinado de bondad y amor del corazón de los seres humanos.
«La cizaña son los partidarios del Maligno», que será quemada al final. Lo cual es una llama serie de atención a lo que hacemos con nuestra vida, si estamos trabajando haciendo creer en trigo en vidas o la cizaña. Preguntémonos de qué lado estamos, y si ¿estamos siendo de esos partidarios de los que esparcen la maldad…, por acción, omisión o inconsciencia? ¡Cuántas veces hacemos el juego al Maligno!
Cuando uno pecada, es un corrupto o un malvado, etc., no sólo comente un mal, sino que lo propaga, lo fomenta y lo posibilita. Como la cizaña, que crece y se multiplica; lo hace abundar y fortalecerse. La responsabilidad es muy grande. Es de una gravedad extraordinaria, a la que colaboramos cual cooperadores necesarios del enemigo, que en la oscuridad de la noche siembra las semillas del mal que ahogan la buena semilla de Reino de los Cielos.
Aunque al final la victoria del Reino de Jesús está garantizada por la salvación de que obtuvo en la cruz, mientras tanto el mundo infectado de tinieblas causa estragos en muchos, que se convierten en cizaña enemiga de reinado de Cristo.
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Palabras del papa Francisco:
En el Evangelio de hoy (cfr. Mt 13, 24-43) nos volvemos a encontrar a Jesús hablando a la multitud en parábolas sobre el Reino de los cielos. Me detengo solamente en la primera, la de la cizaña, a través de la cual nos hace conocer la paciencia de Dios, abriendo nuestro corazón a la esperanza.
Jesús cuenta que, en el campo en el que se ha sembrado la semilla buena, brota también la cizaña, un término que resume todas las malas hierbas, que infestan el terreno. Entre nosotros, podemos decir que también hoy el terreno está devastado por muchos herbicidas y pesticidas, que al final también hacen mal tanto a la hierba, como a la tierra y a la salud. Pero esto, entre paréntesis. Los siervos entonces van donde el amo para saber de dónde viene la cizaña, y él responde: «Algún enemigo ha hecho esto» (v. 28). ¡Porque nosotros hemos sembrado trigo bueno! Un enemigo, uno que hace la competencia, ha venido a hacer esto. Ellos quieren ir enseguida a arrancar la cizaña que está creciendo, sin embargo el amo dice que no, porque se corre el riesgo de arrancar juntas las malas hierbas —la cizaña— y el trigo. Es necesario esperar el momento de la cosecha: solo entonces se separan y la cizaña será quemada. Es también una historia de sentido común.
En esta parábola se puede leer una visión de la historia. Junto a Dios —el amo del campo— que esparce siempre y solo semilla buena, hay un adversario, que esparce la cizaña para obstaculizar el crecimiento del trigo. El amo actúa abiertamente, a la luz del sol, y su propósito es una buena cosecha; el otro, el adversario, sin embargo, aprovecha la oscuridad de la noche y obra por envidia, por hostilidad, para arruinar todo. El adversario tiene un nombre: es el diablo, el opositor de Dios por antonomasia. Su intención es obstaculizar la obra de salvación, para que el Reino de Dios sea obstaculizado por trabajadores injustos, sembradores de escándalos. De hecho, la buena semilla y la cizaña no representan el bien y el mal de forma abstracta, sino a nosotros los seres humanos, que podemos seguir a Dios o al diablo. Muchas veces, hemos escuchado que una familia que estaba en paz, después han comenzado las guerras, las envidias… Un barrio que estaba en paz, después han empezado cosas feas… Y nosotros estamos acostumbrados a decir: “Alguien ha venido ahí a sembrar cizaña”, o “esta persona de la familia, con los chismes, siembra cizaña”. Siempre es sembrar el mal lo que destruye. Y esto lo hace siempre el diablo o nuestra tentación: cuando caemos en la tentación de chismorrear para destruir a los otros.
La intención de los siervos es la de eliminar enseguida el mal, es decir a las personas malvadas, pero el amo es más sabio, ve más lejos: estos deben saber esperar, porque soportar las persecuciones y las hostilidades forma parte de la vocación cristiana. El mal, por supuesto, debe ser rechazado, pero los malvados son personas con las que hay que tener paciencia. No se trata de esa tolerancia hipócrita que esconde ambigüedad, sino de la justicia mitigada por la misericordia. Si Jesús ha venido a buscar a los pecadores más que a los justos, a curar a los enfermos antes que a los sanos (cfr. Mt 9,12-13), también nuestra acción como sus discípulos debe estar dirigida no para suprimir a los malvados, sino para salvarlos. Y ahí, la paciencia.
El Evangelio de hoy presenta dos modos de actuar y de vivir la historia: por un lado, la mirada del amo, que ve lejos; por otro, la mirada de los siervos, que ven el problema. Los criados se preocupan por un campo sin malezas, el amo se preocupa por el buen trigo. El Señor nos invita a asumir su misma mirada, la que mira al buen trigo, que sabe custodiarlo también en las malas hierbas. No colabora bien con Dios quien se pone a la caza de los límites y de los defectos de los otros, sino más bien quien sabe reconocer el bien que crece silenciosamente en el campo de la Iglesia y de la historia, cultivándolo hasta la maduración. Y entonces será Dios, y solo Él, quien premie a los buenos y castigue a los malvados. La Virgen María nos ayude a comprender e imitar la paciencia de Dios, que no quiere que ninguno de sus hijos se pierda, que Él ama con amor de Padre. (Palabras del Papa antes del Ángelus de 19 julio 2020).