Día de la Cátedra del apóstol san Pedro

Es el momento indicado para manifestar la unidad de la Iglesia y afianzarla sobre la roca de Pedro.

Desde esta página vaya nuestra solidaridad con el Santo Padre, que al igual que Tomás Moro dijera hace cinco siglos, exponiendo con ello la vida: «estamos con el Papa, porque estando con él, se está con Dios». Todo lo demás, alguna cuestión doctrinal y teológica que haya que dilucidar hay foros para ello, pero siempre sin airear de mala manera las disensiones y provocar el desconcierto y la división. Y no hablamos ya de temas más prosaicos y mundanos, de carrerismo eclesiástico, de pompas y oropeles, de pruritos sociales o de bienes materiales; sin llegar a temas más turbios… Pero que en el fondo solo sirven a los intereses para el que hace el juego, el enemigo del Cuerpo de Cristo.

Amén de esta afirmación del elegido de Jesús para pilotar sus Iglesia, queremos comentar el evangelio, muy interesante del día de hoy. Dice así la lectura de san Mateo (16,13-19):

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo

 

A destacar:

Hay una atmósfera de idolatría:

Se venía de hablar de la falsa doctrina contaminante de los fariseos y saduceos, de la que Jesús pone en aviso a sus discípulos. A los que había llamado «Generación malvada y adúltera»; es decir, idolátrica.

En tiempos del Antiguo Testamento la ciudad de Cesárea de Filipo tenía un altar dedicado a Baal (dios de los cananeos), más tarde los griegos construyeron un altar a Pan (dios de la naturaleza) y llamaron Panias al lugar. El nombre griego era Paneas, probablemente nombrada así porque era el centro para la adoración del dios griego, Pan. En el año 20 a.C., Herodes el Grande construyó allí un templo blanco de mármol, y lo dedicó a Augusto Cesar. En la actualidad, se encuentran trozos de de piedra de las edificaciones, pedazos de columnas rotas y arcos a medio enterrar. En la parte delantera del gran precipicio, alrededor de la gruta, de donde sale el arroyo, se encuentran varios nichos, y una inscripción griega que dice: «Pan y sus ninfas rondan por este lugar». También se han encontrado muchas monedas. Una de ellas tiene dibujada la siringa o zampoña de Pan; en otra Pan se encuentra apoyado sobre un árbol tocando su flauta; en una tercera se muestra la boca de la caverna y en una cuarta moneda está el nombre de la ciudad: “Caesarea-Paneio”. La imagen tradicional de Pan se asocia con la imagen del diablo (en forma de macho cabrío) y los aquelarres.

Así, pues, Jesús lleva a sus discípulos a un lugar de idólatra, Cesárea de Filipo, donde se adoraba a Satán, para justamente manifestar su identidad, para que Pedro, de la misma y auténticamente fe tradicional de su padre Jonás, distinta de la de los fariseos y saduceos, proclame la divinidad de Jesús. Reconoce en una declaración extraordinaria, que es gracia, la procedencia de Jesús, el Mesías que tanto esperaban. Y entonces a la luz de la calidad de la fe de Pedro, donde confiesa la única y verdadera divinidad de Dios, allí presente -en contraste y en aquellos pagos donde se idolatraba a dioses falsos-, Jesucristo lo proclama piedra, cimiento sobre el que se solidificará su Iglesia.

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Y esta es la primera lectura y el salmo que acompañan al evangelio en la litugia de la palabra de la Cátedra del apóstol san Pedro:

Primera lectura:

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro (5,1-4):

A los presbíteros en esa comunidad, yo, presbítero como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que va a manifestarse, os exhorto: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño. Y cuando aparezca el supremo Pastor, recibiréis la corona de gloria que no se marchita.

Salmo:

Sal 22,1-3.4.5.6

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara, mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. 

 

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Palabras del papa Francisco

(Ángelus, 27 agosto 2023)

Hoy en el Evangelio (cf. Mt 16,13-20) Jesús pregunta a los discípulos – una hermosa pregunta: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» (v. 13).

Es una pregunta que podemos hacernos también nosotros: ¿Qué dice la gente de Jesús? En general, cosas hermosas: muchos lo ven como un gran maestro, como una persona especial: buena, justa, coherente, valiente… Pero, ¿esto es suficiente para entender quién es, y, sobre todo, es suficiente para Jesús? Parece que no. Si Él fuera solamente un personaje del pasado – como lo eran para la gente de aquel tiempo las figuras citadas en el mismo Evangelio, Juan Bautista, Moisés, Elías y los grandes profetas – sería solo un hermoso recuerdo de un tiempo pasado. Y esto para Jesús no está bien. Por eso, inmediatamente después, el Señor plantea a los discípulos la pregunta decisiva: «Y vosotros – ¡vosotros! – ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). ¿Quién soy yo para vosotros, ahora? Jesús no quiere ser un protagonista de la historia, sino que quiere ser protagonista de tu presente, de mi presente; no un profeta lejano: Jesús quiere ser el Dios cercano.

Cristo, hermanos y hermanas, no es un recuerdo del pasado, sino el Dios del presente. Si fuera solo un personaje histórico, imitarlo hoy sería imposible: nos encontraríamos frente al gran foso del tiempo y, sobre todo, ante su modelo, que es como una montaña altísima e inalcanzable; deseosos de escalarla, pero sin las capacidades ni los medios necesarios. En cambio, Jesús está vivo: recordemos esto, Jesús está vivo, Jesús vive en la Iglesia, vive en el mundo, Jesús nos acompaña, Jesús está a nuestro lado, nos ofrece su Palabra, nos ofrece su gracia, que iluminan y reconfortan en el camino: Él, guía experto y sabio, está feliz de acompañarnos en los senderos más difíciles y en las ascensiones más impracticables.

Queridos hermanos y hermanas, en el camino de la vida no estamos solos, porque Cristo está con nosotros, Cristo nos ayuda a caminar, como hizo con Pedro y con los demás discípulos. Precisamente Pedro, en el Evangelio de hoy, lo comprende y por gracia reconoce en Jesús «el Hijo del Dios vivo» (v. 16): “Tú eres el Cristo, Tú eres el Hijo de Dios vivo”, dice Pedro; no es un personaje del pasado, sino el Cristo, es decir, el Mesías, el esperado; no es un héroe difunto, sino el Hijo de Dios vivo, hecho hombre y venido para compartir las alegrías y las fatigas de nuestro camino. No nos desanimemos si a veces la cima de la vida cristiana parece demasiado alta y el camino demasiado empinado. Miremos a Jesús, siempre; miremos a Jesús que camina junto a nosotros, que acoge nuestras fragilidades, comparte nuestros esfuerzos y apoya sobre nuestros hombros débiles su brazo firme y suave. Con Él cerca, también nosotros tendámonos la mano los unos a los otros y renovemos la confianza: ¡Con Jesús lo que parece imposible en solitario ya no lo es, con Jesús se puede avanzar!

Hoy nos hará bien repetirnos la pregunta decisiva, que sale de su boca: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (cf. v. 15). Tú – Jesús te dice – tú, ¿quién dices que soy yo? Escuchemos la voz de Jesús que nos pregunta esto.  En otras palabras: Para mí, ¿quién es Jesús? ¿Un gran personaje, un punto de referencia, un modelo inalcanzable? ¿O es el Hijo de Dios, que camina a mi lado, que puede llevarme hasta la cima de la santidad, allí donde en solitario no soy capaz de llegar? ¿Jesús está realmente vivo en mi vida, Jesús vive conmigo? ¿Es mi Señor? ¿Yo me encomiendo a él en los momentos de dificultad? ¿Cultivo su presencia a través de la Palabra, a través de los Sacramentos? ¿Me dejo guiar por Él, junto a mis hermanos y hermanas, en la comunidad?

Que María, Madre del Camino, nos ayude a sentir a su Hijo vivo y presente junto a nosotros.

 

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