Hoy celebramos a los padres del anunciador del Mesías, san Juan Bautista, también a aquellos que adoraron a Jesús, como Dios, en el sagrario del seno de María; durante unos tres meses, los primeros meses de Jesucristo entre nosotros, como humano, fue velado por estos dos santos.
La presencia del Espíritu de Santo estuvo con estas dos personas, en el motivo de la concepción extraordinaria de san Juan, como en el reconocimiento de éste, anunciando la presencia de Jesús, cuando María visitó a Isabel para atenderla en los momentos finales del embarazo. La primera respuesta al saludo de María la da el niño saltando gozosamente en el vientre de Isabel, provocando una exultante la alegría, que es la que otorga la presencia de Dios.
San Juan Bautista ya sin haber nacido, estando en el vientre de su madre, con unos 6 meses y medio, al sentir la presencia de Jesús, lo anunció por primera vez: «En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó el niño en su vientre.» (Lc 1,41a). De modo que incontenible, arrebata de alegría por el Espíritu Divino, hizo la proclamación de fe más inaudita que han conocido los siglos: el reconocimiento de Jesús, de Emanuel, de Dios con nosotros: «Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» (Lc 1,41b-43).; la confesión-anuncio de la más grande verdad dogmática es proclamada a voz en grito, pletórica de alegría.
Durante ese tiempo de unos tres meses, estas dos personas, Isabel y Zarcearías, tuvieron el privilegio de estar en presencia del Señor durante esos primeros instantes de asunción de la condición humana.
Zacarías participó como mudo testigo de aquella presencia del Señor entre ellos, pues hasta que se le puso nombre de Juan, a su hijo, no se le desató la lengua. Por otra parte, está confirmado, según estudios realizados, que por aquel entonces cuando Isabel quedó en cinta correspondió a Zarcearías ejercer el servicio al templo como sacerdote, donde recibiría el anunció de que iba a ser padre de forma milagrosa…
Se sabe, también por el testimonio evangélico y por sus propias palabras, que eran ya mayores y que no habían logrado tener descendencia por más deseada que fuera. Un día, cumple Zacarías el oficio sacerdotal y, mientras ofrece el incienso, ve un ángel –se llama Gabriel– que le dice: «Tu oración ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan».
Aunque Zacarías es un hombre piadoso y de fe, no da crédito a lo que está pasando. Que su buena esposa –«ahora» que es anciana– pueda concebir un hijo… Pero no se lo cree del todo por más que a un ángel no se le vea todos los días. El castigo por la debilidad de su fe será la mudez hasta que lo prometido de parte de Dios se cumpla. Cuando nace Juan –el futuro Bautista–, Zacarías recupera el habla, bendice a Dios y entona un canto de júbilo, profetizando.
La alabanza más sintética, autorizada y profunda que se ha dicho de este matrimonio es que «ambos eran justos ante Dios».