Esta es una sociedad definitivamente enferma. Hay un pansexualismo o inflación sexual, explícito, descarnado, a todas horas y por todos los medios, que es abrumador y que conduce a la exacerbación y al hastío, y al final a la perversión. Es un totalitarismo sexual que incide en el individuo, en sus más primarias pasiones, provocando comportamientos patológicos: el consumo obsesivo de pornografía, los abusos sexuales, las violaciones, las infidelidades, los adulterios, la violencia en las parejas (hasta el asesinato), la pederastia y pedofilia, la sodomía, el sometimiento y el trato manipulativo, lo aberrante e impropio (como la sodomia, etc.), los abortos, etc., hasta sentenciar -condenar o despreciar (o inacceder)- el amor romántico y sentimental... Todo va en aumento, cuando creíamos que éramos la civilización más avanzada (progresista) de la historia; cuando en realidad, en este terreno, nos comportamos como primates (con perdón para estos) como salidos.
No hay más que echar un vistazo a los medios de comunicación, para darse cuenta, sin necesidad de que ningún experto o estadística alguna te lo adviertan, que como personas no progresamos (adecuadamente), sino todo lo contrario. Y en este campo de la sexualidad se ve más claramente que en ningún otro, que quizá se pueda camuflar; ya que produce estragos… en las relaciones de pareja, las clínicas psiquiátricas están llenas de casos de este tipo y las noticias diarias no dejan de sucederse con casos de esta índole.
Mucho liberalismo…, pero la esclavitud por la dependencia neurotica-obsesvia lo desmiente todo. Pero esto a quién importa. Nadie parece preocuparse por poner solución a este asunto del desmadre sexual. Las denuncias por delitos sexuales -a veces en manada- abarrotan los juzgados, lo mismo cabe de decir de las consultas psicológicas y psiquiátricas, o del consumo de pornografía por internet, de la prostitución, las infidelidades que acarrean la infinidad de rupturas familiares, etc.
La situación de esta realidad es altamente preocupante: de la sexualidad progre y libertaria, de la mala educación, del capricho materialista, del hedonismo de aluvión, del egoísmo que solo piensa en sí, del descontrol personal, de la falta de respeto y consideración, de la carencia de ética y conciencia, etc., Todo lo cual trae sus consecuencias, sus dolorosas consecuencias: personales, familiares y sociales. Urge tomar seria conciencia de lo que supone este dejar hacer, dejar que las cosas en este terreno discurran a su aire, dejadas de la mano de Dios (y nunca mejor dicho).
El psiquiatra español Enrique Rojas ya hace un tiempo nos alertó del mal que la adicción a la pornografía arroja a su consulta (pueden leer en ABC). Denuncia que la adicción a la pornografía es «una epidemia mundial» que «arruina vidas, matrimonios, familias«, una desgracia que cae sobre «gente atrapada en estas redes de este drama oculto y enmascarado».
La adicción a la pornografía, el doctor Rojas destaca el «binomio» que forma con la masturbación y el hecho de que «a la larga incapacita para tener una relación de pareja sana, positiva, madura», por lo cual «juega un papel importante en el 70% de los divorcios» y es responsable en gran parte de los abusos sexuales, de ahí la proliferación de «manadas» (grupos de varios chicos) de jóvenes que agreden sexualmente.
Hoy, para muchos, la educación sexual la hace la pornografía; así de claro. Desvirtuando y degradando el contacto sexual, desdibujándose otras muchas posibilidades en la relación hombre-mujer. La pornografía es una mentira sobre el sexo. Es maestra en ofrecer una imagen de la sexualidad utópica, irreal, delirante, absurda… y que se convierte en una obsesión.
Hoy sabemos por investigaciones recientes que la adicción a la pornografía es más grave que la de la cocaína, pues afecta a circuitos cerebrales concretos, en donde una sustancia llamada dopamina asoma.
Millones de adolescentes atrapados en esto, desde los 12-14 años sin que sus padres se enteren, lo que cambia su visión de la mujer, de la sexualidad y del amor.
La sexualidad deja de ser un acto que empieza por la ternura. Y cambia la óptica sobre la mujer, el amor, las relaciones íntimas y el verdadero sentido de una sexualidad sana.
La sexualidad es un lenguaje del amor comprometido. El sexo pasa de ser una relación cuerpo a cuerpo, de usar y tirar, epidérmico y superficial, a una relación de persona a persona, un encuentro profundo y solemne repleto de significado.
Y lo dicho: de esto no se habla casi en ningún sitio, ni parece preocupar a nadie.