Lavatorio. Servicio y amor

LavatorioPies_JacopoRobustiDominioPublico_Wikipedia

Echarse a los pies de un ser humano por parte de Dios es algo demasiado serio. Dios se despojó de su dignidad divina para ponerse a servir a los pobres hombres pecadores.

El Señor se abaja a limpiar los pies (sucios) de los seres humanos. Dios, el Señor, se presta a  realizar el servicio del esclavo, lleva a cabo el trabajo  más humilde, el más bajo quehacer del mundo.

Dios se pone al servicio nuestro, por amor, para redimirnos, purificarnos y ponernos en disposición de entrar en comunión con Él, para sentarnos a la mesa (al banquete eucarístico).

Todo es un actuar servicial de Cristo, no solo en el lavado de los pies, donde los discípulos se dejan hacer, sino también en la mesa, donde el Señor es el que sirve y se ofrece.

La importancia de la escena de lavado de pies es de una importancia vital. Tan es así que Pedro ante su actitud a negarse a que Jesús se agache a sus pies, este le dirá tajante: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. 

Hay algo que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión del hecho de que todo un Dios se abaje a esos extremos de asumir la posición no ya de un criado -y no judío, pues de ser judío estaría exento lavar al amo de la casa judía en la que sirve-, sino de un esclavo -que jamás sería judío-; pues, Jesús, el Señor de señores, asume la condición humillante de esclavo se agacha a lavar los pies. Aquello era más de  lo que nadie podía imaginar. Pedro, el cabeza de los discípulos, en nombre de todos, se rebeló contra aquella acción de Jesús absolutamente incompresible para la sensibilidad judía.

Jesús no había venido al mundo para ser servido, sino para servir; es decir, para ejercer lo que Dios es: Amor; para desvivirse por los seres humanos, poniéndose a su servicio, para lo que tengan necesidad de Él. Y en este caso del lavado de los pies, es un servicio de limpieza, de purificación, de perdón, para hacer la hombre pecador acto de entrar en comunión con Dios, de sentarse como uno de su familia a la mesa.

El amor no es una palabra teóricamente bonita, estética, pero hasta cierto punto hoy día vacía de contenido, abstracta, inoperante, etc., no, está cargada de contenido: la del servicio a los demás. Dios nos dio ejemplo de lo que era amar.

Quien se niega a ser servido por Cristo, y él, a su vez, a convertirse en otro Cristo, teniendo su misma actitud y sentimientos, y amando cómo el Señor ama, hasta los pies de los otros, no tiene nada que ver con Cristo, no se hace de los suyos, no está en la dinámica del Reino donde Él reina.

Pero previamente a nada ha de reconocerse pecador, necesitado del amor que salva, y dejarse lavar, limpiar nuestra suciedad por Aquél que puede hacerlo: el Señor; aunque, como Pedro, nos cueste asumirlo, y no porque esté necesitado de ser limpiado, sino a admitir la realidad de que la suciedad de los seres humanos le haya llevado a Dios a desprenderse de su Gloria para obtener el perdón de nuestros pecados.

En ese día del amor fraterno, Cristo nos dio palmariamente testimonio de en qué consiste el amor: un amar a su semejanza: amaros como yo os he amado. Hemos sido amados para hacer nosotros los mismo. Con conductas concretas hacía los hermanos, explicitadas en el humilde servicio cotidiano.

Lavatorio de los pies. Gesto de inmenso amor de Dios, que compromete mucho… «Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.” (Jn 13, 14-15).

 

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