La viva imagen de Cristo

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         “El más próximo” de los hermanos es el desvalido, el marginado, el descartado… viene a ser el Cristo, “la imagen del Dios invisible”, pues Dios se identifica con él (Mt 25,40).

         Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (…) Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve (1 Jn 4,7.20).

         Si no vemos a Dios en los demás no le veremos en ninguna parte, y muy especialmente en aquellos maltratados por la vida, en quienes su dignidad se ve comprometida. Él así lo ha querido.

         Si no le vemos en la humanidad destrozada, es porque Dios está ausente de nuestras vidas, pues Él se hacer cercano en la desfiguración de la cruz, y el hombre humillado, desechado, viene a ser su imagen sufriente mejor lograda.

         Con ese hombre miserable, despreciado, expulsado, dolorido, Cristo estable una íntima solidaridad. Lo cual sitúa al des-graciado en una posición enteramente privilegiada —agraciado— en la comunidad, en Iglesia y en la conciencia del hombre de fe cristiana.

         Quien rechaza a su vicario, le rechaza a él mismo, quien expulsa a un hombre y se aleja de él; expulsa a Dios y de Dios se aleja. Acoger o rechazar al pobre significa acoger o rechazar a Jesús, y es el criterio definitivo de nuestra exclusión —autoexclusión— para la vida eterna.

         Desde el momento en que el Hijo de Dios apareció en la carne humana, la búsqueda de Dios no puede prescindir del hombre. Quien se aleja de éste, se aleja de Dios.

         Quien vive en la superficie deja el fondo sin vida, carente de valor e importancia, y así para él tras la apariencia no existe nada, porque es lo sensible cuanto hay y no hay más. Y por lo tanto, quien ve, desde esta lógica existencial, a un marginado, a un disminuido, a un pobre, a un harapiento, a un hombre desfigurado,… no ve más que eso: algo despreciable, desagradable, feo,… La dignidad no se ve, no aparece en la superficie: El ‘noumenon’  «desaparece» para que todo sea un ‘fenoumenon’.

         La mirada del cristiano que vive de la fe en Cristo, ve más allá, traspasa el ‘fenoumenon’, la apariencia, la superficie, y contempla en el hombre dolorido la imagen de Jesús crucificado siendo transfigurado por el Amor del Resucitado.

         A través de la humanidad de Cristo, Dios se nos ha manifestado. Lo humano  —y lo humano dolorido, especialmente— es la vía para llegar a lo divino. Esto es criterio de certeza.

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