La más grande noticia: Somos hijos de Dios

En estas fechas de octubre índole misionera, no hay nada mayor que anunciar que el hecho de que Dios es un padre amantísimo del que somos hijos. Saber esto, saberlo plenamente, con conciencia verdadera y profunda lo cambia todo, sin duda.

La primera lectura de la misa del día de hoy 25 de octubre es de san Pablo en su carta a los Romanos (8,12-17) y dice así:

Estamos en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente. Pues si vivís según la carne, vais a la muerte; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis. Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

Tomar conciencia de esta realidad, que tengamos a Dios por padre, es algo revolucionario.

Jesucristo, el Hijo de Dios, es quien nos ha mostrado esa verdad más autentica del Padre. Tan es así que nos indicó con la oración el padrenuestro la manera de llamarle a Dios, la de dirigirnos y tratar con Él: con confianza filial. Y tan es así que como dice san Pablo clamar Dios llamándolo  «¡Abba, que incluso tiene la singular característica de ser entrañable el término traducido más preciso de «¡Papaito!».

Tan grande y maravilloso es la consideración de llamar a Dios «Padre», que ha habido santos -como el caso de santa Teresa de Jesús- que al rezar el padrenuestro no podían pasar de la primera expresión, por la fuerza evocadora y espiritualmente arrebatadora del término.

 

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