La libertad de los hijos de Dios

El creer en Dios y vivir como sus hijos, depositando en El nuestra confianza, nuestra esperanza…, viviendo a su disposición, atentos a El, dispuestos a hacer su voluntad…, que procura nuestro bien y nos ha creado por amor y tiene un designio de salvación y de vida eterna…, produce una gran liberación: la del desapego de las cosas mundanas, de las ambiciones, los deseos caprichosos y las preocupaciones terrenas.

Las cosas presentes pasan a ser penúltimas, los intereses de la gente del mundo dejan de atraer y sofocar el alma… Con y por Dios somos liberados de…, y para…; del apego que nos impide ser nosotros mismos, tal y como Dios quiso cuando decidió crearnos.

Si el creer en Dios proporciona algo —sin duda alguna— es la libertad: libertad ante tantas aspiraciones…, libertad de las absolutizaciones ideologías…, libertad ante pasiones desordenadas e incontroladas…, libertad ante adicciones de todo tipo (droga, alcoholismo, ludopatía, pornografía…), libertad ante la corrupción…, libertad ante todo tipo de vicio…, libertad ante la injusticia y el egoísmo…,  libertad ante el dinero…, libertad ante el poder…, libertad ante todo tipo de debilidad y pecado esclavizador y humillante…, libertad ante los lazos con que ata el Mal.

El poder liberarse y vivir liberado de todo eso —aunque haya victorias parciales, a base de empeño— tan solo la gracia divina lo puede lograr verdadera y definitivamente.

Dios —como Padre— es el protector de sus hijos, que vela misericordiosamente por todos ellos -hasta de los más rebeldes- para que ninguno se pierda.   

Dios no solo libera de los pecados, dependencias, vicios, etc., también libera de deficiencias, enfermedades, angustias, temores…, y de multitud de esclavitudes que coartan la plenitud, la realización, la perfección humana,  la felicidad, la santidad…;  a lo que Dios, sumo bien y amor, nos ha querido destinar, ahora y para la eternidad.

Somos hijos de Dios y no hay paredes en el marco de este estrecho mundo que puedan restringir lo que Él tiene pensado para el bien de sus hijos, pues trasciende esta realidad en la que nos encontramos, para remitirnos a estar con El, para siempre viviendo en su gloria.

!Qué bueno es vivir sin sentirse atado a nada, tan sólo a la voluntad de Aquel que nos quiere y vela por lo mejor para sus hijos!

¡Nada nos preocupa ya; solo el procurar serle fiel y vivir según Él!

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