sanfernines No quedará piedra sobre piedra La decadencia se manifiesta en lo exterior de modo evidente, pero no es más que consecuencia aparente de una enfermedad anterior y que late por dentro. Y las sociedades en decadencia tienen una enfermedad más grave de lo que pudiera pensarse, porque no es una enfermedad del conocimiento sino del “alma”. Y es que las sociedades en decadencia si tienen dificultad en percibir dónde están no es por incapacidad de análisis, sino por tergiversación de fines. Se “desconoce” porque no se quieren cambiar las metas, aunque su razón de ser ya no tenga sentido. Por ello toda decadencia, humana o social, manifiesta una priorización de lo aparente, de la mera materialidad. Y esto, en el fondo, es la búsqueda de la “sola satisfacción”, la cual no deja de ser simple superficialidad. Las sociedades en decadencia son superficiales, por tanto, y en esa superficialidad es cómodo y fácil no querer mirar más allá, no querer entender cuanto pasa. Viven el corto plazo, en cierto modo el inmediato presente, y ahogan así toda posibilidad de tomar decisiones correctas, justo porque la mirada a corto plazo no es otra cosa que pretender mantener un presente que se está derrumbando. Y ahí radica lo grotesco: se sigue usando el traje de la opulencia cuando las carnes han abandonado los huesos. A costa de lo que sea. Porque la decadencia, como la decadencia de las familias, se empieza a manifestar sin tapujos en lo exterior: disminución de servicios sociales; deterioro de infraestructuras; organizaciones vacías de contenido que se mantienen en una artificialidad ya evidente; instituciones que convierten su supervivencia en su única razón de ser… Es la crisis institucional, la crisis de los servicios públicos, la crisis de los estados. Constatación de una civilización en decadencia en la que el hombre ha decaído antes. Es este el panorama actual. Pero desgraciadamente sólo el derrumbe institucional y económico se convertirá en señal de alarma. Será la pérdida del estatus económico la que lleve a constatar la degradación de occidente, porque esa degradación moral en la que yacemos se ha convertido en imagen cotidiana de normalidad a la que no se ha prestado atención, cuando es causa de la decadencia y su misma meta. Degradación como meta por cuanto las democracias occidentales están imponiendo a rajatabla unos valores de negación de la trascendencia, de reconvención a la materialidad arreligiosa si no antirreligiosa. Entonces la degradación moral del hombre, la connaturalidad de la inmoralidad, la fealdad recurrente, la injusticia social, los crímenes legales consentidos… acaban siendo “daños colaterales” primero buscados, luego defendidos, para ser posteriormente ingobernables. Y es que a la luz de la crisis financiera y de deuda en la que estamos inmersos parece que sólo se está tratando de mantener en pie el mismo edificio del que se gozaba. Y que los intentos por recomponer lo que había se antojan perversos, porque se trata de restaurar lo mismo que ha postrado al hombre en el barro. Porque la decadencia impide ver que lo que tenemos ahora es la consecuencia de una elección previa y querida: no Dios. Restaurar las mismas instituciones, las mismas decisiones, empeñarse en los mismos principios sólo puede conducir a empeorar las cosas: sociedades sin Dios, sin moral, sin principios. O más bien, con los únicos principios puestos en el tener, gozar, disfrutar. Y una fuerza vital tendente a la satisfacción del eterno presente no entiende que no sólo acabará perdiendo su impulso vital, sino que se autodestruirá en la defensa de los egoísmos del más fuerte, por cuanto han creado estructuras sociales para la defensa y mantenimiento de esos egoísmos de los que es imposible salir. Con el agravante de que toda sociedad decadente queriendo mantener estático el tiempo, no comprende que sigue tomando decisiones hacia el mañana cargadas de destrucción. Simplemente se mantiene la estructura corrupta hasta que no da más de sí, entonces todas las miserias sobre las que se ha construido salen a la luz con su colapso. Quizá desde la decadencia puede parecer un error en las decisiones, en el proceso de ejecución, sin ver que el mal está en el mismo principio, en las mismas metas trazadas, en el mismo plan diseñado. Privadas las sociedades de trascendencia, de justicia, de defensa de lo esencial (la familia en primer lugar, antes que las mismas sociedades), es cuestión de tiempo que acaben sometidas a los dictados del poderoso. Y ancladas en el deseo de materia acabarán conformándose con apariencias de riqueza sin ver que le ha sido robada la dignidad, la libertad y el alma. Sin ver ni poder verlo, porque desde la misma decadencia se mira al presente queriendo emular lo pasado, causa y origen del mismo mal que se padece. Los conflictos internacionales irán saltando como chispas, poco a poco, porque se percibirá una estúpida inanición incapaz de defenderse. De entrada, incapaz de defender unos valores superiores porque previamente los ha despreciado y arrojado al suelo de los horrores. x cesaruribarri@gmail.com Fuente: http://www.religionenlibertad.com/decadencia-23610.htm |