
El evangelio de la liturgia de la misa de hoy, 25 de noviembre, nos habla de la disposición para dar de corazón, dar desprendidamente, con generosidad y hasta con sacrificio. Santa Teresa de Calcuta decía: «dar hasta que duela».
Y el evangelio de hoy Jesús nos muestra estos dos tipos de dar: el que dar hasta de lo necesario y el que da de lo que le sobra.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (21,1-4):
EN aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo:
«En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Dios no sólo ve lo que hacemos, sino que también sabe lo que mueve nuestras acciones. Nada escapa a su mirada. Dios sondea nuestros corazones. Nos conoce perfectamente: sabe lo que hay de verdad y nobleza en nuestras intenciones, en qué pensamos, queremos y hacemos.
En todo momento nos puede surgir la oportunidad de ser generosos; no la dejemos escapar, porque ese instante concreto pasará y no volverá; habrá sido tu oportunidad de escribir una línea hermoso en el diario de tu vida. Allá cuando se abra este ante el Juez supremo se podrá ver lo escrito.
Dios es un buen pagador, paga con largueza; Dios no se deja aventajar de nadie; su generosidad es infinita. Así le decía el Salvador a Beata Crescencia Hoss)[1]: «Yo no me dejo vencer en amor ni en generosidad.» «¡Que es muy buen pagador y paga muy sin tasa!» (Santa Teresa de Jesús)[2]. Y Dios «paga» sin medida, sin la lógica humana del «do ut des» («doy para que des»),que se usaba para referirse a la reciprocidad de cualquier trato o pacto; Dios da espléndidamente, sobreabundantemente. Es decir, el ciento por uno. «Aun en esta vida lo paga Su Majestad por unas vías que sólo quien goza de ello lo entiende» (Santa Teresa de Jesús)[3].
«Los antiguos hombres debían consagrarle los diezmos de sus bienes; pero nosotros, que ya hemos alcanzado la libertad, ponemos al servicio del Señor la totalidad de nuestros bienes, dándolos con libertad y alegría aun los de más valor, pues lo que esperamos vale más que todos ellos; echamos en el cepillo de Dios todo nuestro sustento, imitando así el desprendimiento de aquella viuda pobre del Evangelio» (San Irineo)[4] .
Los abuelos de Jesús, Ana y Joaquín, que disponían de ganado, dicen que cada año repartían los ingresos en tres partes: una para el templo, otra para los necesitados y otra para ellos. Y así también se dice que hacía san Isidro Labrador, que repartía su sueldo en tres partes: para la Iglesia, para los pobres y para el sustento de su familia.
El dar generosamente, caritativamente, con absoluta gratuidad, es el distintivo del cristiano, como no podía ser de otra manera, pues cuanto somos es obra del amor por el que se nos ha dado la vida y la salvación. De modo que es cierta esta anécdota: «Alguien preguntó a un hindú quién era, para él, un cristiano. Y, a la luz de la experiencia con las hermanadas de la Madre Teresa de Calcuta, el hindú contestó: `El cristiano es alguien que se da´».
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Catena Aurea
Glosa
Después que el Señor reprendió la avaricia de los escribas, que destruyen las casas de las viudas, hace ver lo que vale la limosna de la viuda. Por esto dice: «Y mirando vio los ricos que echaban sus limosnas en el gazofilacio», etc.
Beda
En griego julaxai quiere decir conservar, y gaza, que procede del idioma persa, significa riquezas. De aquí que se llame gazofilacio aquel sitio en que se guarda el dinero. Era éste un arca que tenía encima un agujero, colocada junto al altar, a la derecha de los que entraban en la casa del Señor, en la que ponían los sacerdotes que guardaban las ofrendas todo el dinero que se daba para el templo del Señor. Así como el Señor arrojó a los que traficaban en su casa, así ahora se fija en los que ofrecen sus dones: al que ve digno lo alaba y al culpable lo condena. Por esto sigue: «Y vio también una viuda pobre que echaba dos pequeñas monedas».
San Cirilo
Ofrecía dos óbolos, que había adquirido con su trabajo para proporcionarse el alimento necesario. O de otro modo, da a Dios la que todos los días pide limosna, ofreciéndole los frutos de su pobreza; así venció a los demás, y por esto fue coronada por el Señor. Por esto sigue: «Y les dice: En verdad os digo que esta pobre viuda ha echado más», etc.
Beda
Es aceptable en la presencia del Señor todo lo que se ofrece con buen fin; porque El acepta el corazón más que la ofrenda, se fija en el valor del sacrificio y no en el valor de lo que se le ofrece. Por esto sigue: «Porque todos éstos han echado para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta ha echado todo su sustento».
Crisóstomo, hom. 1 in epist. ad Heb
El Señor no mira la cantidad que se le ofrece, sino el afecto con que se le ofrece. No está la limosna en dar poco de lo mucho que se tiene, sino en hacer lo que aquella viuda, que dio todo lo que tenía; pero, si tú no puedes ofrecer lo que la viuda, por lo menos da lo que te sobre.
Beda
En sentido espiritual, los ricos que echaban sus ofrendas en el gazofilacio representaban a los judíos enorgullecidos de la justicia de la ley, y la viuda pobre representaba la sencillez de la Iglesia, que suele llamarse pobrecita porque rechazó al espíritu de soberbia y el pecado, como las riquezas del mundo. Y es viuda porque su esposo ha dado la vida por ella, y ésta ha echado en el gazofilacio dos monedas pequeñas, porque ofrece sus oblaciones delante de Dios -que conserva las ofrendas de nuestras obras-, o porque son prenda del amor de Dios y del prójimo, o de fe y de oración; todo lo cual aventaja a todas las obras de los soberbios judíos. Los judíos ofrecen las limosnas de Dios cuando les sobra porque presumen de su justicia; pero la Iglesia ofrece a Dios toda su subsistencia porque comprende que su vida entera es un don de Dios.
Teofiactus
También puede llamarse viuda toda alma, que privada de la primitiva ley (como de su primitivo marido) no se cree digna de estar unida con Dios; la cual ofrece al Señor en lugar de arras su fe y su buena conciencia, y por lo tanto parece que ofrece más que los ricos en palabras y más que los que abundan en las virtudes morales de los gentiles.
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[1] «Vida», 1. 2, c. 7. En ARINTERO, J. G., «Cuestiones místicas», BAC, Madrid, 1956, p.201.
[2] «Camino de perfección«, 37, 3.
[3] Vida, 4, 2
[4] Trat. contra las herejías, 4, 18.