Esta festividad solemnísima de la cristiandad marca el zenit de la fe en Cristo como señor y dador de vida. «Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros…» (Jn 6,53).
Creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía marca la fe del cristiano de manera decisoria y el destino del mundo.
Dada su relevancia, no es de extrañar, pues, ese empeño del demonio por atacar esa verdad y realidad: son muchos los casos en el que Satanás ha tratado y trata de combatir al Cuerpo Eucarístico, sabiendo, «mejor que los mismos creyentes», del valor de la real presencia de Dios en la Hostia Santa. Tan solo recordar los textos sagrados de carácter apocalípticos (Mt 24, Mc 13, Ap, 2Tes, Dan, 1Mac) en los que se menciona la supresión del sacrificio de la misa como hecho determinante en los últimos tiempos en que la abominación tratará de ocupar su lugar.
Este empeño por atacar la presencia de Cristo en la Eucaristía ya obtuvo su resultado en parte con el Protestantismo; en él Satanás rompió a la Iglesia atacando especialmente ese Misterio Sagrado. Desde entonces, por des-gracia, muchos hermanos han padecido una merma en su fe y intensidad de vida religiosa, pese a su buena voluntad, en cuanto que se hayan limitados en el acceso a esa fuente de gracia que es el alimento de Cristo eucarístico.
A demás de las palabras del Señor en las que nos habla de ese alimento de vida en los Evangelios —y también en los Hechos y las Cartas del Nuevo Testamento— y de donde procede nuestra fe en su Cuerpo Divino, son muchos los testimonios y hechos que corroboran esa presencia real, viva y constante a lo largo de la historia. Los milagros relacionados con el Cuerpo y Sangre de Cristo, con comprobación incluso científica, son numerosísimos (quien desee información al respecto, puede acceder a la cateroría Eucaristía de esta página y podrá ilustrarse con asombro); otro hecho sobre la Eucaristía es la cantidad de testimonios de santos y mártires que han dado su vida por ella o han escrito relatando sus experiencias sobre misma; y por último, tres datos (de los que la combaten): el enemigo de esta Realidad, por su afán denodado de atacarla, paradojamente la confirma en su grandeza; los satanistas (sectas satánicas y brujerías de distinto tenor) en sus «misas negras» utilizan Hostias robadas para sus celebraciones, con lo que ponen de relieve su importancia, y, por último, y los endemoniados o infestados diabólicamente, que manifiestan su horripilante aversión ante la autoridad del Pan eucarístico.
No perdamos la fe y la esperanza en santísimo Corpus Christi, pues mientras Él esté presente en nuestras vidas y en medio del mundo, estamos a salvo. Nunca abandonar la Eucaristía, pues si no, “no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53).
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Estas son las lecturas de la liturgia del día del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo B)
Primera lectura
Lectura del Libro del Exodo 24, 3-8
En aquellos días, Moisés bajó del monte Sinaí y refirió al pueblo todo lo que el Señor le había dicho y los mandamientos que le había dado. Y el pueblo contestó a una voz: “Haremos todo lo que dice el Señor”.
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano, construyó un altar al pie del monte y puso al lado del altar doce piedras conmemorativas, en representación de las doce tribus de Israel.
Después mandó a algunos jóvenes israelitas a ofrecer holocaustos e inmolar novillos, como sacrificios pacíficos en honor del Señor. Tomó la mitad de la sangre, la puso en vasijas y derramó sobre el altar la otra mitad.
Entonces tomó el libro de la alianza y lo leyó al pueblo, y el pueblo respondió: “Obedeceremos. Haremos todo lo que manda el Señor”.
Luego Moisés roció al pueblo con la sangre, diciendo: “Ésta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con ustedes, conforme a las palabras que han oído”.
Salmo
Sal 115
R/. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15
Hermanos: Cuando Cristo se presentó como sumo sacerdote que nos obtiene los bienes definitivos, penetró una sola vez y para siempre en el “lugar santísimo”, a través de una tienda, que no estaba hecha por mano de hombres, ni pertenecía a esta creación. No llevó consigo sangre de animales, sino su propia sangre, con la cual nos obtuvo una redención eterna.
Porque si la sangre de los machos cabríos y de los becerros y las cenizas de una ternera, cuando se esparcían sobre los impuros, eran capaces de conferir a los israelitas una pureza legal, meramente exterior, ¡cuánto más la sangre de Cristo purificará nuestra conciencia de todo pecado, a fin de que demos culto al Dios vivo, ya que a impulsos del Espíritu Santo, se ofreció a sí mismo como sacrificio inmaculado a Dios, y así podrá purificar nuestra conciencia de las obras que conducen a la muerte, para servir al Dios vivo!
Por eso, Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que él les había prometido.
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 14, 12-16. 22-26
El primer día de la fiesta de los panes Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” Él les dijo a dos de ellos: “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: ‘El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’ Él les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena”. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen: esto es mi cuerpo”. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: “Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos.