Predicar con el ejemplo (III)

            Cuán hermosos son los pies de los que anuncian el bien (Rom 10,15b).

            Las obras que yo hago en nombre de mi Padre, testifican de mí (Jn 10,25b).

            “Bien predica quien bien vive” (Cervantes).

           Conducios ejemplarmente en medio de los paganos de manera que viendo vuestras buenas obras glorifique a Dios el día de la visitación (1 Pe 2,12)

            «Quiero predicar el Evangelio con la vida» (P. De Foucauld).

 

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            Se cuenta de San Francisco que dijo en cierta ocasión:

            —Hermano, vamos a predicar.

            Y salieron, y dieron una vuelta por la ciudad y volvieron a casa.

            Entonces,

           —Pero, padre, ¿y el sermón?

            —Con el ejemplo, ya lo hemos hecho.

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            «La elocuencia esté pronta a exhortar y la razón sea eficaz en persuadir; si embargo, son más valiosos los ejemplos que las palabras y es mejor enseñar con obras que con palabras”[1].

              El profeta Jeremías se paseaba por las calles de Jerusalén con un yugo al cuello; dando así testimonio a Israel de la suerte que correría por haberse olvidado de Yahvé. El pueblo se edifica más con lo que ve que con lo que oye.

            No se puede leer, hablar, predicar… ciertas cosas, sin que vivamos según ellas. Si no vivimos lo que dicimos, no diremos una verdad sentida; porque será una verdad sin vida, muerta. Y entonces a nosotros se está refiriendo Jesús cuando dice: Los escribas y los fariseos en la cátedra de Moisés se sientan. Haced y guardad lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen, porque dicen y no hacen (Mt 23,2-4)

 

            Anunciar la Buena Nueva no es una cuestión principalmente teórica, de cabeza, de metodología,… sino de pies, de corazón, de vida. Pues como “dijo Jesús: ¿Cómo va a ser contado entre los sabios el que busca la palabra de Dios para anunciarla a los demás y no para ponerla en práctica?”[2].

            «El arma más eficaz de todo apostolado es el amor”[3].

          «Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres”[4].

 

            El cristianismo de los orígenes estaba tan convencido del bien, que sería capaz de transmitirlo y contagiar de bondad a la sociedad. Hoy se repliega teniendo miedo a que se nos contagie del mal de la sociedad.

            Los que decimos creer tenemos una responsabilidad grave: la de hacer «sensible» la gracia, la de encarnar una verdad sobrenatural en y de la que vivimos. Hacerla presente y explícita en medio del mundo es hacerla pasar a la conciencia de los demás. Hemos de transparentar la palabra de Dios en nuestros comportamientos, para que el que vea crea.

            Si a Dios se le reconoce en la fracción del pan, cuando los cristianos que nos alimentamos en la eucaristía compartimos nuestro pan de cada día con los necesitados, damos a conocer a Dios.

            Si a un pobre le hablas de Dios, creerá o no; pero si le das un trozo de pan en nombre de Dios, seguramente se remonte a Dios, desde ese pedazo de pan.

            Si tu das, ese dar se convierte en mensaje. Testimonio que lleva al asombro, al pensar, a la pregunta, al saber, al seguir. Es un principio de evangelización.

            El comportamiento del creyente tiene que ser como un milagro que venga a hacer preguntarse a la gente de mundo sobre lo que ven, porque no responde a una lógica mundana. Cuando entre nosotros se dé el que los ciegos ven y los sordos oyen; los muertos resucitan y se anuncia a los pueblos la Buena Nueva (Mt 11,4-5), entonces la gente creerá que el Reino ha llegado.

            «Hazte un dios para el infortunado imitando la misericordia de Dios”[5].

            A Dios no lo ha visto nadie; si nos amamos mutuamente. Dios está en nosotros y su amor llega a través de nosotros a la consumación (1 Jn 4,12).

 

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[1] SAN LEON MAGNO, en SB, n.898.

[2] «AGRAPHA» DE ORIGEN MUSULMÁN.

[3] MG, p.126.

[4] LG, n.42.

[5] GN, n.237.

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