Llama la atención el relevante protagonismo que la Santísima Virgen María ha adquirido últimamente; en doble sentido: uno, por la cantidad de apariciones y mensajes a ella atribuidos, de una proliferación como nunca antes; dos, también como nunca, los numeroso ataques a su figura e imagen.
En cuanto a los ataques, sorprende que una madre, una mujer y alguien tan llena de ternura, sencillez y bondad, sea tratada con tanta saña. Esto no es normal; aquí hay algo más, una razón oculta y poderosa, que responde a la influencia maléfica de las fuerzas inmundas, que son invisibles pero que existen y se comprueban -como se ve- por sus efectos, por hechos diversos y uno de ellos es este.
Todo parece apuntar y tener una explicación en la escena de la primera parte del capítulo 12 del Apocalipsis, que dice:
[1]Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; [2]está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. [3]Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. [4]Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. [5]La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. [6]Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días. [7]Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron.
Se entabla un enfrentamiento colosal entre la Virgen María, la Mujer, la que da a luz al Hijo, junto con San Miguel Arcángel y ángeles fieles, contra el Dragón (Satanás) y sus seguidores (ángeles caídos, numerosos, a los que ha arrastrado al odio contra Dios, su Hijo y la Humanidad).
María encabeza y representa a la Iglesia, coronada con doce estrellas (que representan al antiguo pueblo de Dios —12 tribus— y al nuevo, la Iglesia de los 12 apóstoles). María, pues, tiene un papel estelar en la protección y defensa de la Iglesia y los fieles de su Hijo, a los que Éste desde la cruz les otorga como madre también.
El Dragón, el Diablo, como león rugiente, trata a quien devorar (1 Pedro 5,8) —ahora, a los hijos fieles; como entonces, al Hijo—. En este momento ya presente, por las feroces persecuciones que viven los cristianos en todas las partes del mundo -desde el comunismo, el islamismo y el laicismo occidental-, el Dragón les está haciendo la guerra… «se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17); que se correspondería con los tiempos profetizados de los 1.260 días, donde tendrá lugar el tormento y la tribulación y se entablará la batalla de San Miguel y los ángeles fieles.
La Virgen María busca para estos tiempos cruciales, hijos fieles, que den junto con ella y San Miguel y los ángeles leales, la batalla al Demonio y sus secuaces, y evitar que arrastre a la perdición, tras sí, a los menos hombres posibles.
Estos hijos fieles son «los apóstoles auténticos de los últimos tiempos» de que habla San Luis María Grignion de Montfort y el mensaje mariano de la Salette.
Tal vez -y todo apunta a ello- haya llegado el momento de combatir abiertamente contra el Satanás y sus demonios, alistándonos al ejército capitaneado por la Mujer Vestida de Sol, María Santísima, que conducirá la batalla al mayor triunfo de Dios y de la Iglesia, al triunfo de su Inmaculado Corazón.
Dios -en el misterio insondable de su voluntad- ha querido asignar a la Santísima Virgen María este papel preponderante en estos tiempos cruciales y decisivos para la Humanidad.