En estos momentos del curso, nuestros obispos nos están recordando la importancia que tiene para los padres creyentes el apuntar a sus hijos a la clase de Religión, a fin que sus hijos reciban en los centros de estudio unos principios conformes con lo que profesan y creen sus padres.
Se está pervirtiendo a los niños, y los padres a por uvas. Luego, cuando crezca un poco -y para siempre- pagarán las amargas consecuencias. Todos acabarán como víctimas; incluida también la sociedad.
No se puede estar de espaldas a las realidad, mirando a otra parte, en silencio, como perros mudos, que no avisan -ladran- cuando hay peligros:
El daño que se está causando a una infinidad de niños y adolescentes, principalmente, es enorme. Pero nadie parece o quiere recapacitar: nada parece importar; se deja hacer sin más, también existe —y mucho— el miedo; ni padres, maestros, científicos, médicos, psicólogos, intelectuales… y hasta la religiones, callan culposamente; sólo algunas honrosas excepciones, que se están batiendo el cobre y dando la cara incasablemente, sin reblar.
Cualquier disidencia es estigmatizada como retrógrada, vulneradora de derechos, llena de prejuicios y odios y en consecuencia las legislaciones, como sucede ya en muchas europeas y en nuestro país, actúan en la línea de retirar la Patria Potestad y la custodia del menor a sus padres.
El derecho de los padres a educar a sus hijos en el objetivo del poder político (y de todos los que están oscuramente detrás). Los progres de izquierdas -entre los que están la mayoría de los miembros del Tribunal Constitucional- en España están perpetrando el arrebato este derecho fundamental. Se ha consolidado el pronunciamiento de la ex ministra de cultura Isabel Celaá: «No podemos pensar de ninguna de las manera que los hijos pertenecen a los padres».
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O para ser más precisos la reeducación idogilizada de los niños y jóvenes de nuestros días por unas élites gobernantes obsesionadas por manipular y dominar a la sociedad y sus gentes, ahora y siempre.
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