El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor, que está cerca. Una esperanza que urge al amor, pues la llegada de Dios está próxima. María encarnaba este papel a la perfección al igual que, en general, el pueblo judío.
A lo largo de la historia de Israel, alentados por la palabra de los profetas, se vivía en la perspectiva de la venida del Mesías. Esta expectación se puede encontrar plasmada en acontecimientos concretos del Antiguo Testamento; pero como dato manifiesto ya en el Nuevo Testamento es el momento del bautismo de Jesús, cuando elige a los primeros apóstoles (Andrés, Juan, Felipe y Tomás), que se hallaban presentes en aquel momento como seguidores de Juan Bautista, quien anunciaba la inminente venida del Mesías prometido.
María y su entorno (familia y tribu -Leví-) también participaban de esta expectativa o viva esperanza; es decir, en «adviento» (que significa venida, llegada).
Este venida del Mesías se esperaba «equivocadamente» como si fuera un ser exclusivamente humano, como un caudillo poderoso, liberador…, un nuevo David. La misma María se ve sorprendida pues no esperaba de fuera obra del Espíritu Santo, sino de un hombre («¿Cómo será esto, pues no conozco varón?»). Esto, por ejemplo, se ve también en el AT (Jueces 11,29-40), cuando Jefte que ha hecho voto por la promesa ante los amonitas, tiene que sacrificar a su hija; ésta se lamentará principalmente, no por su inmolación en sí, sino por no haber tenido hijos (v.37) se lamentó por haber quedado virgen (v.38), porque no había tenido relaciones con ningún hombre (v.39); es decir, por no poder ella ser la que diera cumplimiento el nacimiento del Mesías, perspectiva en que vivían las mujeres y el pueblo de Israel. También, en este sentido, se puede constatar la realidad de que era una aflicción profunda y suponía una vergüenza la esterilidad de una mujer, pues no podría dar cumplimiento la ansiada promesa.
De modo que quien se considerase perfecto israelita vivía el ansia y anhelo del Mesías. Y ésta es la actitud que nos corresponde a nosotros, en estos días previos a la conmemoración del nacimiento de Jesús; al igual que cuando viene y se hace presente en Eucarística y al igual y cuando se hace presente en la segunda venida o Parusía. Para estos tres momentos hemos de guardar una anhelante espera, deseo de que Dios venga, Maranatá.
La adoración eucarística es el hecho más presente en que el Mesias está real y verdaderamente cumpliendo su promesa de quedarse con nosotros. Y es Maria, la Madre del Mesias, la que nos enseña como estar ante la presencia de su Hijo. Hay que estar en actitud de constante espera, de apertura al Señor, de un dispuesto a decir «Si», aunque nos podamos ver sobrepasados en nuestra espectativa, pero siempre en humildad, acogimiento y donación: «he aquí la esclava del Señor«. Esta es la actitud de todo adorador, de todo orante ante el Señor que está cerca, ante el Santísimo que está presente.
Y que nos pide a través de su Madre, estar como ella, en actitud esperanzada, amorosamente en vela. “La Virgen que le esperó con inefable amor de Madre”. Ella le recibió en sí misma, como carne de su carne. Ella dijo “sí” a Dios: “hágase en mí según tu palabra”.
De modo que «os presentéis ante Dios, nuestro Padre, santos e irreprochables en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos.» (Tes 4,2).