Lo que está quedando de las bendiciones…

El asunto este tan preocupante del que hablamos ayer con el título El fiasco de la crisis de las bendiciones…, va dejando cosas concretas:

La primera, la enseñanza de que no se puede tocar la doctrina así sin más, sin que haya un asentimiento universal, católicamente, por el conjunto de la Iglesia. Y es más, aunque no se toque la doctrina sexual, como en este caso, tiene que quedar claro para todos, que no conduzca a interpretaciones diversas, es decir que crea confusión. Pueden leer al obispo José Ignacio Munilla que ha dado 11 razones de Munilla para «oponerse» a «Fiducia Supplicans «.

La segunda, que ante la que se ha liado, la controversia «caótica», llevando incluso a una desafección de obispos que creían en conciencia y en fidelidad al Evangelio, es decir, un cierto desacatamiento, especialmente el episcopado africano;  se ha salido al paso por parte del Vaticano a través del precepto cardenal Víctor Manuel Fernández con nota aclaratoria y entrevistas matizado y esclareciendo la «Fiducia Supplicans»: así se ha dicho que no se bendice que la unión, ni a la pareja en sí sino a las personas, sobre las que se hará la bendición, una a una; sin estar revestido litúrgicamente; no delante del altar, sino en otro lado del templo; que el texto de la oración de bendición contenga el que el Señor derrame su gracia para procurar la conversión de aquellas personas según el Evangelio y la Voluntad Suya; de modo que no es una aprobación ni una absolución. Y para rematar esta especie de «aclaración» restrictiva (poda) de la «Fiducia», de tal forma que no ha quedado prácticamente ni las raspas, se ha concluido de que cada obispo puede dar «orientaciones».

Acabábamos el artículo anterior diciendo que la solución mejor que veíamos era una nueva declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe que simplemente repita lo que la Congregación para la Doctrina de la Fe dijo en la nota del cardenal Ladaría del año 2021. Pero, bueno, valga, ante el reblar sin llegar a la humillante anulación de la «Fiducia», lo que ha quedado claro y a salvo: la afirmación de la doctrina sexual y matrimonial de siempre.

Por lo demás, agradecer a la Iglesia de Africa –reservorio de la fe católica– su unánime adhesión de fidelidad al Papa, pero –pues como decía Chesterton: «para entrar en la Iglesia hay que quitarse el sombrero, no la cabeza»– expresando su firme oposición a «Fiducia Supplicans» y de seguir las enseñanza de siempre según la Biblia, pues de lo contrario –decían– se produciría un escándalo en la fe de los fieles que pastorean; ya que tales uniones son «contrarias a la voluntad de Dios» y los actos homosexuales son «intrínsecamente desordenados y contrarios a la voluntad de Dios y la Ley natural».

Sirva este «escarmiento escandaloso» para que en un futuro no se den devaneos de este tipo; pues no se puede llegar de manera advenediza a emitir una posición doctrina de esta envergadura que barra de la noche a la mañana lo que de siempre se ha tenido como verdad doctrinal.

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