Las cruzadas fueron una guerra defensiva —es decir, justa— de una Cristiandad acosada por el salvajismo islámico. Fueron un empeño colectivo, dirigido a recobrar la propiedad cristiana y a defender a la Iglesia y a las naciones occidentales ante el expansionismo de los mahometanos, que desde que surgió en el siglo VII en Arabia se expansionaron conquistando a sangre y fuego, invadiendo tierras ajenas, apropiándose de ellas y arrasando a sus pobladores.
Esta es la realidad histórica, por mucho que novelistas y cineastas la quieran subvertir con relatos falsos. Ahora, miente y miente, y una mentira mil veces repetida, acaba teniendo apariencia de verdad, o lo que es lo mismo miente y miente, que algo queda. Y con el tiempo y la ignorancia generalidad de la gente la leyenda negra se establece como certeza.
El contexto de las cruzadas: previo a éstas, en Oriente Próximo la población era abrumadoramente cristiana incluso cuatro siglos después de la invasión árabe. Esa población era continuamente acosada por el poder dominante mahometano. En 1071 los turcos habían asaltado no sólo Palestina y Siria, sino también Asia Menor, parte del Imperio Bizantino, que fue el que pidió ayuda a los cristianos de Occidente. Fue así como en 1095 el Papa Urbano II proclamó y movilizó la Cruzada, la primera respuesta global tras siglos de avances islámicos: invasión de España, sur de Francia, sur de Italia, saqueo de Roma en 846, etc. Son muchos los escenarios sangrientos…., pero basta solo con informarse sobre el destino que corrieron unos pobres e indefensos monjes y ermitaños del monte Carmelo, a los que masacraron.
Cuando uno contempla en los momentos presentes el resultado del islamismo, en una parte considerable que lo interpreta que hay que imponerse al mundo infiel de manera violenta, se entiende dolorosamente lo que fueron aquellos tiempos —y máxime— agravados por el primitivismo de entonces. Este talante violentísimo es algo que no sucede en ninguna otra religión: budismo, hinduismo, judaísmo, cristianismo, etc.
Esta mala fama de las cruzadas se la debemos a los —políticos, pensadores ateos, artísticas en su mayoría de izquierdas, masones y cristianosfobos …para minimizar la influencia cristiana— que han pervertido (falseado con malicia) la historia por intereses políticos e ideológicos y de odio a la religión cristiana; han fomentado la inquina contra los pueblos de Occidente y sus valores cristianos, y han favorecido —en coyunta con ideologías materialistas y la masonería— al mundo islámico, lavándole la cara y apoyándole (hasta favoreciendo y costeando la construcción de mezquinadas sin pedirles nada a cambio, como sería la igual correspondencia en sus territorios, en sus países donde se hostiga a los que no son islamistas). El mundo del cine, con una visión deformada de la realidad, ha contribuido a crear ese pensamiento extendido de aversión del mundo cristiano de la cruzadas y de blanqueo la yihad islámica; pensemos en película de Rile Scott, El reino de los cielos, o —en otro contexto— en la de Amenábar, Ágora, ¡qué contentos deben estar contigo los Coptos de Egipto!).Cuando se siembran vientos se recogen tempestades…
De modo que la verdad es esta: Las cruzadas se emprendieron defensa propia, en protección de los Santos Lugares, en protección de los peregrinos, y también para detener el avance conquistador hacia Europa. Y en esto, tener como otra cruzada, la última y definitiva, la batalla de Lepanto, tan importantísima para salvar a Occidente del poder islámico; una persona tan relevante como Miguel Cervantes y que participó en aquella confrontación, consciente de ese hito grandioso, dijo: «La más memorable y alta ocasión que vieron y verán los siglos.»
Y ahora, para que no nos salgan sarpullidos en la piel, ya no hay cruzadas. Se ha conseguido. Pero, claro, los muertos, los refugiados, los atentados… se suceden (muy especialmente en África), y nosotros —la Europa de ahora— «cruzados» de brazos, mirando para otra parte, consintiendo…