
Esta es la tercera de la tres epifanías —las otras: Reyes y el Bautizo—. Las tres, pues, las celebramos seguidas en enero. Esta se enmarca en una boda (cuyo desarrollo pueden leer en la perícopa evangélica expuesta abajo), en la que Jesucristo manifiesta su origen glorioso a la gente cercana y a los apóstoles, para que estos crean quién es. Y a este acontecimiento marca el inicio de su misión de anunciar la Buena Nueva, del Reino.
Algunas cosas que nos llaman la atención:
- María intercede ante su Hijo para que ayuda a resolver la situación de apuro de la escasez de vino… Es una intercesión potente, excepcional, como ninguna otra; pues, nada nunca jamás, ha conseguido cambiar os planes del Señor; María, (a la que podría decir «Dios no niega nada» por ser quien es), es a la que el mismísimo Dios está dispuesto, por complacerla, a cambiar los planes que tenía. Así Jesús, antes de manifestarse como quien es, al realizar el milagro del vino, la dice «aún no ha llegado mi hora». Pero por Ella, por su madre, es capaz de anticipar ya el comienzo del anuncio del Reino.
- Como dice el papa Francisco, Dios nunca te da un regalo sin hacerlo más bonito. Dios nunca te da un regalo, una cosa que le pides así, sin envolverlo bien, sin algo más que lo haga más bonito. Así es Dios: da sorprendiendo, mejorando lo pedido; tal y como vemos con el vino convertido, que era mejor que el servido, como reconoce el maestresala.
- La primera manifestación del Reino que Cristo trae tiene lugar, justamente en un banquete, en una celebración, donde todos están contentos, donde se come y bebe… y abunda todo y se es feliz. Es el marco ideal para manifestar la gloria de Dios y la anunciar la Buena Nueva que trae.
- El agua convertida en vino, rememora a la santa cena, en la que el Señor convierte el vino el su sangre que nos alimenta espiritualmente y santifica. Jesucristo es el “Vino Nuevo”, Sangre de la Nueva Alianza, como proclamamos es la Eucaristía.
- María siempre atenta a las necesidades de los demás, teme el ridículo de los novios por ese descuido, esa falta de previsión. Y acude a su Hijo. Ya aquí nos está indicando que vayamos a Él en cualquier necesidad, incluso por pequeña que sea.
- Jesús llama a María, tras su petición, como «mujer «, término que usará también -si ahora ha sido al principio, luego al final- cuando esté ella al pie de la cruz, y se la encomiendo a Juan, y éste la acepte como madre. María representa aquí a la Iglesia naciente; es la misma expresión que utiliza en la Cruz: “…Mujer, ahí tienes a tu hijo…” Esta misma expresión de “Mujer”, la emplea el libro del Apocalipsis cuando dice: “Una mujer vestida del sol” (Ap, 12,1) E, igualmente, en el libro del Génesis (Gen 3,15-20) dice: “…Enemistad entre ti y la mujer, entre su linaje y el suyo…” Por tanto, el término “mujer” refiere a la Humanidad entera, y no precisamente a su Madre en exclusiva, quitando así toda acepción de desprecio. No es como algunos de confesiones separadas, quieren entender que ese término tiene tintes despreciativos. Cómo cabe que el Señor tratara a su madre despectivamente, ¡imposible!
- En la boda los novios no aparecen, no son protagonistas; el que aparece el primer plano es Jesús, quien es el que agasaja con vino excelente. Recuerda a la imagen de la boda o banquete de celestial, que quien invita gratuitamente a todos es Dios.
- La Virgen María, Madre del Señor, indica el camino: «haced lo que Él os diga». En este hacer la voluntad de Dios radica todo. Es el mandamiento principal: «quien me ame, hará lo mi voluntad, lo que yo le día», repite constantemente Jesucristo a lo largo del Evangelio.
Lectura del evangelio de San Juan 2, 1-11:
EN aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él.