Espiritismo, wija, yoga, reiki… son todos ellos ejercicios espirituales en ausencia de Cristo, y antes de que nadie me empiece a sacudir, yo simplemente recomiendo no hacerlo, por las cosas que he visto.
El padre Enrique
El padre Enrique fue director espiritual del seminario de Madrid muchos años, labor que fue dejando poco a poco cuando el cardenal Rouco le nombró, en ese 2003, exorcista de la diócesis de Madrid.
El padre Enrique exorcizaba durante más de diez horas diarias. Su agenda estaba llena, y su capilla de oración era un centro de peregrinación cuya puerta de la calle nunca cerraba. Ciertas prácticas o costumbres que se han instalado en la vida actual de los hombres como si nada, son puertas abiertas a una realidad espiritual en ausencia de Cristo, y en su ausencia se hace presente otra presencia, bastante menos amable. Espiritismo, wija, yoga, reiki… son todos ellos ejercicios espirituales en ausencia de Cristo, y antes de que nadie me empiece a sacudir, yo simplemente recomiendo no hacerlo, por las cosas que he visto.Cito esas prácticas como las más normales, pero existen otras vías más explícitas para sufrir una infestación demoníaca, una influencia maligna o una posesión. Obviamente, pactos y ritos con el Diablo para obtener lo que sea le destroza la vida a la gente, y participar en alguna medida en la ejecución de un aborto es también una puerta abierta a la acción del Demonio.
Con el padre Enrique disfruté una relación preciosa: la que hay entre un padre que acoge a un hijo cuando está empezando a conocer al buen Dios. Como le conocí justo por aquella época, de tanto ir por allí a verle y hablar con él, y porque lo quiso Dios, le asistí en algunos exorcismos, en los que obviamente vi cosas que te llevan de una forma u otra a una conversión a Dios. Digamos que sin hacerte el camino hasta Cristo, te lo facilitan mucho.
La fe de los demonios
Conocí así la presencia real de Cristo en la Eucaristía; la existencia de Satanás; el poder de una sencilla oración bien hecha; encontré explicación a situaciones de inmenso dolor que conocía de algunas personas y familias; o que un exorcismo es una oración preciosa en la que se tocan de manera muy visible muchos de los misterios de nuestra fe en Cristo. También aprendí de la fe de los demonios y de la falta de fe de los cristianos que, como yo, en alguna esquina de su vida han dejado de creer que Jesús está vivo, no muerto, y en el poder conferido por Él a la Iglesia.
El padre Enrique tenía la costumbre no ya de bendecir el agua y la sal, o el aceite y otros sacramentales para sus rituales, sino de exorcizarlos con una oración que hay para ello y que confiere una sacralidad mayor a estos elementos. De su capilla del Don de María, el agua exorcizada salía por litros cada día, y por kilos los botes de sal. El padre nos enseñaba a los que nos llamaba «su grey», un montón de chavales que parábamos por allí a ayudar y a rezar, el valor que tiene la oración de un sacerdote, el poder que tiene nuestra oración, y un montón de cosas que yo no vi ni de lejos en ningún otro lugar.
Peregrinaciones
El padre tenía y tiene la costumbre de hacer enormes peregrinaciones caminando en verano. La más famosa peregrinación que ha hecho fue la que realizó desde Santiago de Compostela a Jerusalén, con motivo del jubileo de 2000. Eso le llevó algo más de un verano. Catorce meses para ser exactos, atravesando montes, bosques y desiertos, en una aventura que por más que se la he oído contar, no me canso nunca.
El padre nos contó que él, cuando estaba en Madrid, obviamente rezaba la oración oficial de exorcismo cada día, y doy fe que al menos lo hacía diez veces. Pero cuando estaba peregrinando y no tenía que exorcizar a nadie, él también la rezaba a diario. En el rito hay diferentes oraciones, muy parecidas, porque no es lo mismo exorcizar a una persona que una casa o que un monte o que un animal, que también sufren de estos males.
Nos contó cómo, por ejemplo, si va caminando por una montaña y encuentra un manantial, exorciza esa agua, y toda esa bendición llega a todos los rincones que riega el manantial. ¿Hasta donde? «No lo sé», contestaba sin entrar en debates, «lo que sí que se es que lejos de hacer ningún mal, hará mucho bien».
El bosque con sus árboles, también los exorcizaba. El desierto con su arena, los pájaros y el aire… Y así todos los parajes y lugares que el Espíritu le daba a entender. Un buen día de largo caminar, al llegar de noche a la costa adriática, a la luz de una maravillosa puesta de sol, se puso la estola en la playa y exorcizó todo el mar.
Hoy, Madrid tiene siete exorcistas, y el padre no es ninguno de ellos. Aunque él no se queja, echa de menos ese ministerio. Carmela, la madre de tantos de nosotros, la monja que le ayudaba en los exorcismos y en tantas otras tareas, me explicaba no hace mucho que él echaba de menos ese ministerio de exorcista, porque a él «le parecía precioso», poder colaborar con el Señor en la liberación de las ataduras y torturas de Satanás, para que volviesen a sus casas y familias con una vida nueva, con una vida diferente.